jueves, 19 de octubre de 2017

El gusto combinatorio y el gusto acumulativo

Después de haber hablado de la catedral de la Almudena se me queda muy mal cuerpo porque veo que a casi toda la gente es eso lo que le gusta y me pregunto por qué. Intento entenderlo, pero no sé si sólo pienso tonterías.

Mis clientes (y supongo que los de los demás arquitectos, no voy a ser yo el único) salvo muy raras excepciones no han tenido ningún interés por la arquitectura. Tampoco tenían por qué. Casi todos se han querido hacer una casa lo más imponente y "respetable" posible dentro de sus posibilidades (y algunos por encima de ellas) y nada más. Tampoco habría que darle mayor importancia a esto. Que cada uno se haga su casa como quiera o pueda, ¿no? Los arquitectos nos ponemos muy tontos.
Casi todos mis clientes sólo han pensado en algo parecido a la arquitectura una vez en su vida: cuando se iban a hacer su casa. Venían a verme con un catálogo de elementos arquitectónicos en su mente; un catálogo muy reducido pero muy contundente, en el que estaban las formas bellas, dignas, decentes: arcos de ladrillo, chapados de piedra irregular, chapados de piedra regular (menos), columnas de granito de un orden incierto (normalmente recordando levemente el toscano), canecillos de hormigón imitando madera, salientes semihexagonales o semioctogonales en la planta del salón (y a veces en la del dormitorio principal), balaustradas de hormigón blanco y poco más.
Todos esos elementos forman parte de un inconsciente colectivo que ni siquiera se ama, en el que, ya digo, ni siquiera se piensa, pero por eso mismo se sobreentiende que es la base de la que hay que tirar sin un solo momento de duda.
Y, naturalmente, si cada elemento de esa lista tiene ya un prestigio incuestionable, cualquier combinación entre ellos tiene que tenerlo también, y cuanto más variedad combinativa haya pues mucho mejor. (Es lo que decíamos el otro día de la catedral de la Almudena).
Si todos los componentes son buenos cualquier combinación entre ellos tiene que ser buena necesariamente.

Vamos a ver un ejemplo de la verdad de esa afirmación: Si las patatas, el chocolate, el aceite de oliva, la nata montada y las anchoas son buenas una combinación de todo ello tiene que ser buenísima.
Otro ejemplo de gusto combinativo: Vamos a fijarnos en cinco chicas y cinco chicos de los más bellos del mundo. De entre ellos vamos a afinar aún más y vamos a buscar los mejores rasgos: el mejor ojo izquierdo, el mejor ojo derecho, la mejor nariz, la mejor boca y la mejor barbilla. Obviamente, la combinación de estos elementos tan depurados tiene que producir una mujer bellísima:

Charlize Theron, Claudia Cardinale, Natalie Portman,
Kim Basinger y Gene Tierney

Y un hombre hermosísimo:

Hugh Jackman, Jon Hamm, Brad Pitt,
George Clooney y José Ramón Hernández

Uf, pues no sé. No termino de verlo claro. Creo que cualquiera de las mujeres y de los hombres seleccionados es bastante más guapo que las combinaciones resultantes. ¿Cómo lo veis vosotros?

Bueno, pues esto que parece tan evidente en la belleza de un rostro humano y en el sabor de un plato de comida parece que no lo es en la arquitectura. Repito lo que dije el último día: ¿Queréis que nos vayamos a la plaza de la Armería de Madrid y preguntemos a todo el que veamos si le gusta más la Almudena o el Horno? Creo que no hace falta: Todos lo tenemos asumido. Ese peaso Almudena con sus capiteles toscanos y jónicos, con su cúpula, con sus medallones, con sus estatuas, con sus contrafuertes, con todo el repertorio de formas bellas, de formas dignas, de formas respetables de la historia de la arquitectura occidental, y por la otra parte ese mamotreto de... de... como de... Vamos, ese mamotreto. ¿Quién va a ganar en la encuesta?

Ya lo dije. Vuelvo a insistir. ¿No está claro que debemos entender la belleza de un todo como la coherencia entre las partes, como la armonía orgánica de una verdad estructural? ¿No tienen estas composiciones de caras que he puesto algo profundamente monstruoso, profundamente falso y muerto?

Yo ya no sé cómo decirlo. Insisto e insisto, pero jolines, la gente no lo quiere ver. (Desde luego mis clientes no lo quieren ver).

La gente valora mucho el mérito de la ejecución, el esfuerzo, la dificultad de la elaboración. Un muro liso no tiene mucha dificultad, mientras que uno con arcos y molduras y con su aparejo haciendo entrantes y salientes es muy difícil de ejecutar y por lo tanto es mejor siempre.
La gente no suele valorar nada la limpieza, el esfuerzo mental minimalista previo a la ejecución. No: Valoran el esfuerzo físico y la habilidad manual, la filigrana circense.

He trabajado con magníficos albañiles que eran felices cuando hacían un arco lobulado o un sardinel de doble fila entresacando ladrillos. Ante la propuesta de hacerlo a ver qué propietario se negaba. Al revés: todos babeaban de alegría. Y lo mismo pasa con las barandillas de forja y con las puertas provenzales cristaleras. Poco podía hacer yo allí suplicando alguna limpieza.

Ese desafío de lo difícil ensalza la combinatoria de elementos "dignos", filtrados por generaciones de clientes satisfechos y aprobatorios, pero también se complace en la acumulación. ¿El arco lobulado es difícil? Pues hagamos arcos de muchos lóbulos. Y hagamos muchos arcos. ¿Las cabezas labradas de los canecillos son admirables? Pues hagamos muchos canecillos con complejas cabezas.

Y así todo.

-Tía Epigmenia, ¿a ti qué actor te gusta?
-¿A mí? Ese... El Lobehno.
-¿Lobezno?
-Lobehno, sí. ¡Lobeeeeh-nooo! (Ay, que me privo).
-¿Y qué te gusta de él?
-Esos ojones. ¡Qué ojones tiene! ¡Qu'ojones!
-¿Te gustan sus ojos?
-Mucho. Muchihmo. Qu'ojones tiene el Lobehno.
-Pues sí, tiene qohones. ¿Quieres que coja una foto suya y le ponga muchos ojos?
-Sí, sí. Muchihmos. Tú ponle ojos. Contri más ojos mejor.

Lobehno con ocho ojos

Si con dos ojos es guapísimo y a mi tía Epigmenia la tiene enamorada, con ocho tiene que ser mucho más atractivo si cabe.
-¡Ay, qué guapo!

Pues sí. Pues con las casas sí que pasa eso. La gente quiere más pórticos, y más arcos, y más zócalos, y más cenefas, y más cuarterones, y más mensulillas, y más, y más, y más. Cuanto más mejor. Más es más y más es mejor. ¿Por qué? Porque tiene más mérito. Porque son formas cargadas de prestigio y cuanto más prestigio se atesore mejor.
Me encanta ese suave toque de ajo en ese guiso. Pues echémosle más y más ajo. Ajo y ajo y ajo y ajo y ajo, y nos gustará cinco veces más.

No: Parece que en otros campos no funciona así, pero en arquitectura no falla. Mano de santo.

2 comentarios:

  1. ENHORABUENA POR TU ACERTADISIMO COMENTARIO Y SU ANALISIS CORRESPONDIENTE.
    ESTO ES LO QUE NOS TOCA.
    CUANDO TE LEO, PARECE QUE HAY OTRA ARQUITECTURA,Y LA TUYA SI QUE ES AUTENTICA,AUNQUE SEPA AJO,PERO AL FINAL LO QUE SE BUSCA ES QUE NO NOS DEJE INSIPIDOS.

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  2. Me ha decepcionado mucho que pongas la barbilla de un tal Hernández en vez de la mía. Por lo demás, me gusta tu entrada. Aunque quizás la encuentro ... no sé... ¿qué tal si añades más adjetivos? Veo pocos en el texto...

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