viernes, 18 de octubre de 2013

Los discípulos

El 11 de enero de 1863 Giuseppe Verdi llegó a Madrid para ver su ópera La Forza del Destino en el Teatro Real.
Se quedó bastantes días y vio la ópera varias veces.
Se alojaba cerca del Teatro Real, y así, además de a ver la obra, le dio tiempo a conocer el ambiente del entorno, el mundillo que se formaba en el barrio con motivo de las representaciones y bajo su influencia.

Maestro Verdi
Jean Laurent, Madrid, 1863

A ese entorno acudían, como ahora, estudiantes del conservatorio, músicos callejeros, mendigos, vendedores de flores y de dulces, etc, buscando unas monedas de los selectos espectadores de la ópera.
Verdi, con su alma de bohemio y su espíritu de buhonero callejero, se complacía curioseando por allí.
Un día vio a un organillero y se quedó unos minutos escuchándole y, sobre todo, viéndole. Un buen organillero madrileño era un espectáculo digno de ver: Su traje de chulapón, su donaire, su alegre giro de manivela rematado con el codo a la remanguillé... Alguien debió de decirle al organillero quién era el insigne extranjero que le estaba viendo y escuchando, porque exageró sus contoneos y su pose de desplante chulesco, ladeó aún más la gorra y moviendo la cadera como en una finta giró la manivela con el codo aún más aparatosamente.
El gran músico (me refiero al italiano) se acercó finalmente a él y le dijo:
-Potrebbe suonare un po 'più piano?
-¿Eh?
-Piu piano. Piu lento.
Y el italiano acompasaba el tono de voz con un suave movimiento de sus manos para que el madrileño le entendiera.
Finalmente el organillero redujo la velocidad y dejó que la música fluyera más despacio.
Verdi sonrió y le dijo:
-Perfetto. Molto bene.
Y se besó las puntas de sus dedos, indicándole mímicamente lo bien que estaba ahora su interpretación musical.
Echó unas monedas en el platillo y se fue de allí.
Por supuesto que el organillero siguió yendo al Teatro Real durante el resto de su vida. Pero a partir de entonces el organillo exhibía un cartel con su nombre y, debajo de éste, la indicación:

DISCÍPULO DE DON JOSÉ VERDI

Me sirve esta anécdota para plantearme y replantearme mi condición de discípulo.
¿No nos pasa a todos un poco como al organillero, que presumimos de los maestros que hemos tenido, pero que quizá deberíamos reconsiderar nuestro discipulado?
Me explicaré. Como estudiantes de arquitectura nos hemos formado en la escuela con grandes arquitectos. (Bueno; ya sabemos que los más grandes tienden a enseñar en las escuelas más importantes, pero hasta en la más humilde hay maestros, si no célebres, sí muy buenos, muy dedicados y muy dignos de atención).
(Ya me he metido en el primer charco. Me diréis: "Habrás tenido grandes maestros tú, suertudo. Yo tuve a cada mequetrefe y a cada impresentable...". Vale; de acuerdo. Sé que la masificación de las escuelas implica que a uno le toque lo que le toque, pero también tengo que decir que, si bien algunos de los docentes no pueden alcanzar ni de lejos la enorme condición de maestros y se quedan en la condición administrativa de profesores, también muchos de los discentes ni desean ni aspiran a llegar a la hermosísima condición de discípulos, y se conforman con la burocrática de alumnos. En primer curso uno es un pardillo y va como un tonto al aula que le toca, pero si, llegado a un cierto curso y nivel, en su escuela hay grandes enseñantes y uno se conforma con lo que le viene más cómodo, lo que le toca o lo que le cuadra con su horario, y no se preocupa de otras cosas, entonces merece lo que tiene).
Embarrado en este charco, en el que supongo que he sido injusto con muchos de los lectores, me vuelvo a plantar en la situación asimétrica y fertilísima del maestro y el discípulo.
Ya conté otro día que por la Escuela de Madrid tuve algunas ocasiones para conocer a Molezún, a De la Sota, a Palazuelo y a muchos otros y no las aproveché. Fui idiota.
Ahora os cuento que a otros cuantos sí que los conocí, y aprendí un montón de todos ellos, y ahora veo que todo ese montón no me ha servido para nada. (Me refiero a que no me ha servido para nada práctico ni tangible. Para lo afectivo personal sí que me ha servido, y mucho).
¿Qué arquitectura he hecho yo? ¿Qué sigo haciendo? Me he plegado a los gustos de los promotores, a la oportunidad económica, a la picardía profesional. He tenido algunas oportunidades de hacer arquitectura de verdad, y creo que no las he sabido aprovechar del todo.
Siempre intenté hacer la mejor arquitectura que fuera capaz de hacer, pero me temo que a menudo me rendí en seguida. La buena intención no fue acompañada de determinación, de fe, de seguridad, y me adapté demasiado fácilmente a lo que se esperaba de mí.
¿Dónde quedan, pues, mis maestros? ¿Qué me dirían ahora? ¿Me comprenderían? Espero que sí. ¿Me mirarían con conmiseración o con desprecio? Supongo que no.
¿Qué arquitectura hemos hecho entre todos durante todos estos años? ¿Qué maestros tuvimos y cómo los hemos honrado y agradecido con nuestras obras? No soy capaz de encontrar el nexo. Está todo demasiado turbio.
Todo se ha ensuciado demasiado.
Al menos el organillero hizo lo que le dijo Verdi. El organillero fue un discípulo fiel y orgulloso. ¿Lo soy yo? ¿Estoy orgulloso? ¿Lo estamos todos?
Y, lo que es aún más vidrioso: ¿Estaría yo en condiciones de enseñarle algo a alguien? ¿Podría yo dar ejemplo de algo?

PD.- Me gustaría muchísimo que comentarais qué buenos maestros tuvisteis, y aprovecharais para decir algo bueno de ellos. (Si os tocó alguno muy malo también podéis desahogaros, pero me haría mucha más ilusión leer elogios y evocar buenos recuerdos). Gracias a todos.

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7 comentarios:

  1. Hola José Ramón,

    Primero de todo agradecerte este blog que descubrí hace unos meses y que tanto me está enseñando después de casi cinco años de abandonar la ETSAM. Hoy una vez terminada la carrera y en medio de nuestro triste panorama no he dejado de leer y rebuscar en blogs como este, retazos de formación que considero imprescindibles para todo arquitecto que se precie.
    Gracias a tu artículo recuerdo a grandes profesores que tuve la suerte de conocer en la escuela, aunque no supe aprovecharlos como habría debido. Hoy leo sus libros y me doy golpes por no haber escuchado con más atención. Te mencionaré a tres grandes profesores que fueron importantes para mí, aunque tengo claro que hay muchos más.

    Recuerdo las clases de Alberto Campo Baeza, y sus forma de simplificar la arquitectura a cuatro conceptos claros que parecían dominar toda su teoría y su obra. Su claridad todavía me resulta inquietante, pero sobre todo la forma de dirigirse a los alumnos, creo que su forma de Docencia siempre me embaucó. Sus libros me recuedan lo que no supe aprovechar en clase.

    Recuerdo a Pedro Galindo (profesor de Construcción) que desmitificó mi visión de la arquitectura construida. Nos alertaba de las dimensiones estructurales en milímetros o de los minuciosos despieces de armaduras de Cype que todo el mundo considera dogma de fe ingenuamente sin hacerse preguntas sobre su idoneidad constructiva. Era un hombre eminentemente práctico, sin conceptos altisonantes, con ideas de una sensatez pasmosa. Algo parecido para mi fue Fernando Inglés que me tutorizó la construcción de mi PFC y que le dió una coherencia que nunca habría alcanzado con las tutorías de proyectos.

    Recuerdo las clases de Javier Ortega en Dibujo Arquitectónico y en su optativa de Levantamiento. A día de hoy ha sido una de las personas que más me ha enseñado dentro de la ETSAM, tanto por sus conocimientos como por su dedicación al alumno. De él he aprendido a entender la ciudad y sus edificios como un continuo a través de la historia.

    He tratado de olvidar a las personas Nocivas dentro de la escuela, que son muchas. Desde catedráticos que nunca pisan la Escuela, a profesores que no les intersaba lo que el alumno pudiera aportar, otros que hacían sus materias tan crípticas que sólo unos pocos elegidos eran capaces de decir que las entendían. Pero esos no son los importantes, merece la pena mucho más lo que los Buenos Docentes nos supieron transmitir.

    Muchas gracias por el Blog una vez más

    José Hernando

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  2. Como (creo que casi) todos los que estamos suscritos a tu blog, o al menos pasamos de vez en cuando, también quiero empezar dándote las gracias por estos posts, que, al menos a mí, me enseñan muchísimo en muchos aspectos, no sólo arquitectónicamente hablando.

    Yo todavía tengo la suerte y a la vez la desgracia (más de lo primero) de estar en la escuela, la ETSAM en mi caso, y creo que el panorama viene siendo el mismo desde hace unos pocos bastantes de años. Como dice José Hernando, hay muchas "personas nocivas" de las que te intentas olvidar lo antes posible, así que tampoco haré mención de ellas. Sin embargo también he tenido la suerte de encontrarme con algunos de esos maestros. En mi caso, ha dado la casualidad de que ninguno ha sido un arquitecto de renombre como pueda ser Campo Baeza, con el que intentaré coger plaza el año que viene, pero lo que he aprendido ha tenido una gran influencia en mi joven, ignorante y casi vacía mente (siempre arquitectónicamente hablando).
    El más importante para mí fue Javier Cárdenas, un chico recién licenciado al que encargaron la tediosa tarea de llevar a once pipiolillos que repetían Proyectos I por la buena senda. Corregía con tanta cabeza, pasión y a la vez buenas formas que aprendí más de él que de ningún otro hasta ahora. Quizá fuese por la frescura, o porque no estaba tan quemado de la enseñanza como los más veteranos, pero me pareció un profesor excepcional.
    Recuerdo también con aprecio a Raquel Rodríguez, profesora de prácticas de Urbanismo I. Yo no tenía ninguna expectativa con esa asignatura, y nos aleccionó de una forma tan genial que ahora me encanta.
    Y por último, pero no por ello menos importante, Atxu Amann. No cuadra con mi persona en absoluto, y tampoco es que aprendiese muchísimo de su asignatura con ella, pero me enseñó una cosa muy importante: a disfrutar de la arquitectura haga lo que haga. Y ésa, a día de hoy, aún en la escuela y con muchos años de aprendizaje por delante, es mi máxima de trabajo.

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  3. Mis mejores maestros fueron mis compañeros. De ellos -con ellos- aprendí a sobrevivir entre el cinismo y la pasión en un ecosistema tan insano como es el de las ETSAS. A todos los niveles -profesionales, deontológicos, estéticos, éticos...- el hiato cultural con mis profesores era insalvable.Esa idea mayestática del Maestro como iluminado al que reverenciar no es para mí, no hay Pastores ni en la arquitectura ni en la vida.

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  4. Justo la semana pasada estuve en una charla sobre el cabanyal donde hubo varios profesores de muy diferentes departamentos de la ETSAV, mi escuela. Había profesores con los que fui a clase, profesores que no tuve pero conocía y profesores que ni tuve y ni que ni siquiera sabía que existían.
    la ETSAV no es una escuela de profesores estrella, hay nombres conocidos, claro pero no es lo que más abunda. Pueda ser que el propio hecho que no sean arquitectos con un gran nombre son personas accesibles que en sus correcciones te hablan de sus hijos o se implican en movimientos estudiantiles o luchan porque nuestra ciudad sea un sitio mejor o un largo etc...
    Considero que durante el tiempo que estuve en la escuela tuve suerte de conocer a algunos y poco tiempo para conocerlos a todos.

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  5. Yo terminé arquitectura técnica hace dos años en la EUAT de Sevilla y el año pasado decidí quitarme la espinita y me matriculé en arquitectura en la Europea de Madrid. He tenido profesores de todo tipo, pero hay tres con los que en un año he aprendido más que en cuatro años de arquitectura técnica.

    Mis dos profesores de dibujo arquitectónico, María Fullaondo y Ciro Márquez. ESPECTACULARES. Dedicados, profesionales, incansables, amigos,con mucho criterio, te hacían correciones en las que de verdad aprendí muchísimo, aunque ellos por dentro pensaran que era una barbaridad lo que un alumno presentaba de dibujo, si ellos veían que el alumno se esforzaba y trabajaba hacían otras extras, sacaban tiempo entre horas para echarte una mano.

    El último ha sido mi profesor de proyectos Uriel Fogue, me ha abierto la mente en 360º, considerando mi posición que vengo de una carrera en la que A es A y B es B, acostumbrado a hacer lo que te mandan, como los profesores quieren, sin rechistar y sin salirte, porque si no está mal. Al cambio de empezar proyectos y estar más perdio que el barco del arroz. Me ha enseñado que para un problema puede haber varias soluciones, "que todo puede valer", siempre y cuando esté justificado, que la arquitectura va mucho más allá del espacio material, que el proyectar es mucho más que diseñar edificios. Es resolver problemas, es organizar y crear una estructura que pueda dar una explicación admisible a una serie de preguntas diferentes e incoherentes. Es una manera de pensar y vivir.

    “Desarrollar un problema no quiere decir resolverlo: puede significar solamente aclarar los términos para hacer posible una discusión más profunda”. Umberto Eco, Obra Abierta (1989)


    Los profesores malos, siempre se olvidan.

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    1. Hola, Pablo: Mi maestro fue Juan Daniel Fullaondo, el padre de María. Celebro que la estirpe prosiga. (El otro hijo de Juan Daniel Fullaondo, Diego, también es un excelente profesor).

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    2. Si, me han hablado muy bien de Diego, pero desafortunadamente no tendré nunca la posibilidad de recibir clases suyas. Es una de las razones por las que sigo su blog: eastiscoming.com
      Te lo recomiendo.

      Un saludo

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