sábado, 7 de mayo de 2011

Nos seguimos viendo

El jueves pasado por la tarde la profesora María Teresa Muñoz, de la ETSAM, dio una conferencia en la Escuela de Arquitectura de Toledo. La conferencia, tan interesante y estimulante como todas las suyas, trató sobre dos edificios americanos, uno de Root y otro de Wright, pero no quiero hablar de eso, sino de temas personales (como casi siempre). (Además, la conferencia es digna de publicación, y supongo que la autora o la escuela la publicarán, por lo que no voy yo a "destriparla" aquí).
Quiero hablar de mis sensaciones al ir a la escuela a escuchar una conferencia, una clase.
Fui a Toledo, principalmente, a saludar a María Teresa Muñoz. La traté mucho hace muchos años (unos quince o veinte), y me temía que después de tanto tiempo le sonara mi cara pero ni siquiera recordara mi nombre. Llegué a imaginarme la escena en la que yo me acercaba a darle dos besos y ella se los dejaba dar con estupor, intentando recordar. (A veces se me ocurren cosas así).


Llegué diez minutos antes de la hora, y entré en el aula. La ponente estaba con un profesor, charlando, preparando las cosas (luces, diapositivas, etc). No quise molestar. Ya la saludaré luego, cuando esté libre, pensé; o después de la charla.
El aula era una sala diáfana con sillas dispuestas en arcos concéntricos, tipo auditorio. Las sillas tenían ruedecitas y se podían desplazar libremente, de forma que la disposición en arcos no era rígida, y los alumnos más afines podían juntarse más. Se supone que en una clase animada las sillas acabarían en masas informes. (Se me ocurrió que se podía hacer una película de animación que reflejara el movimiento de las sillas, mejor sólo las sillas, borrando a la gente, desde el sector de corona inicial hasta la tortilla a la francesa final. A veces se me ocurren tonterías así).
Me senté en un lugar discreto. Había muy pocos alumnos, seis o siete, todos muy jóvenes, todos de primero. (La escuela está recién creada y por ahora sólo se imparte primer curso; el año que viene habrá primero y segundo, y así año a año). Mi hijo mayor está en primero de ingeniería industrial. O sea, que esos muchachos tenían la edad de mi hijo. Pensé eso y pensé que acabé la carrera años antes de que ellos nacieran. Yo podría parecer un profesor de otra escuela, venido de incógnito. Claro, que también podría ser un jefe de obras prejubilado o despedido por culpa de la crisis, y que venía de oyente pensando en matricularme. (Ser arquitecto, el sueño de mi vida).
En medio de estas tonterías, María Teresa levantó los ojos y me vio.
-¡José Ramón! ¡Qué alegría!

Hola, Maite (muá) no quería (muá) interrumpir.

La sala se llenó en seguida, y además de los alumnos entraron también algunos compañeros míos.
La clase empezó. De pronto no había pasado el tiempo. De pronto volvía a ser joven. De nuevo era inocente, inocente de todo, inocente del todo. (No sé cómo decirlo: Usaré provisionalmente, a falta de una mejor, la palabra "virgen"). De nuevo lo único que contaba era el estímulo intelectual, el pensamiento, la observación, la comparación, la crítica, la chispa mental.
He dicho que no contaré la conferencia, pero sí contaré que el estilo de María Teresa, el estilo de una profesora sutil, experimentada, cultísima, lleno de humor, de ironía, de inteligencia, me retrotrajo a los buenos tiempos de la escuela, en los que uno podía permitirse el lujo de ser brillante y encantador, y en los que disfrutaba tanto del brillo y del encanto del discurso arquitectónico (que luego he ido perdiendo en el ejercicio cotidiano y trivial de la profesión).

Me despedí de Maite con mucho afecto. Nos dijimos atropelladamente que todo nos iba bien y ella me dijo una frase que me gustó mucho, una propuesta: "Nos seguimos viendo". Yo le contesté que sí, que por supuesto, que "nos seguimos viendo".
A la salida charlé con mis compañeros y tuve otra sensación extraña: Habíamos ido cinco o seis arquitectos a escuchar, a que nos hablaran de arquitectura. Algunos viven en Toledo y apenas les supone un agradable paseo acercarse a la Fábrica de Armas y oír una conferencia. A otros nos supuso hacer unos cuantos kilómetros. Y nos decíamos que no teníamos nada mejor que hacer y que era muy agradable conducir casi una hora para acudir a este tipo de actos. Es decir, nosotros, que hace unos años no teníamos un segundo libre, enfrascados como estábamos en encargos perentorios y desesperantes, ahora nos habíamos recorrido un buen trozo de la provincia para escuchar a una profesora de Madrid que nos hablara de Root y de Wright, que nos hablara de arquitectura, que nos hablara de lo que nos apasiona y se nos había olvidado que nos apasionaba.
Bendita sea la crisis, que nos hace dueños de nuestro tiempo y de nuestras emociones y deseos. (Lo único que me falta para ser completamente feliz es alguien que me beque. Béquenme, por favor. Páguenme un equis y yo me comprometo a asistir a conferencias, clases y exposciones y a hacer trabajos, resúmenes y memorandums. Qué feliz sería. Incluso tal vez podría recuperar mi inocencia).

En todo caso, esta nostalgia de la escuela, aunque hermosamente triste, es un error. Es como preferir el juego a la vida, el ensayo al concierto, el entrenamiento al partido. A mí me entrenaron para jugar la Champions y juego en un equipo de Tercera División, pero eso no puede hacer que me pase la vida añorando la cantera en la que me crié, sino que tengo que jugar en tercera de la mejor manera que pueda, y disfrutarlo. La escuela es la preparación para salir a la calle. En la calle hace más frío, es cierto, pero es la vida real. Lo otro es como querer perpetuarse en el invernadero. Es hermoso que el estar ahora sin trabajo (¡béquenme! ¡béquenme!) nos haga echar una tarde en asistir a una conferencia, y nos haga volver a oler el perfume de una escuela, pero no nos equivoquemos. Acordémosnos de las ganas que teníamos entonces de salir de allí.
Lo bueno, lo que nos queda, son los profesores como María Teresa Muñoz, que están hablando de arquitectura, de nuestra pasión, y que están ahí, al pie del cañón (de diapositivas) para cuando les necesitemos. Nos seguimos viendo.

3 comentarios:

  1. Jugar en 3ª te permite seguir la máxima de Makinavaja. "Prefiero ganar menos y cagar a gusto"

    ResponderEliminar
  2. Maria Teresa Muñoz.


    "H.H. Richardson, la vivienda americana" próximo jueves 20 de noviembre a las 17:00h en el edificio 21 del Campus Tecnológico de la Fábrica de Armas de Toledo.


    escuela de arquitectura de Toledo, desde la Cátedra Manuel de las Casas, fruto del convenio de colaboración entre la UCLM y la Fundación LAFARGE España.


    Tenemos en la escuela otra conferencia de tu compañera este jueves!!!!!
    Me gusta mucho tu blog, por cierto

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo vi ayer, cuando fui a la presentación de "Necrotectónicas". A ver si puedo ir.
      Desde luego se lo recomiendo a todo el mundo. María Teresa sabe muchísimo del tema, y lo explica muy bien.

      Eliminar