La maldición de la arquitectura es que a las pocas semanas de estrenarse un edificio se empieza a chabolizar, y a partir de ahí sigue chabolizándose sin parar. El arquitecto lo fotografía perentoriamente y se resigna a que desde ese mismo instante se vaya degradando sin solución ni esperanza.
Siguiendo con mis argumentos del otro día, sostengo que esa inevitable chabolización es fruto (un fruto malo, pero legítimo) de la adaptación funcional de los edificios.
Por ejemplo: en nuestro clima brutal las persianas son necesarias, pero son cutres. Por eso muchos arquitectos no las ponen. Las lamas, las celosías, las contraventanas, pueden hacer la misma función y son más elegantes; pero nada hay más elegante que el vidrio desnudo, enrasado a fachada. Corolario: Al conserje de la Fundación recién inaugurada le entra un sol implacable que le pega justo en la calva, y además, ponga como ponga la cabeza, ésta le hace sombra sobre el crucigrama. Y un conserje con el crucigrama en sombra es un asesino en potencia.
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-Segunda plantaaaaaaaa –ruge.
No aprecia la hendidura de luz que alegra su chiscón. No aprecia el cerezo retorcido de fuera, enmarcado por la rendija minimalista de la fachada. No aprecia nada. No puede defenderse con nada. Solución (mala pero necesaria): tres hojas del Marca pegadas con celo por la cara interior del vidrio.
Vale; no quiero decir que las pequeñas imprevisiones del arquitecto deban ser castigadas tan duramente. Hay estores rojos, azules, anaranjados, tostados. Hay polivinilos, hay tejidos, papeles japoneses… Hay de todo, pero sabed de una vez por todas que un conserje como Dios manda siempre pondrá el Marca.
La gente tiene la sensibilidad ahí; sí, ahí mismo. A cada carencia arquitectónica responderá de la manera más inmediata y tosca posible. Puro funcionalismo, sin pretensiones ni desvíos. Pura chabolización.