En la película En busca del fuego, tres arriesgados homínidos se aventuran por un inmenso territorio para buscar el fuego que han perdido.
Tal vez la aventura entera transcurra en unos pocos kilómetros, pero la sensación de inmensidad es vertiginosa (otra vez el vértigo horizontal), y el que al final de todo consigan volver con su clan parece un milagro.
El territorio es inabordable, el planeta es inhabitable. No hay otra opción que vagar, que viajar perdidos de por vida.
El territorio no es que sea inmenso, es que es infinito. Porque, al no poder medirlo ni cartografiarlo, es imposible saber de cuánta “cantidad” de espacio se trata. Da igual que el mundo tenga cien kilómetros cuadrados o cien mil millones. La única experiencia visual es el horizonte, y al horizonte nunca se llega; nunca se acaba.
Y va el ser humano, que no puede soportar tal barbaridad, y cuadricula el mundo, y lo amojona, y lo mide, y se apropia de él.
Un mapa es la prueba palpable de la inteligencia humana, pero, sobre todo, del optimismo humano, de la voluntad y de la confianza.
Un mapa es el precipitado sólido y literal de la idea de Schopenhauer: El mundo como voluntad y representación. (Vale, ya sé que la obra de Schopenhauer no va de eso, pero en una lectura retorcida yo le veo la relación). Un mapa es la representación del mundo, pero, sobre todo, la plasmación de la voluntad humana.
Yo no sé, no quiero, ir por la vida sin señalar en un mapa mi paso por el mundo, sin conocer en un mapa dónde estoy, qué es de mi insignificante yo en este marasmo.
Mapas con itinerarios en rotulador, mapas con chinchetas de colores, mapas con todo tipo de anotaciones. Planos de ciudades. Mapas y planos plegados, arrugados, o extendidos en la pared, enmarcados o clavados a un panel de corcho.
Mi amigo Miguel Ángel Ballesteros tiene varias pasiones: una es la de las monedas antiguas, muy antiguas. Otra es la de los mapas. Os dejo varias imágenes, fascinantes, que me ha proporcionado de un mapa de la Península Ibérica de hacia 1605, basado en las planchas de Mercator pero modificadas por Hondius y Van der Keere.
Hoy el propio territorio ya es un mapa. Imagináos yendo de una aldea a otra por caminos sin señalizar, sin referencia alguna. Imagináos preguntando a unos y a otros, sin saber si os están indicando bien. Imagináos queriendo llegar a un destino inalcanzable. Hoy eso es inconcebible. Las carreteras, por humildes que sean, tienen nombre, están kilometradas, tienen señales de todo tipo. Pero recordad que hubo un tiempo en que no había nada de eso. Hubo un tiempo en que los cartógrafos andaban por el mundo con rudimentarios equipos de medición, y dibujaban mapas como paisajes, y señalaban aldeas como torres de iglesias, como puntos rojos, y rotulaban los nombres a las aldeas colocadas aproximadamente, y marcaban los accidentes geográficos no tanto con la intención cartesiana de un GPS, sino con la de guiar al viajero como el plano de la Isla del Tesoro guía a los piratas: “Tal ciudad está al pie de una gran montaña, o en la entrada de una ría, o en la desembocadura de un río”. “Y al este de aquélla, a unas cuantas leguas, está esta pequeña aldea”. Y es una maravilla ver cómo, con estas referencias, los elementos se van cerrando.
Un placer tan grande como viajar es reproducir el viaje sobre un mapa. Podemos decir que con esto nos apoderamos intelectualmente de nuestro viaje, lo entendemos. Otro tanto ocurre cuando reproducimos sobre el mapa las aventuras del héroe de una novela, o de un hecho histórico. Subimos los Alpes con Aníbal, montados sobre sus elefantes, o conquistamos Las Galias con Julio César.
El mapa, siendo una abstracción, da realidad al territorio, lo hace abordable e inteligible.
Muchas veces me he preguntado qué tienen en común la arquitectura y el urbanismo, por qué se estudian en una misma escuela, en una misma carrera, por qué se ejercen en un mismo estudio profesional. Creo que utilizan estrategias, herramientas y destrezas muy diferentes. ¿Qué tienen en común? Quizá sea una sola cosa: que ambas necesitan planos abstractos para entender con mayor realidad la realidad.
Buenas noches.
ResponderEliminarAhí me has dao!!!. Tengo muchos libros de cartografía y una, creo, muy buena sección de mapas en mi biblioteca.
Mi propio nick es el de un cartógrafo. Marino, pero cartógrafo. La expedición Malaspina cartografió desde Montevideo a Vancuver. De hecho el estrecho que separa la isla del continente se llama Estecho de Juan de Fuca que fue piloto de la Descubierta, el barco de Malaspina....de esto tenemos que hablar.
Alexandro: Los mapas me fascinan, pero no entiendo nada. El que sabe un huevo es mi amigo Miguel Ángel.
ResponderEliminarDe todas formas, de esto o de lo que sea, me encanta hablar contigo, con un par de cervezas.
(Nota.- De cartografías marinas y similares, me entusiasmó el problema de la longitud tal como lo contaba Robert Graves en "Las Islas de la Imprudencia", e incluso como lo contaba el pesadito (pero casi siempre interesante) Umberto Eco en "La Isla del día de antes").
Del problema de la longitud y su resolución a partir de la década de 1.780, con la aparición de los primeros cronómetros Harrison, hablé el jueves pasado con el nuevo padre (debería decir "padre reincidente"). Es fue, precisamente, el motivo de la Expedición Malaspina que, en 1.789, abordó la ingente tarea de cartografiar con precisión las posesiones españolas. Como imaginarás, después de Malaspina, los mapas cambiaron bastante.
ResponderEliminarPero, casi como siempre, tienes razón. Por qué motivo los humanos tenemos ese instinto de situarnos, controlar el espacio y contárselo a los demás?. Ahora los astrónomos quieren hacer eso mismo con el universo. Buen tema.
Un abrazo
tu lo has dicho: el objetivo de Malaspina era "cartografiar con precision las posesiones espanolas".
ResponderEliminarY para que creeis que el rey querria saberlo?
La palabra clave es "posesiones". Seguro que el primer mapa se hizo para dejar bien claro a todos hasta donde llegaban los dominios del jefe.
Y la verdadera historia (monetaria*, por supuesto) sobre el problema de la longitud esta en el libro de Dava Sobel
En cuanto a los astronomos... En otro post(?) hablabais de profesionales menoscabados. He aqui un caso de profesion sobrevalorada (quiza idealizada). El primer astronomo profesional seguro que fue el primer charlatan que vendio al jefe un calendario para saber cuando mandar a los curritos a que plantaran o recogieran la cosecha.
* si el euro ha sustituido a la peseta, los peseteros han pasado a ser eureros?
(que conste que no hay tildes porque escribo desde un teclado en el que no se como ponerlas)