El pasado día nueve de febrero ha muerto el arquitecto Antonio Miró. (Y yo me he enterado ayer, diez días después, porque ha tenido a bien publicar su obituario EL PAÍS. Espero y deseo que su tocayo modisto viva muchos años; pero, si acaso muriera, ¿cuánto tardaría un periódico como EL PAÍS en publicar su necrológica? Seguramente saldría en los noticiarios de la televisión y todo. Perdonad esta reflexión amarga sobre la insignificancia de la arquitectura).
Su nombre ha ido ligado durante muchos años al de su compañero Fernando Higueras, fallecido hace tres años (30-1-2008). Se perpetúa el concienzudo cliché de la pareja de arquitectos en la que uno es el artista creador más o menos loco y disparatado y el otro es el racionalista sensato. Dejémoslo así: es un cliché que funciona. Higueras era creativo, barroco, exuberante, salvaje... y Miró era racional, trabajador, metódico, aplicado... Pues bueno. El caso es que juntos hicieron obras notables.
("Corona de espinas" de la ciudad universitaria de Madrid, concurso en Montecarlo y viviendas para militares en la glorieta de San Bernardo, de Madrid).
No hablaré de su arquitectura precisa, orgánico-geométrica y potentemente plástica. Casi me apetece más hablar de su bigote.
Tuve el placer de conocer a Miró en clase de Fullaondo, en la que estaba su hijo como alumno y a la que él fue unos días a explicar algunos proyectos suyos. Como colofón nos llevó a su estudio una tarde. Un hombre amabilísimo, con un estudio fabuloso. Era muy cercano, muy amable, muy cariñoso, y tenía un potente bigote que dividía en dos su cara alargada y bonachona.
Hablaba muy bien, y transmitía amor por la arquitectura, sabiduría y seguridad.
Fullaondo nos contaba, supongo que en broma, que Higueras y Miró se conocieron haciendo la mili como alféreces, haciendo desfilar en la instrucción a las filas más curvas y serpenteantes de reclutas que uno podría imaginarse. Los calificaba, entre risas, como los peores alféreces del mundo, entregados siempre a la línea orgánica, a la curva natural, más que a las rectas líneas militares. Según Fullaondo, la mutua y recíproca constatación de su ineptitud militar fue la que les hizo amigos.
Las historias que contaba Fullaondo siempre tenían una verdad escondida o de segunda vuelta. Por eso repito aquí esa broma.
Higueras murió de una forma un tanto lamentable, entre broncas de justa indignación, enfrentado a todo y a todos. Miró ha muerto discretamente, silenciosamente, me imagino que con la suave sonrisa tímidamente escondida tras su espeso bigote. Así le recuerdo.
Hace aproximadamente 20 años cojimos un amigo ( Higinio el del volante ) y el que escribe el coche para ir a ciudad universitaría a enterarnos de que se estudiaba en diferentes carreras. Cuando ya nos ibamos de vuelta a casa, vimos el edificio "Corona de espinas" y dijo mi amigo. Para ahí, que vamos a ver que se estudia en ese edificio porque tiene que ser chulo.
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