La profesión nos lleva por donde quiere, y a mí me ha llevado durante tres décadas y media de pueblo en pueblo, a salto de mata, sobre todo por la provincia de Toledo. También por la de Madrid y, muy esporádicamente, por las de Cuenca y Ávila.
En estos trotes he salido a menudo de casa muy temprano y en ayunas, con la esperanza de desayunar de paso por algún pueblo. Mi colección de fracasos ha sido escandalosa. El último hoy mismo.
Ayer por la tarde quedé telefónicamente con un cliente para verlo hoy a las nueve de la mañana en su casa, que está en un pueblo de la provincia de Toledo por el que he pasado de largo varias veces, pero que no conocía. Así que, previendo que iba a levantarme temprano y que iba a tomarme en casa tan solo un café bebido, y escarmentado de pasar por cada pueblo intermedio con los ojos atentos y sin ver ningún local mínimamente hospitalario (para acabar desayunando en un antro un desabrido café con una antipática pareja de magdalenas industriales en camisa de plástico)(1), me documenté. Tiré de Google y le pedí que me buscara churrerías en ese pueblo o en otro cualquiera de mi camino. ¡Bingo! ¡En el de mi destino había una!
Más interesado en ver su ubicación que la de la casa de mi cliente, vi además unas cuantas reseñas muy favorables. Pues asunto resuelto: Hoy iba a desayunar como un sátrapa oriental pero castizo: un buen café con leche (o a lo mejor hasta un chocolate, ya ves tú) con un par de porras (o a lo mejor tres, que de perdidos al río).
Así que hoy he ido confiado a ese pueblo, sin necesidad ya de pasar por los intermedios mirando a todos lados buscando algún sitio medio decente y con riesgo de tener un accidente. No: Hoy iba sobre seguro. Iba a un pueblo próspero y civilizado que tenía churrería. Mi mirada al frente, mi pulso firme, mi determinación optimista y confiada.
Pero cuando por fin he llegado he visto que la churrería estaba cerrada. Y debía de llevar cerrada más de cinco años, a juzgar por la mierda que había acumulada al pie de la puerta y por lo roñosa que estaba esta.
Y me he encontrado de nuevo en un sitio inhóspito de la España Deschurrada, sin saber dónde y cómo podría desayunar. Y me han venido de golpe toda el hambre y todo el desaliento. Más que hambre, un vacío triste y macilento en el estómago estragado. Qué ganas de llorar.
He preguntado a uno que pasaba por la calle y me ha mirado con cara rara, como diciéndome que la gente decente desayuna en casa. Me ha señalado la plaza del ayuntamiento y me ha dicho que ahí había dos bares.
He ido, me he asomado, y he comprobado que, en efecto, la gente decente desayuna en casa, y a los bares va por la mañana a tomarse el carajillo o el botellín con "alcahueses". He mirado primero en un bar y luego en el otro y no he visto sobre los mostradores no digo ya unos churros, sino al menos bollos, bizcochos, magdalenas... nada. Así que he salido a la calle, he visto una panadería, me he comprado una bolsa de palmeritas industriales muy pringosas y me he ido con ellas al coche, donde me las he comido a palo seco.
La segunda palmerita se me ha atragantado y me ha dado tos. Una tos seca y perruna que me ha terminado de sacar de mis casillas. Me he puesto a golpear el volante con rabia, a gritar: "¡Noooooo!" y a terminar llorando como Scarleth O'Hara y jurando como ella:
-¡A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre de churros!
Esto he jurado esta mañana y ahora no sé muy bien qué hacer. No sé por dónde empezar mi lucha. (Soy de arranque de caballo y frenada de burro). Tan solo se me ocurre proponer una cosa para que quien tenga autoridad actúe. Y como mi campo es la arquitectura y el urbanismo, lo primero que pienso es por esa vía.
¿En qué entornos vivimos? ¿Cómo podemos soportar tanta hostilidad? Los poderes públicos, atentos a la calidad de la vida humana, han de actuar. ¿Acaso no proponen estándares mínimos de zonas verdes, parcelas dotacionales y demás servicios por cada tantos metros cuadrados construidos o por cada cuántos habitantes? Pues que instauren la unidad churro.
La idea es fácil: Un cálculo de churrerías por cada cinco mil habitantes. Para empezar, hágase un diagnóstico con las que ya hay. El urbanismo siempre está haciendo índices de calidad de vida. Para ello constata cuánta basura se produce por habitante y día, cuanta agua, cuánta electricidad, cuántos kilómetros en transporte público, etcétera, se utilizan diariamente por persona. Así se puede estimar qué deficiencias hay en la calidad de vida de los ciudadanos.
Pues bien: Echar la cuenta de cuántas churrerías hay en cada ciudad, en cada barrio y en cada pueblo se me antoja imprescindible y urgente. Mapeemos el suministro churreril de la población. Tomemos la temperatura de su felicidad churrera.
Y una vez hecho ese diagnóstico, tómense y aplíquense inmediatamente las medidas correctoras necesarias. Sé que esto no es cosa de un día. Tengo paciencia. En principio dejaríamos exentos de churrerismo obligatorio a los municipios de menos de cinco mil habitantes, y para los demás aplícaríamos una unidad churro (1 churrería/5000 habitantes)(2)(3).
A partir de ahí, los municipios y las zonas que quedaran con menos de una unidad churro (< 1 uch) sufrirían la paralización urbanística. No se autorizaría ningún nuevo desarrollo hasta que no alcanzaran aquel mínimo.
Por el contrario, si un plan de desarrollo propusiera subir la "uch" por encima del mínimo se le podría dar más edificabilidad y densidad. A más unidades churro más unidades de aprovechamiento.
Habría que distinguir, por supuesto, como en cualquier otra dotación, los sistemas locales y los generales. Por una parte habrá churrerías de ámbito municipal (la de la plaza mayor, la de enfrente de la iglesia, etc) y por otra las de cada sector urbanizable. Eso parece obvio. Y habrá un índice uch para todo el municipio y otro para cada zona. Por supuesto, las deficitarias serán paralizadas inmediatamente.
Naturalmente, no se permitirá prever en los planes unas churrerías tan solo para cumplir y para pillar aprovechamiento y luego abrirlas de mala manera y dejarlas morir al poco tiempo, cuando los objetivos urbanísticos se hayan conseguido. No: Con cada programa deberán constituirse entidades urbanísticas de conservación que se encarguen del mantenimiento de las churrerías, incluso si al principio tienen pérdidas. (El lucro urbanístico bien se puede permitir mantener las churrerías a punto). Por supuesto, los agentes urbanizadores habrán de depositar los avales necesarios para garantizar todo esto.
Sé que hay mucho por pulir y por aquilatar. Por eso pido equipos que se dediquen a desarrollar todo esto que digo, que es tan solo lo que he venido mascullando mientras conducía de vuelta a mi casa, atravesando pueblos áridos de churros, vecinos ayunos de alegría, vidas sórdidas sin una mala porra que llevarse a la boca.
Nuestro interés y nuestra vocación por el urbanismo como una disciplina al servicio del desarrollo de la sociedad y de la felicidad humana nos conmina a implantar urgentemente la unidad churro.
(1).- En algunos de estos bares de pueblo con la tele a todo volumen y los taburetes de escay te pueden ofrecer un montado de lomo, un pincho de tortilla o incluso unas croquetas recalentadas. Yo me tomo eso con gusto a media mañana, con una cerveza, pero para desayunar necesito un café con leche, colacao o incluso chocolate con churros, porras, tostada, bollería o bizcocho. Recuerdo que mi ex socio disfrutaba con un pincho de tortilla con café con leche. Yo no lo podia comprender. ¿Qué somos? ¿Bestias? El pincho de tortilla va con cerveza o vino, y no es para desayunar. A ver si nos vamos entendiendo. Por la misma razón, tampoco puedo tolerar las tostadas con tomate para desayunar con un café.
No he podido dejar de acordarme de un viejo lema del mayo francés:
ResponderEliminar"Soyez rèalistes, demandez l'impossible".
La "uch" como determinante de planificación urbanística. Magnífica idea para presentar como proyecto a la UE y que concedan fondos para su inmediata aplicación.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó
José Ramón, querido amigo, ¡hijo de mi vida!
ResponderEliminarComo bien sabes, pues alguna vez hemos hablado e incluso alardeado de ello, comparto contigo plenamente esa admiración tuya por las buenas churrerías que tan bien nos recreas ahora; y por ende la añoranza y desazón que a muchos como a ti nos provoca su ausencia. Suscribo y apoyo humilde pero a la vez firme y activamente por tanto, todas y cada una de las propuestas que planteas al respecto.
Acabo de leer esta entrada y quiero decirte que la he disfrutado mucho. Todavía me estoy riendo, a pesar de lo difícil que es hacerlo hoy en día, dada la falta de motivos que tenemos para hacerlo, y la sobra de motivos que tenemos para justo lo contrario. Solamente por eso, ya se podría calificar esta entrada de terapéutica, haciéndote tú acreedor como mínimo a un opíparo desayuno en la mejor churrería que exista, tomado con pausa, sin prisa, con deleite, como nos gusta saborear las cosas buenas de la vida. Te emplazo pues para cuando quieras a visitarme en Valladolid, con la promesa de invitarte a uno de los mejores chocolates con churros y/o porras que puedas probar hoy en día. Sé que tú eres exigente en eso, pero también sé que yo seré capaz de satisfacer plenamente tus expectativas.
Me ha sorprendido mucho ese indicador, que deberías patentar, de la “uch”, o “unidad de churro” que comparte siglas, aunque en este otro caso en mayúsculas, con otro indicador que, aunque aquí no venga a cuento por lo dispar de tema al que afecta, no voy a renunciar a comentar aprovechándome de tu infinita hospitalidad y ya de paso de tu también infinita y probada paciencia.
La UCH, atento, fue también durante aproximadamente dos décadas, entre principios de los 90 y finales de la primera década de 2000, la “Unidad de Complejidad Hospitalaria”. Se utilizó en la contabilidad de costes de los hospitales públicos para, entre otras cosas, medir la mayor o menor eficiencia de éstos, utilizándose también como unidad de financiación.
La UCH se concibió partiendo de una idea, la de financiar a estos centros en función de su actividad, pero no solo cuantitativa, sino también cualitativa; estableciendo una especie de cuenta de resultados en la que los gastos del periodo analizado, normalmente un año, debían equilibrarse con los ingresos teóricos generados por la actividad realizada en ese mismo periodo, pues de no hacerlo siendo superiores aquéllos a éstos, habría que recurrir a lo que se dio en denominar “subvención a la explotación”, que de existir sería indicador de ineficiencias a corregir, tanto mayores cuanto mayor fuera su importe.
La UCH se calculaba multiplicando el número de altas producidas en un hospital a lo largo de un periodo, normalmente un año natural, por el peso medio (pm) de esas altas; siendo ese peso medio el índice de complejidad de la mismas, obtenido tras complejos procesos informáticos que utilizaban finalmente al efecto los GRDs (Grupos Relacionados de Diagnósticos); dicho así, necesariamente muy resumido.
Después de todo este rollo, fruto de la casualidad, mira que me gustaba a mí esto de la gestión hospitalaria y más concretamente esto de las “UCH”… Pues que sepas que desde ya se han visto aquéllas muy ampliamente superadas y por supuesto relegadas por tus “uch”.
Espero que , al menos, con el cliente haya ido todo bien
ResponderEliminarLa ACCPT (Asociación de Cruasanes Comestibles Para Todos) se adhiere a tu propuesta (luchemos por algo tan justo, aunque seamos competencia)
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