Mi estudio es un local en planta baja que da a un soportal. Tiene tres puertas de calle, una por cada módulo de la galería porticada. Un rollo, porque, aunque tengo una ligeramente resaltada por una placa, la gente que pretende entrar lo intenta hacer por cualquiera de las tres.
Están cerradas (esto no es una panadería), pero los visitantes pretenden que estén abiertas y empujan. Me levanto a abrir la puerta en cuestión, pero en ese momento el visitante se aburre de probarla y se va a otra de las tres. Todas tienen vidrio, y desde dentro lo veo forcejear. Intento seguirlo, pero vuelve a cambiar de puerta y estamos así un rato jugando al gato y al ratón.
Me digo siempre que lo que tengo que hacer es, esté el visitante donde esté, abrir la puerta principal (la que al parecer solo yo considero principal), que además -dado el amueblamiento interior- es la mejor para acceder, y esperarle en ella. Pero de pronto llaman a mi espalda y se me olvida. Mi instinto me lleva a acudir allí y de nuevo juego a las persecuciones.
Hoy ha venido uno en ese plan. Hemos estado un ratito fintando y driblando. Y encima me he liado con la mascarilla mientras le seguía. No; la cosa no ha empezado nada bien. Y a partir de ahí no ha hecho más que empeorar.
Al fin le he abierto, lo he hecho pasar y le he sonreído con mi mejor sonrisa mientras le brindaba asiento.
Se ha sentado y me ha empezado a contar una historia llena de sordidez.
-Yo vivo en la calle X -aquí al lado-, en un chalet adosado. El anterior propietario amplió el sótano e hizo un apartamento.
-¿En el sótano?
-Sí. Tengo alquilado mi sótano a una familia. En realidad son dos apartamentos en el sótano. Lo que pasa es que el anterior propietario los hizo sin licencia, y yo los quiero tener legales. Por eso quiero que me haga usted un proyecto.
-Pero vamos a ver... ¿Dos viviendas en sótano y otra sobre rasante? Pero eso ya no es una vivienda unifamiliar... Además la habitabilidad en sótano... Y las plazas obligatorias de aparcamiento... Y también...
(Ufff. ¿Por dónde empiezo? Me sentía como Marcos Mundstock desde el minuto 5:03 hasta el 5:33 de este vídeo:)
-Tranquilícese...
-No, si yo estoy muy tranquilo.
Apenas me he atrevido a decirle, y muy suavemente, que en las normas de este municipio no se admite la habitabilidad bajo rasante. No me ha entendido (los malos veredictos nunca se entienden), pero como esa casa está a cinco minutos andando de mi estudio y como en el fondo tenía una enorme curiosidad por si iba a ver un rascainfiernos (uno siempre espera el milagro), he accedido a ir a ver aquello por la tarde.
A las cuatro y media me he plantado como se plantó Dante ante la puerta del infierno. En el comienzo de la Divina Comedia cuenta que se encuentra en una selva oscura. Unas fieras le amenazan y ve que está perdido. Cae a un profundo lugar en el que el sol calla (I sol tace). Es el infierno.
El dueño me estaba esperando en la entrada. Desde la calle hay una rampa que baja un metro aproximadamente hasta la puerta del garaje, y la planta baja de la casa está elevada un metro y medio más o menos. Es decir, el sótano es un semisótano. Me he imaginado las escasas ventanas de atrás y cuánto partido les habría tenido que sacar el intrépido zulista.
Confieso que tenía curiosidad. He accedido a la planta baja, he saludado a una mujer y a un niño que se ha escondido tímidamente. Me han hecho salir al patio trasero y me he quedado de piedra. La ampliación que había hecho el anterior propietario consistió en prolongar el semisótano original del garaje hasta ocupar toda la parcela. El patio completo de la casa era, por lo tanto, una terraza al nivel de la planta baja a un metro y medio por encima de los patios de las viviendas colindantes por los lados y por atrás. En el suelo de esa terraza no había ni siquiera una claraboya, ni un tragaluz, ni una baldosa translúcida. Nada. El sótano debía de ser verdaderamente el infierno dantesco.
Bajamos y, en efecto, la única luz era la de las bombillas. No había ni un solo resquicio por el que entrara la del exterior. Tampoco había ni un respiradero.
Había materiales de construcción: sacos de cemento, baldosas, algunos rasillones. Se veía que el actual propietario estaba revistiendo lo que el anterior había dejado en bruto.
El único hueco de fachada era la puerta del garaje, pero estaba condenada y era de chapa opaca.
El dueño me ha empezado a enseñar muy ufano sus dos apartamentos subterráneos. Yo solo podía ver trasteros (pero hasta los trasteros necesitan alguna ventilación). No había muebles. Estaba todo en obras de revestimiento de suelos y paredes.
Me ha insistido en que quería que todo eso fuera legal, porque él era persona decente y no quería seguir teniendo inquilinos de extranjis, que no se podían ni empadronar ahí ni nada. Me ha parecido entender que también los había heredado del anterior propietario.
Yo le he intentado decir que eso era imposible. Pero no sabía por dónde empezar. Si no entiende por sí mismo que esos apartamentos no son ni siquiera un poco inhumanos qué puedo yo decirle.
En esa situación tan incómoda ha salido (no sé de dónde; hasta es posible que el sótano se prolongue bajo las casas de al lado) una mujer en delantal batiendo un huevo. Yo he pegado un grito porque la he visto así:
Pero en realidad era así:
Si ya estaba en una situación incomodísima esto ha sido definitivo. Si había estado intentando buscar las palabras para negarme y para hacerle comprender al dueño que eso no podía ser, he desistido del todo. ¿Qué decir? ¿Qué hablar? No he podido hacer otra cosa que:
A pesar de todo, tan simpático cómo siempre!
ResponderEliminarQué bueno! 😂😂😂
Una vez más, te has superado. Mágnífica entrada con la que creo que todos los arquitectos nos podemos identificar. Gracias
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