Le acaban de dar el premio Pritzker al arquitecto portugués Eduardo Souto de Moura. (En los periódicos, al premio Pritzker siempre lo llaman “el Nobel de la arquitectura”, lo que me parece un claro signo de papanatismo. Es como cuando llaman a cualquier premio “el Oscar de…”).
De Souto de Moura hay mucho escrito y publicado, y no es este el lugar donde explicar quién es. (Ya he puesto el enlace a la wikipedia para una documentación urgente y perentoria).
Más bien os diré lo que opino de su obra. Pero opino demasiadas cosas y, como me conozco y sé que propendo a la diarrea verbal, escribiré sólo sobre una chorradita en una celosía.
En esa celosía hay un cuadrito que se sale de madre, y en ese cuadrito, en esa boutade (en francés se dice boutade; en español se dice salida de pata de banco), quiero ver la excepción a la regla, la reserva mental, el derecho a protestar o a rebelarse. A ese cuadrito le veo vida propia y afán rebelde. Y tomo ese cuadrito para que me ayude a ver un par de cosas en la arquitectura de Souto de Moura.
Podemos decir, sin temor a equivocarnos demasiado, que la obra de Souto de Moura es racionalista, funcional, canónicamente moderna. Pero en cada uno de sus edificios hay un cuadrito cabezota y protestón, un “sí, pero”, una cana al aire fuera del rigor del conjunto.
Siempre estamos a vueltas con lo mismo: racionalismo contra intuición, orden racional contra expresionismo, contra ansia de libertad, contra vida. Souto ejemplifica muy bien esta lucha. Cree en la racionalidad, en la geometría, en el método, y su obra es limpia y clara, iluminada por estas certidumbres. Pero sabe que esta cuadrícula no es suficiente. Agradece el papel pautado para escribir cómodamente, pero se reserva el derecho a saltarse los renglones, a hacer una llamada en diagonal o a trazar una elipse o una estrella con rotulador gordo cada vez que le apetezca. El racionalismo, el papel rayado, es una herramienta, y la usa en cuanto le sea útil, pero no por ello se ve obligado a seguirla usando cuando le oprima o le fastidie.