Hoy he tenido un "¡chinita!" No es el primero; ni el quinto; ni el décimo. Sí que espero con todo mi ser que sea el último, pero quién sabe.
Esta es la forma en que muchos se dirigen a nosotros, y, como en el fondo nos merecemos ese trato, acudimos dóciles como la chinita de la película.
Yo he sido chiniteado cien veces a la cara, por teléfono, por correo electrónico, o -como hoy- por WhatsApp. Os voy a contar cómo ha sido porque lo tenemos tan asumido que a veces no nos damos ni cuenta de la humillación y nos creemos que es una forma correcta de ser tratados. Desde luego, quien se dirige a nosotros no se da cuenta; lo suelta así, como si cualquier cosa.
Me han entrado dos mensajes seguidos de un número de teléfono que no conozco. Jamás he tenido relación con ese personaje:
Vale. No vemos insultos, ni ofensas explícitas, y para un ojo inexperto el trato es correcto y educado. E incluso, repito, para el emisor de esos dos mensajes todo está bien; no es consciente de que pueda molestar al receptor, y por supuesto no es esa su intención. Pero yo debo de estar ya demasiado quemado a estas alturas de mi vida, porque veo de todo. Os lo explico:
Lo primero es que no me conoce de nada, ni yo a él. Manda un mensaje a un arquitecto que ni sabe quién es y le pide un presupuesto urgente. Además considera que con los datos que da es suficiente para valorar el trabajo. No hay que saber más. Se le ha de contestar ipso facto con una cifra. Y ya está.
Es obvio que le ha mandado eso mismo a un número indeterminado de arquitectos (¿entre cuatro y ocho?), y espera recibir otras tantas cifras. Como no conoce a todos los receptores de su mensaje (y es incluso posible que no conozca a ninguno) no puede tener ningún otro criterio de selección que el precio. Llamará al más barato y asunto resuelto.
Antes lo normal era que te dijeran que habían visto una casa que habías hecho y les había gustado, o que eran amigos de Fulano, que les había hablado bien de ti. Esas cosas. Saber con quién te estás jugando los cuartos. Y concertaban una visita a tu estudio.
En esa visita te contaban qué querían y se hablaba de muchas cosas. Al final había un momento mágico (mentira; nunca lo ha habido; era solo un espejismo) en el que parecía que tú les entendías a ellos y ellos a ti. Y ya sí podías aventurar un presupuesto, haciéndote una idea de qué tipo de trabajo querían y/o necesitaban. (Y ojo: ese tipo de trabajo no es "vivienda aislada - 70 m2 útiles - planta baja". Con esas tres condiciones se puede hacer un trabajillo cutre de aliño o una labor profunda, estudiada y bien desarrollada y detallada. Se puede resolver en un pispás o hacer un trabajo serio).
Pero es que además ese constructor también se la juega: ¿Va a dar con un arquitecto muy tiquismiquis o con uno más bien de manga ancha?, ¿con uno muy eficiente o con uno muy chapucero que va a dejar mil cosas sin definir ni resolver?, ¿con un fanático de las losas de hormigón, de los postesados, del acero, de la madera, de los prefabricados? Si ha decidido quién va a ser su arquitecto por quinientos o mil euros de diferencia puede ser que dé con uno que acabe haciéndole gastar bastante más. ¿Cómo saberlo?
Pero no: El constructor lo tiene todo atado y bien atado. Ha diseñado ya la casa con el propietario y sabe cómo la va a construir, con qué materiales e incluso con qué adornos. Solo necesita un titulado y colegiado que le redacte un documento que se llama "proyecto de ejecución", se visa en el colegio profesional y se presenta en el ayuntamiento para obtener la preceptiva licencia. Todo lo demás que haga el arquitecto (incluso visitar la obra) solo sirve para estorbar, y ya se encargará el constructor de mantenerlo alejado y desactivado. (En caso de que el técnico saliera rana, pejiguero o tocanarices siempre hay tiempo de despedirlo o incluso de hormigonar la zapata 6 a arquitecto perdido. Pero esto no pasa nunca: Un arquitecto que se ha bajado los pantalones tanto como para ganar ese siniestro y vergonzoso concurso de honorarios a la baja está ya tan domado que se plegará a lo que haga falta).
Otra cosa interesante de esos dos mensajes de WhatsApp es que no me los mandan los interesados-propietarios-promotores, sino el constructor. No digo yo que los arquitectos tengamos que ser los enemigos de los constructores (eso nunca funciona, y si les declaramos la guerra siempre la vamos a perder), pero sí que los tenemos que dirigir y supervisar. Estamos en la obra defendiéndola y defendiendo los intereses de los propietarios, que son quienes nos contratan, y para ello debemos exigirle al constructor que haga las cosas como creemos que deben hacerse, e incluso llegado el caso tenemos que ser capaces de ordenarle que demuela una partida mal ejecutada y la vuelva a hacer. ¿Cómo vamos a hacer eso si es el constructor quien nos contrata? ¿Cómo pueden dejarle los propietarios que sea él quien elija arquitecto? No tiene sentido.
Pero es que ya estas cosas cada vez tienen menos sentido. Todo está desvirtuado y prostituido. El arquitecto cada vez asume más responsabilidades y al mismo tiempo cobra cada vez menos y pinta cada vez menos en la obra. Ahí todo el mundo decide menos el arquitecto, pero si algo sale mal y alguien acaba demandando a alguien es él quien tiene toda la responsabilidad. Somos un colectivo idiota y nuestra profesión es cada vez más idiota.
De este episodio solo siento muchísimo una cosa: la manera como le he contestado. Mirad que soy ya viejo y experto, pero he picado como un jovenzuelo. He cometido el enorme error, urgido por el plazo, de contestarle inmediatamente, en caliente, sin tomarme mi tiempo para serenarme. En esa respuesta inmeditada he hecho algo imperdonable: he sido muy amable.
Le he explicado que estoy en proceso de jubilación y que ya no acepto encargos nuevos, que lo sentía mucho pero no le podía pasar presupuesto de honorarios. Ah, y para mi definitiva vergüenza terminaba dándole las gracias por haberme tenido en cuenta. (¿Se puede ser más imbécil?) Como es obvio, ni se ha molestado en contestarme para desearme suerte y despedirse como un caballero.
Precisamente mi privilegio es que no necesito ese encargo y que me podía haber dado el lujazo de contestarle con socarronería, burlándome de todo aquello, o al menos mostrándome muy superior a todas esas tristes circunstancias. O podría, tan solo, y ya que era eso lo que me pedía, haberle contestado con una cifra astronómica, como mandándole a la porra. Pero no; son muchos años de humillación y, aunque en este blog me desahogo, en el mundo real soy un mierdecilla sin orgullo ni dignidad. (Bueno, menos mal que tengo el blog).
Nota para añadir aún más tristeza.- Si esto que cuento os parece humillante esperad, porque la cosa puede empeorar aún.
Tú te apuntas gratis y te llegan solicitudes ya caducadas o inviables, y te animan a que te hagas una cuenta premium, en la que por un módico precio se comprometen a pasarte equis solicitudes de presupuestos al mes.
Ojito con las plataformas de pago para que te lleguen encargos.. la mayoria son bots que te mandan mensajes aleatorios para que tu les envies presupuestos y vayas pagando y pagando.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Eso sí que no lo sabía. El colmo y el requetecolmo. Verdaderamente no hay situación tan abyecta que no pueda empeorar aún más.
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