La mayoría de la gente que necesita un arquitecto no es para que haga arquitectura. Eso de la "arquitectura" es un concepto demasiado sofisticado y casi siempre inalcanzable.
En mi triste experiencia, casi todos los que han recurrido a mí alguna vez lo han hecho para que les resolviera la ardua papeleta de un trámite burocrático, y yo, como casi todos mis compañeros, casi siempre lo he entendido mal y he querido creer que buscaban en mí un "algo" casi inefable. Siempre he buscado la ocasión, incluso con ansia y con desesperación, de hacer arquitectura. Pero no; no era eso.
Me llama, por ejemplo, gente que algunas veces en casa se junta con muchos amigos o familiares y en esos momentos de celebración las comidas se les hacen muy incómodas en el salón. Entonces se les ocurre acristalar el porche y el ayuntamiento les da el gran disgusto: Necesitan un arquitecto. En esas circunstancias lo que menos quieren es que yo les hable de luz, de espacio, de circulaciones, de formas... Tampoco es el momento de sacar los lápices de colores. Soy un petulante y un estúpido. Es como si necesitaran que alguien ducho en seguros les rellenara un parte de accidente y dieran con un gilí que quiere creerse poeta.
Descripción del accidente: "Ya la Aurora de rosados dedos bañaba de plata el horizonte cuando el vehículo 'A', raudo cual el équido Bucéfalo..." No, así no vamos a ningún lado. Quién ha contratado a este imbécil.
Durante casi toda la historia de la humanidad la inmensa mayoría de la población ha sido analfabeta, y en los escasísimos momentos en que lo ha necesitado ha recurrido a un escribiente profesional para que le solucionara el trámite que fuera.
Mucho más cerca de este tiempo, por ejemplo en las milis de nuestros padres (o abuelos, que ya sé que sois muy jóvenes), casi todos los reclutas sabían (nominalmente) leer y escribir, pero era algo que no habían ejercido casi nunca y con lo que no sabían desenvolverse. Así que recurrían a algún compañero más curtido y suelto que dominaba el fino arte de escribir unas preciosas cartas de amor a las novias de todos ellos. Eran cartas rimbombantes, llenas de adjetivos de una cursilería casi obscena, pero que a todos los clientes les parecían divinas (y a las receptoras más; e incluso pensaban: "Cuánto le está cambiando -para bien- la mili a mi novio").
También circulaban muchísimo (y esos sí que los he visto yo) unos libritos llenos de ejemplos de cartas: comerciales, de amor, para pedir trabajo, de invitación, de pésame, de felicitación...
Eso es lo que somos casi todos los arquitectos: unos profesionales que les escriben a los clientes las cartas que ellos no saben. Y las escribimos para el ayuntamiento, pero nos obstinamos en pensar que estamos escribiendo cartas de amor; de amor verdadero, de amor inmarcesible, de amor eterno, de amor sentimental, de amor... ¡Que te calles ya y me hagas los planos! Nadie quiere tu vocación, ni tu amor, ni tu pasión. Cíñete a lo que se te pide.
Somos la voz que clama en el desierto, el enamorado apasionado, el poeta del hambre:
Doña Sol Benjumea dio órdenes a su criada.
-María Salomé, dale una perra al loco y que se vaya.
Seguimos en la higuera, molestando como de costumbre. No nos entra en la cabeza: Quieren acristalar esa terraza o hacer una piscinita en ese rincón del patio. Y ya. A lo mejor quieren una casa, y entonces sí que nos da la locura. El milagro de habitar. Nos lanzamos a soñar con que vamos a diseñar la nueva Villa Saboya-Tugendhat-Kaufmann cuando lo único que quieren es una casa.
O, dicho de otra manera, ya nos lanzamos a joycear o a faulknear, o a valleinclanear o a garcíamarquezear, cuando lo único que quieren de nosotros es algo muy sencillo, que escribamos con buena letra y pulso firme:
La presente es para comunicarle que después de sus seis intervenciones la cisterna del váter sigue perdiendo agua...
Dicen que un geómetra no euclidiano o un físico cuántico deben tomar las medidas para el armario como las tomaríamos tú y yo, igual que un escritor de vanguardia deberá escribir el parte de accidente con lenguaje común y estilo lo más sencillo posible para que las compañías lo entiendan. Todo lo demás es marear la perdiz, no ayudar a nadie y dar la nota para nada.
Reservemos nuestra vocación y nuestra pasión para cuando alguien las necesite y nos las solicite que va a ser... a ver... yo creo que nunca.
(Bueno, vale, perdón. Lo dejo en casi nunca... O en muy pocas veces... De acuerdo, lo dejamos en algunas veces. Mucho ánimo, mucha suerte, mucha dedicación y mucha paciencia; y cuando no sea una de esas veces haced un trabajo lo más aplicado y eficiente posible). (Y cobradlo).
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