A David García-Asenjo Llana y a
Carmen Martínez-Raposo Piedrafita
El libro de David García-Asenjo que cité la semana pasada tiene la virtud, como todos los libros buenos, de contener muchas capas de lectura y, sobre todo, muchas cosas que no tiene expresamente, pero que arraigan en cada uno de los lectores y allí (aquí) germinan como pueden.
Hacia el final se cuenta, con un tono y un ritmo excelentes, una historia emocionante que voy a glosar un poco a mi manera y que, a su vez, genera en mí una reflexión cuyo resultado final ya no está explícitamente en el libro, pero, al menos para mí, sí puede ser inferido de él. (Y luego de ahí tal vez pase a proferir algún exabrupto sobre el que ya el autor sí que no tendrá ninguna responsabilidad).
La iglesia de Santa Ana de Miguel Fisac, en el barrio de Moratalaz, en Madrid, es una de las obras maestras de este gran arquitecto, y una de las iglesias pioneras en responder a los cambios litúrgicos y a los nuevos tiempos propugnados por el Concilio Vaticano II.
No voy a entrar a describir ni a valorar esta magnífica iglesia (si para algo valiera este blog debería ser precisamente para eso, pero no paro de decepcionar a todo el mundo) porque ya lo hace espléndidamente David García-Asenjo en el libro mencionado: Manifiesto arquitectónico paso a paso y también lo han hecho otros autores, particularmente Eduardo Delgado Orusco(1).
No explicaré la iglesia. Para eso tenéis los dos libros que digo. Sí os contaré, en cambio, que una de las hijas de Fisac, Anaick, murió con seis años de edad a causa de una vacuna contra la polio en mal estado. (En aquella época eso fue, trágicamente, algo bastante frecuente).
Imaginaos el dolor de Fisac, de su esposa Ana María Badell, y de su otra hija, Taciana. Pero eran una familia cristiana, profundamente creyente, y sublimaron su pesar en su fe. En el caso del padre, Miguel, consagró todo su talento, todo su trabajo y todo su esfuerzo a diseñar esta iglesia y a dedicársela a su hija.
Fotografía de David García-Asenjo. (Todas las de
esta entrada son suyas y están tomadas de su libro).
Sobre el movimiento en el sentido transversal y la relación de los fieles con los distintos momentos de la celebración me vuelvo a remitir al libro de García-Asenjo. Solo diré aquí que las paredes y el techo son de hormigón, y que sobre el presbiterio hay un lucernario que hace entrar una luz redentora que resbala en el muro curvo del fondo, que a su vez presenta tres concavidades que son tres lugares de espacio salvador. De izquierda a derecha de los fieles, el lugar de la palabra, con el ambón y la sede, el lugar del sacrificio, con el altar, y el lugar del sagrario, con la reserva eucarística (el cuerpo de Cristo).
En ese espacio tembloroso, emocionante y desnudo, el arquitecto necesita al artista. Fisac le encomienda a José Luis Sánchez que esculpa las estatuas que han de dar cuerpo, carne y figura sensible a estos espacios abstractos. Las esculturas son también muy depuradas, muy descargadas, pero no abstractas: Son imágenes reconocibles y "adorables" que completan el espacio arquitectónico.
En principio el programa iconográfico debería tener el crucificado en la concavidad del altar
y Santa Ana con la Virgen María y el niño Jesús en la de la sede y la palabra.
(Ambas son de hormigón dorado, y la cruz es de pletinas metálicas).
Estas eran las únicas dos esculturas que estaban previstas en la iglesia. Ellas solas iban a poder dar un anclaje a la fe y a la tradición y a canalizar todas las necesidades de iconografía.
Pero en algún momento el arquitecto le pidió un gran favor al escultor:
-Quisiera que hicieras un retrato de mi hija Anaick, una imagen votiva que colocaremos junto al sagrario.
La tercera concavidad no tenía prevista ninguna estatua. Con el sagrario era más que suficiente. Es, además, la única de las tres que recibe luz independiente y exclusiva. Hay al fondo una vidriera de colores cálidos que le dan un gran valor a ese espacio: que lo sacraliza y lo hace digno de acoger a Dios. No es necesario nada más.
"Y sin embargo yo querría que ahí estuviera mi hija, que ya está en el cielo y a quien Dios Nuestro Señor ha acogido".
(No sé por qué me viene a la cabeza Vito Corleone con el cuerpo de su hijo Santino: Haz tu arte. No quiero que mi mujer lo vea así).
El escultor, emocionado, retrató a la niña, que por el estilo tan desnudo y esencial es tanto ella como todas las niñas del mundo, y fue colocada en ese tercer hueco del muro. Tiene un vaso en las manos en cuyo interior hay una luz roja.
(Sin embargo, aunque ya digo que asocio la escena con la de El Padrino porque un padre atormentado le pide a un artista que recupere la imagen de su hijo/hija, lo de Fisac no tiene nada que ver con lo de Don Vito: Ambos quieren ver la mejor representación de sus hijos, pero el italoamericano la necesita para despedirse de ella con el mejor sabor de boca posible y el español la quiere para constatar ante los demás que su hija está en el cielo; para que todos se alegren de ello y todos a su vez tomen valor y serenidad, y también seguridad, para cuando les llegue la hora).
Uno se queda con una gran curiosidad porque David García-Asenjo no pone en el libro la foto de esa figura votiva de la que habla.
(Le pregunto si tiene alguna y claro que la tiene, y además me la facilita generosamente y me autoriza a ponerla en este blog, pero aún no lo haré porque antes quiero contaros otra cosa).
La ceremonia de consagración de la iglesia fue algo emocionante. Incluso Cristóbal Halffter, amigo de la familia, compuso la cantata In Memoriam Anaick, que se interpretó en aquel acto, como también su Misa de la Juventud. Fue, como señala García-Asenjo, una "obra de arte total", donde algunos de los artistas con mayor talento unieron su labor para un resultado sublime.
A partir de ahí tanto el arquitecto como el escultor iban a menudo a esa iglesia como fieles.
Pero el hormigón tan desnudo... esa pureza intelectual y afectiva que exige, esa dureza, esa grisura... todo ello es difícil de asimilar por la gente, y más en los últimos años sesenta y primeros setenta, que estaban menos acostumbrados que lo que lo están ahora.
Poco a poco el espacio se empezó a llenar de dibujos infantiles, de guirnaldas de papel hechas por los sacerdotes y por los fieles, de macetas con plantas, de ramos de flores, etcétera. Cualquier motivo era válido para poner cosas en la iglesia e intentar paliar la desnudez y la frialdad. Además, ¿no quería el concilio que los fieles participasen y se implicaran en la vida de la parroquia y en sus celebraciones? Pues en Navidad vamos a hacer un belén gigante de cartón. A ver: un voluntario para hacer el portal, otro para hacer dos o tres pastores; la sagrada familia; el buey... Toda la comunidad trabajando en el belén. ¿Hay algo más bello? Y en Semana Santa motivos de la pasión, y en cada época lo que correspondiera. Y panes, y espigas, y estrellas de papel de plata, y candelabros, y lo que fuera.
Aparte de eso, algún fiel piadoso regalaba un San José policromado comprado en un mercadillo y otro, con la misma sana y encomiable intención, una Santa Gema. Etcétera.
A Miguel Fisac se le partía el corazón cada vez que iba allí. El espacio puro que había concebido con todo su amor y toda su lucidez y todo su oficio era ahora un mercadillo de zafiedades y trivialidades, de chorradas que lo interrumpían, lo adulteraban y lo destruían. José Luis Sánchez también iba a menudo y también veía sus esculturas "adornadas" y "arregladas" con plantas, flores, telas y guirnaldas. En el fondo era que a la gente no le gustaba la iglesia ni sus imágenes y la intentaban desactivar. Precisamente los fieles, que en la idea del concilio y en la intención de Fisac y Sánchez tenían que dar sentido a todo ese espacio y a lo que ocurría en él, y se integraban místicamente con ellos en un alma común, minaban y destruían la iglesia, el espacio sagrado, la vibración trascendente.
La imagen de Anaick se debatía entre potos y drácenas. A su padre se le saltaban las lágrimas. Su hija Anaick volvía a morir en ese espacio opresivo y banal.
Ni el arquitecto ni el escultor volvieron a pisar aquella iglesia tan querida y tan adulterada.
Hasta aquí (con todas las salvedades y excusas) el relato de David García-Asenjo que me ha atrapado. Y a partir de aquí un par de consideraciones mías, pero veo que esto es ya muy largo y las dejaré para la próxima entrada. Tan solo apunto:
¿Es lícito que un arquitecto capitalice y vampirice la tarea y la ilusión colectivas de hacer un templo para dedicárselo a su hija?
¿Es lícito que el gusto, las intenciones y los deseos del arquitecto y del escultor pretendan prevalecer sobre los de los fieles y los sacerdotes, únicos destinatarios y dueños del edificio, del espacio y de lo que ocurra en él?
En este charco me meteré en la próxima entrada, pero os adelanto que mi opinión es que sí, que no solo es lícito, sino necesario. Espero, si no convenceros, al menos ser capaz de expresarlo con claridad y explicarme medianamente bien. Ya veremos.
TO BE CONTINUED
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(1).- DELGADO ORUSCO, Eduardo,
Santa Ana de Moratalaz, 1965-1971. Miguel Fisac,
Colegio de Arquitectos de Almería, Colección "Archivos de Arquitectura. España Siglo XX", 2007, pp.111
Como arquitecta, diría que si, como fiel, no se....
ResponderEliminar"Noli me tangere, perchè non sono ancora asceso al Padre".
ResponderEliminarY cerca de cuarenta días después, ascendió a los cielos.
Y desde entonces barra libre
Recuerdo el sufrimiento del arquitecto Cano Lasso cuando en una obra suya la concesionaria de la cafetería puso unas sillas que dolían solo verlas ...
ResponderEliminarHola, soy Natalia Fisac, sobrina-nieta de Miguel Fisac. Me ha encantado tu artículo. Desconocía la historia de Anaick, tuve muy poco trato con Miguel, un par de cartas y una visita a su casa. Me gusta mucho cómo cuentas las cosas y me alegro de haber descubierto todo esto. Comp artista que soy (actriz y escritora) siento como tú que sí es necesario respetar el espíritu de una obra y más en la arquitectura, que es el arte de conjugar espacio y luz. Gracias!!
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