Estos días de pandemia y pánico los estoy pasando en casa y en el estudio, sin salir, y me paso horas con esto enfrente:
Así que os lo voy a contar:
Es un póster del Centro Pompidou de París que muestra el cuadro New York City, de 1942, de Piet Mondrian.
El cuadro, propiedad del museo parisino, es este:
Piet Mondrian. New York City. 1942
Y ellos lo "posterizaron" añadiéndole el rótulo gordo abajo y un margen blanco alrededor. Además lo serigrafiaron con un fondo blanco impoluto y una uniformidad de color en las líneas que el cuadro de Mondrian no tiene.
Para colmo yo le añadí unas líneas grises que... Pero eso lo contaré luego. Por ahora imagináoslo sin esas líneas torcidas añadidas (cuyo origen y motivo supongo que os parecerá obvio).
Cuando mi mujer y yo nos casamos teníamos mucha ilusión y mucha alegría, pero muy poco dinero. Es lo normal. Compramos muebles y lámparas muy baratos y unas cuantas láminas para decorar nuestro nido de
-¡Hernández; ya está usted con sus cursiladas!
-Perdona, cariño.
En la tienda del Reina Sofía compramos varias láminas, entre ellas esta, que inmediatamente pasó a ser nuestra favorita. Las demás las enmarcamos en plan barato, pero con esta nos tiramos el rollo y le encargamos un marco de perfil fino, de aluminio, lacado en blanco, que era muy elegante. Ocupó durante muchos años el tabique más visible de nuestro salón.
Cuando mis padres venían a casa no comentaban. Eran muy respetuosos. Pero a veces venía mi tío Carlos de visita y él sí que manifestaba su disgusto. Decía que eso lo podría hacer él con cintas aislantes de colores. Y se ve que eso de verse capaz de hacerlo él mismo no le daba un plus al cuadro, sino que le quitaba todo el mérito.
Años después leí que Mondrian había hecho las pruebas pegando tiras de color en el lienzo, y, obviamente, me acordé de mi tío.
A menudo he jugado a descubrir el orden de pegado de las cintas. Si vais viendo qué colores pasan por encima de otros podréis restituir el orden de colocación. En el cuadro original es más fácil, porque por la dirección de la pincelada se ve cuál pasa por encima en los cruces de dos bandas del mismo color, pero en la serigrafía del Pompidou es imposible porque, como he dicho, son colores planos totalmente uniformes. Aun así se puede pasar un buen rato.
Ocho años y medio después nos mudamos a nuestra casa. Nos iban bastante mejor las cosas y la amueblamos y decoramos con más dinero. La lámina nos sobró. No sé si en esa mudanza se rajó el vidrio o si lo hizo en el trastero, donde pasó otros catorce años.
Al cabo de ese tiempo, en 2010, cuando me vine de Madrid a trabajar en casa, recuperé esa lámina para decorar mi estudio. Le encargué un nuevo vidrio (los perfiles de aluminio estaban bien), y aún recuerdo que me costó veinticuatro euros porque me pareció carísimo y aún me sangra.
La lámina enmarcada quedó perfecta, tal como cuando nos casamos. La puse enfrente de mi mesa, de manera que cada vez que levantaba los ojos del ordenador la veía. Me volvió a gustar como al principio.
Pero los dos enganches traseros del marco son muy delicados, y además las alcayatas no estaban demasiado firmes. El caso es que al poco tiempo, un día, limpiándolo, falló el agarre de la derecha y el cuadro se soltó de ahí, penduló sobre su anclaje izquierdo y chocó contra el tabique de la esquina. Ese tabique receptor sufrió un pequeño picotazo en el guarnecido de yeso, y la esquina de aluminio quedó a su vez ligeramente magullada y deslacada, pero apenas se nota. Lo que sí se notó escandalosamente fue la grieta en el vidrio partido, que lo cruzaba desde la esquina superior izquierda hasta más o menos el tercio superior del borde derecho. Un desastre.
Me volví a acordar de lo que me había costado el vidrio y me tiré de los pelos por lo poco que había durado. Lo dejé así, exhibiendo su grieta, durante unos días. Cada vez que lo miraba me daba rabia. No pensaba volver a encargar otro vidrio. Compraría un marco barato prefabricado. Sí que me había costado dinero el vidrio y sí que había durado poco.
El caso es que, miserable y tacaño como pocos, pensé que ni siquiera me compraría un marco barato (no tan barato), sino que a esas líneas de Mondrian, rojas, amarillas y azules, les faltaba el gris y el negro (el blanco ya estaba de fondo) para tener todos los colores de De Stijl. Bueno, todos no hacían falta. Mondrian no siempre los usaba todos, como se veía en este mismo cuadro. Con el gris valdría.
Así que en vez de comprarme un nuevo marco me compré un rollo de cinta aislante gris y tapé la grieta.
Tomé entonces uno de los numerosos cuadros y dibujos de árboles que había hecho el maestro antes de entregarse en exclusiva y para siempre a la vertical y a la horizontal e, inspirándome en un fragmento, tracé otras líneas grises. La primera había sido necesaria para tapar el roto, y las demás lo eran para disimular la primera.
He buscado ahora árboles de Mondrian (hizo muchos) para ver cuál copié y, aunque en todos hay trazos parecidos, ninguno de los que veo se ajusta, o no encuentro el trozo que se debería ajustar, y eso que recuerdo que lo hice bastante fielmente.
(Os he puesto ese porque a lo mejor lo fue. Además se titula "El árbol gris", y las ramas que yo añadí lo son).
Este episodio que os he contado para vuestra amenidad y asueto no sé si se debería llamar "hacer de la necesidad virtud" o "hacer de tripas corazón". A lo mejor cuando sea inmensamente rico me compro un Mondrian de verdad. O encargo un vidrio nuevo, porque la lámina está bien.
Mientras tanto sigo mirando este todos los días. Lleva ya años así y no se ha vuelto a soltar.
El caso es que, miserable y tacaño como pocos, pensé que ni siquiera me compraría un marco barato (no tan barato), sino que a esas líneas de Mondrian, rojas, amarillas y azules, les faltaba el gris y el negro (el blanco ya estaba de fondo) para tener todos los colores de De Stijl. Bueno, todos no hacían falta. Mondrian no siempre los usaba todos, como se veía en este mismo cuadro. Con el gris valdría.
Así que en vez de comprarme un nuevo marco me compré un rollo de cinta aislante gris y tapé la grieta.
Tomé entonces uno de los numerosos cuadros y dibujos de árboles que había hecho el maestro antes de entregarse en exclusiva y para siempre a la vertical y a la horizontal e, inspirándome en un fragmento, tracé otras líneas grises. La primera había sido necesaria para tapar el roto, y las demás lo eran para disimular la primera.
Piet Mondrian. El árbol gris. 1912
He buscado ahora árboles de Mondrian (hizo muchos) para ver cuál copié y, aunque en todos hay trazos parecidos, ninguno de los que veo se ajusta, o no encuentro el trozo que se debería ajustar, y eso que recuerdo que lo hice bastante fielmente.
(Os he puesto ese porque a lo mejor lo fue. Además se titula "El árbol gris", y las ramas que yo añadí lo son).
Este episodio que os he contado para vuestra amenidad y asueto no sé si se debería llamar "hacer de la necesidad virtud" o "hacer de tripas corazón". A lo mejor cuando sea inmensamente rico me compro un Mondrian de verdad. O encargo un vidrio nuevo, porque la lámina está bien.
Mientras tanto sigo mirando este todos los días. Lleva ya años así y no se ha vuelto a soltar.
Mejor con un vidrio nuevo ;-)
ResponderEliminarMuchas gracias por estas entradas que escribes siempre tan divertidas e interesantes.
Gracias José y gracias Piet.
SALUDos
Gracias, Ana.
Eliminar(Jo; yo que había escrito esto para que me dijerais que me había quedado muy bien. Vale. Cuando me quiera dar un capricho encargaré otro vidrio).
Encárgale un vidrio a un arquitecto. Seguro que alguno, por necesidad, lo hace y además te cobrará más barato.
ResponderEliminarGracias por tu granito de arena.
https://culturainquieta.com/es/arte/escultura/item/7840-el-arte-del-kintsugi-o-la-belleza-de-las-cicatrices.html
ResponderEliminarEntre la afanosa muchedumbre de metáforas que relacionamos con la vida, la de la cicatriz es una que nos atañe a todos. El mundo se encarga de agrietarnos, de llenarnos de fisuras, y es allí donde reside para nosotros un crisol de posibilidades; la cicatriz se convierte en una ocasión para enfrentarnos al mundo. Mas nadie ha planteado esta metáfora con tanta belleza, con tanta claridad, como los japoneses en el arte kintsugi (o kintsukuroi).