He estado en el mercado, y he comprado en esta carnicería:
El puesto está bastante bien: es variado y está organizado y mostrado con limpieza y esmero. Incluso el carnicero se toma la molestia de colocar entre las piezas de carne unos helechos que sugieren frescura y le dan como un aroma...
Pero al fijarme un poco mejor, al mirar una pieza para pedir, me he dado cuenta inmediatamente de que los helechos...
Detalle de la fotografía anterior
¡Son de plástico! ¡Son de mentira! Son unos arbolitos de plástico verde pinchados sobre una peana corrida de plástico incoloro.
Detalle de la fotografía anterior
La pescadería de enfrente tiene los helechos de plástico de otro tipo, más planos y grandes, como abanicos, y tumbados entre los pescados, sobre el hielo.
Son trucos que no engañan a nadie (o que engañan durante dos segundos), mentiras blancas, inocentes. Pero día a día, cuando montan sus puestos, el carnicero y el pescadero emplean un rato en poner los helechos para alegrar la presentación y para que la gente (que no queda engañada en absoluto) se sienta más a gusto y compre más.
Los políticos también nos cuentan mentiras que no creemos, y que ellos saben que no creemos, pero los seguimos votando, y las casas exhiben también engaños ingenuos que no se traga nadie, pero no por ello se van erradicando. Al revés: gozan de muy buena salud y cada día hay más.
Canecillos de hormigón pintado y agrietado que imita madera
1.- Los canecillos. Tradicionalmente las viguetas de madera que se apoyaban en los muros de carga sobresalían un poco y formaban el alero. A menudo se labraban sus puntas con ánimo decorativo. Pues bien, tomando el rábano por las hojas (¡decoración! ¡ahhhhhh, decoracióóón!) se invirtió el proceso y se pasó a hacer aleros a base de puntas falsas de unas viguetas inexistentes, y después se dio otro audaz giro de tuerca y ya no se hicieron de madera (caras y de mala conservación a la intemperie), sino de hormigón con falsas vetas y grietas, imitando madera vieja (encima vieja) y pintado de color madera.
No engañan a nadie. Nadie se cree que detrás de estas puntas huérfanas haya viguetas. Pero todo el mundo admite la impostura.
Balaustres moldeados de hormigón
2.- Las balaustradas. Tradicionalmente de piedra en exteriores y de madera en interiores, los balaustres eran piezas verticales que impedían el paso o la caída de personas y, ya puestos, se decoraban. De nuevo la decoración fue la excusa para seguir utilizándolos pero con otro material y sin sentido. Una de las formas tradicionales de trabajarlos cuando eran de madera o piedra era tornearlos. Quedaban así unas figuras de revolución, más o menos complejas e historiadas.
Los de hormigón no se tornean, sino que se hacen de molde. Aunque los dos medios moldes dejen juntas que ya no engañan a nadie se venden muy bien. A veces, en una ironía simpática y muy post-moderna, se hacen planos, pero recordando aquellas figuras de revolución. (No sé ya si tomármelos en serio y hacer una lectura semiótica).
Es imposible que engañen a alguien.
Arcos meramente decorativos que no trabajan como arcos
(y supuestas viguetas de madera que
son meras tiras pegadas al techo).
3.- Los arcos. Estamos más que hartos de ver arcos que no trabajan como arcos, que no descargan nada porque no tienen carga o, cuando la tienen, hay un dintel encima de ellos, o detrás, que es el que de verdad trabaja.
Tampoco engañan a nadie.
Falsa viga de madera para esconder una de acero
o para ponerla sin más, sin necesidad de que esconda nada
4.- Las falsas vigas. Naturalmente, de madera falsa. Son de resinas que se parecen a la madera tanto como los muñecos del Museo de Cera de Madrid se parecen a los personajes que pretenden retratar.
Antes de estas curiosas piezas de resina en forma de U, las vigas de acero se forraban con tres tablas, dos a los lados y una debajo que querían simbolizar una pieza maciza de madera, pero que dejaban elocuentes juntas en las aristas. También daba igual. Todo daba igual.
(Antes que ver un honrado IPN la gente prefiere ver el mentiroso forro).
¿Para qué seguir? 5, 6, 7... columnas falsas, puertas de falsos cuarterones de madera, chapados falsos de piedra falsificada... No tiene sentido hacer un inventario porque la friki-fake realidad es ininventariable e inabordable, y nos hace llorar sangre.
A veces los materiales son auténticos (y cuanto más caros mejor), pero es falso el problema, su planteamiento y su solución.
Otras veces, la broma es tan bizarra que ya da la vuelta y hasta nos hace gracia, y hay algunas que hasta despiertan nuestros aplausos.
No quiero hablar de gustos. Me importan un pito los gustos. Cada uno tiene el suyo, como cada uno tiene su voz, su olor, su roña, su caspa, sus ronquidos o sus... sus cosas. No es de gusto de lo que tenemos que hablar. (Ni de buen gusto ni de mal gusto). Tenemos que hablar de vivir de mentira; de pasarnos la vida entera en la mentira y en la impostura, de llevar una vida falsa en un entorno falso, sin convicciones ni principios, o con unas convicciones y unos principios falsificados. Y, sobre todo, insisto, sabiendo que están falsificados.
Nuestros trabajos, nuestros sueldos, nuestras casas, nuestra forma de vida, nuestro ocio, nuestras aficiones, nuestra alimentación, nuestras creencias... Todo está salpicado de mentira si no claramente inmerso en ella.
Vivimos rodeados de mentira. No rodeados: Nosotros también somos mentira; la peor de todas.
Se entiende que alguien mienta para engañar, pero no se puede entender que alguien mienta sin engañar a nadie, que nadie se crea la mentira y que quien la dice lo sepa, pero la siga diciendo, y que quien la escucha también lo sepa, pero la siga escuchando.
Por ejemplo, ¿alguien puede creerse que esto sea verdad?:
Calle de La Solana, en la Urbanización Los Castillos.
Peligros (Granada)
Es más: ¿Alguien puede creerse que ahí dentro haya una sola verdad?
Nadie se lo cree. Ni que fuéramos tontos. Y sin embargo esas cosas se hacen. Y se venden (o se vendían). (Si no se venden ya es porque los bancos no dan dinero para comprarlas, y porque las jóvenes parejas que aspiran a fundar una nueva vida basada en la mentira y en el ridículo no tienen trabajos estables ni bien pagados; no porque hayamos aprendido la lección).
Puedo entender que alguien (pobrecillo, allá él) sin dinero para irse de vacaciones vuelva a la oficina diciendo que ha estado con su familia diez días en Nueva York y otros diez en Tokio, y cuente detalles estupendos de ambas ciudades. Ese personaje es digno de compasión, pero lo puedo entender. A quien no entendería es a quien, con el mismo fin de sentirse valorado y con la misma vergüenza de su triste condición, volviera diciendo que ha estado diez días en Ganímedes y otros diez en Urano.
El fin del engaño es engañar, ¿no? Es de Perogrullo. Si el engaño no engaña ha fallado. Pero aquí eso no es así: Si no engaña se sigue usando. No puede ser que vivamos entre engaños que no nos engañan y que, no obstante, no los desechemos ni los apartemos de nuestro lado.
Bueno, sí. Hay un tipo de mentira que sin engañarnos nos encanta: El arte. Las poesías, los cuentos, las películas, las canciones, el cómic... Sabemos que el juglar nos está mintiendo, pero nos encanta cómo nos cuenta la mentira.
Pero entonces, si ese es el caso, ¿nos encantan tanto los helechos de plástico entre la carne, los canecillos, las vigas falsas, los centros comerciales, el adosado con forma de castillo, nuestro sueldo de mierda y nuestro fin de semana de bricolage en chándal?
No lo puedo entender.
O, tal vez, lo único que puedo entender es el anhelo desesperado de vivir una falsa vida de anuncio, una patraña urdida por enemigos de la humanidad, un cuento romántico que no tiene base y que no es el nuestro, pero que, por alguna extraña razón, nos vemos compelidos a tomar. Un amor imposible por algo que no va con nosotros.
Johnny Guitar, 1954. Dir. Nicholas Ray
Terrible escena entre Vienna (Joan Crawford) y Johnny (Sterling Hayden)
-Miénteme; dime que me quieres.
-Te quiero.
-Gracias.
Claro, que el que yo no lo entienda no quiere decir nada: Las mentiras están ahí para todos. Ahí está el helecho. El hecho es el helecho. (Ofú: Vaya gracieta metida con calzador).
-Helecho, miénteme; dime que me quieres.
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José Ramón, es difícil decir que uno de tus comentarios sea el mejor, pero lo digo de éste, aunque me engañe, que si es el caso, no soy consciente de ello. ¡Genialidad sobre genialidades!
ResponderEliminarMuchas gracias, Wallace. Siempre tan amable.
EliminarFenomenal. Todo lo que sea difundir en esta mierda de sociedad el valor que tiene la verdad, siempre es positivo y digno de elogio. Muy acertada la idea de descubrir que estamos inmersos en la mentira y hay que rebelarse contra ello.
ResponderEliminar¿Qué es la verdad?, vaya pregunta, a la que ni siquiera Jesucristo pudo o supo o quiso responder cuando Pilatos le estaba interrogando... "mentiras" arquitectónicas hay a millares, a millones, casi infinitas en la historia, desde los griegos (por no poner estilos anteriores) hasta el intocable movimiento moderno, (recordemos los trampantojos que montaba Mies Van Der Rohe con sus pilares metálicos pero de hormigón pero que parecieran metálicos para no perder la pureza...). Quizás lo único que podamos hacer ante una tramoya, un decorado, un engaño es el -me gusta o no me gusta- es decir, me trago el engaño aunque sé que es un engaño o me parce tan zafio, tan cutre que me resulta despreciable y ridículo. Ahora intentemos un juego: todo lo anterior apliquémoslo a algo que no sea arquitectura, por ejemplo a la política...
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