Siguiendo con mi interpretación libre, y esta vez apoyado en el libro de Salvador de Madariaga Retrato de un hombre de pie, voy a comentar hoy un aspecto de las manos que, por otra parte, comparten muchos autores: La inteligencia está en las manos. O, mejor dicho, hay una inteligencia de las manos, y a su vez la del cerebro despertó por las manos.
La evolución nos hizo erectos. De la postura cuadrúpeda pasamos lenta y fatigosamente a la bípeda, y nos encontramos de pie, dominando la vertical, oteando el horizonte desde una altura algo mayor que a cuatro patas. Y, sobre todo, nos encontramos con dos extremidades que ya no nos servían para andar, que estaban de más.
Pero, igual que nunca se tienen armarios de más en una casa, y que tengamos los que tengamos siempre los tendremos llenos, tampoco sobra nunca una mano en la naturaleza. La excedencia de las manos "deambuladoras", su vacación, provocó su reconversión en manos "agarradoras", y más tarde en manos "hábiles". Se habla con gran naturalidad de la forma como el pulgar se fue desplazando hasta oponerse a los otros cuatro dedos y así hacer pinza con ellos. No debió de ser cosa de un fin de semana, pero lo cierto es que tal evolución fue posible porque las manos estaban de más, y la Naturaleza, como el padre de unos amigos míos cuando éramos pequeños, no puede consentir que nada ni nadie esté sin hacer nada.
Así, la estúpida mano cuya única función era apoyar los nudillos en el suelo, pasó a ser la gran estrella del ser humano: su herramienta.
La mano podía agarrar una piedra y lanzarla, tomar un palo y golpear. Eso lo hacen algunos primates evolucionados.
El hombre de pie, vertical, dominador, se encontró con que tenía manos secretarias, ayudantes. Y de agarrar un bulto y tirarlo pasó pronto a pelarlo, a rasparlo, a hendirlo... A construir útiles. Así sus manos llegaron a ser herramientas que fabricaban herramientas.
La mano útil y trabajadora, artesana, artefáctica, es inteligencia pura. Me dispongo a meter un palo en un panal para sacarlo lleno de miel, y resulta que no entra. Entonces, sin pensar, quiero decir sin pensar con la cabeza, sino pensando con las propias manos, lo afilo, lo rompo, lo astillo. Pruebo hasta que su extremo, o una protuberancia, o una ramificación de él, entre donde yo quiero. De ahí a los aipods, emepecuatros y microscopios no hay nada más que horas de vuelo y de rodaje, pero el principio generador es el mismo: la mano que no puede estar ociosa y que piensa.
Es una delicia ver trabajar a alguien que tiene habilidad manual, ver a las manos saberse su cometido y actuar con seguridad. Uno (que propende a la torpeza) se puede pasar las horas muertas viendo a un carpintero o a un cerrajero, por ejemplo.
Este famoso autorretrato de Lissitzky consta de un fotomontaje con su cara (de cuya calvicie tal vez no estuviera muy satisfecho, puesto que en todas las demás fotos suyas que conozco lleva gorra) y con su mano armada con un compás. Se nos muestra así, se reconoce así: cabeza y mano. (¿Cabeza pensante y mano ejecutora, o mano también pensante? ¿O mano más pensante aún que la propia cabeza, a juzgar por la primera fotografía?).
domingo, 29 de mayo de 2011
sábado, 21 de mayo de 2011
Las manos (1)
Iba a escribir una cosa sobre la Mano Abierta de Le Corbusier cuando he pensado que antes tendría que explicar algo sobre las manos. Empiezo por este "Las manos (1)" y ya veremos hasta dónde llego. Supongo que serán tres entregas. (Tres es un buen número).
Antes de empezar declaro que, como no soy arqueólogo, ni paleontólogo, ni nada-ólogo, ni le debo disciplina ni obediencia a nadie, me permito tomar todo lo que el mundo y la historia me ofrecen, de gratis y sin dar explicaciones, para construir hipótesis heterodoxas. Es la ventaja de no ser académico y de no tener que rendir cuentas.
(No obstante, lo que sigue está en deuda con el súper heterodoxo Oteiza (siempre) y con el Giedion de El Presente Eterno: Los Comienzos del Arte. Pero los entiendo a mi manera).
Empecemos:
Imaginad una escena de hace unas decenas de miles de años: Unos cazadores vuelven a su cueva arrastrando una pieza que han cazado (o cargando con ella). La llevan para alimentar a su clan. Vienen llenos de barro y de sangre, jadeando, exhaustos.
Al llegar a la cueva uno de ellos se apoya en la pared. Apoya su mano ensangrentada para descansar unos segundos, para tomar aire. Al retirarla, ve la marca roja de su mano. Ve su mano impresa en el muro de la cueva.
(Qué momentazo. ¿Qué os imagináis que sentiría?)
Yo me imagino que reconoce su mano. Tarda unos segundos en entenderlo: Ahí está su mano. Ahí está él.
¿Qué hará a continuación? Eso no me cuesta nada imaginarlo. Lo veo con toda claridad. Toca la piel del animal muerto, sus heridas abiertas, para volver a mancharse la mano de sangre. Y la planta en la pared una vez, y otra, y otra. (¿Habéis visto a algún niño pequeño con un sello de caucho?).
Se ve de pronto poseedor de un poder mágico. Es capaz de representarse a sí mismo en el espacio. Es capaz de señalar su "Fulano estuvo aquí" y de reconocerse. Se apodera del plano de la pared, y se apodera del espacio interior de la cueva. "Este soy yo". Es un afán de representación, de expresión, de llenar el espacio con la huella de uno mismo.
En ese "Fulano estuvo aquí" que vemos escrito en los monumentos (y en los retretes) de todo el mundo hay el mismo afán de perpetuidad que en las manos ensangrentadas.
(Ni que decir tiene que, una vez conocedor del procedimiento, el artista no necesita hacerlo con sangre, y prueba otros pigmentos más duraderos).
(También comprobamos que aunque el espeleólogo de la foto parece querer imitar el gesto con la mano izquierda, las manos impresas son derechas. Si había la misma proporción de diestros y zurdos que ahora, y todo parece indicar que sí, es más normal imprimir la mano derecha que la izquierda).
Esta es la primera fase del arte: expresivo y trágico. No quiero morir. No quiero que me olviden. Si me muero, quiero que quede una huella de mí, un recuerdo, un "José Ramón estuvo aquí". ¿No es esto todo el arte y toda la actividad humana? ¿No es esto este blog? ¡Yo, yo, yo! El Sentimiento Trágico de la Vida. ¿Qué más le da a la Torre Eiffel y a la humanidad entera que Fulano la visitara el 29-4-2005? Y, sin embargo, ahí están los miles de graffiti: "Fulano, 29-4-2005" (o lo que sea). (Tomo como ejemplo la torre Eiffel porque nunca he visto más en ningún otro sitio).
Antes de empezar declaro que, como no soy arqueólogo, ni paleontólogo, ni nada-ólogo, ni le debo disciplina ni obediencia a nadie, me permito tomar todo lo que el mundo y la historia me ofrecen, de gratis y sin dar explicaciones, para construir hipótesis heterodoxas. Es la ventaja de no ser académico y de no tener que rendir cuentas.
(No obstante, lo que sigue está en deuda con el súper heterodoxo Oteiza (siempre) y con el Giedion de El Presente Eterno: Los Comienzos del Arte. Pero los entiendo a mi manera).
Empecemos:
Imaginad una escena de hace unas decenas de miles de años: Unos cazadores vuelven a su cueva arrastrando una pieza que han cazado (o cargando con ella). La llevan para alimentar a su clan. Vienen llenos de barro y de sangre, jadeando, exhaustos.
Al llegar a la cueva uno de ellos se apoya en la pared. Apoya su mano ensangrentada para descansar unos segundos, para tomar aire. Al retirarla, ve la marca roja de su mano. Ve su mano impresa en el muro de la cueva.
(Qué momentazo. ¿Qué os imagináis que sentiría?)
Yo me imagino que reconoce su mano. Tarda unos segundos en entenderlo: Ahí está su mano. Ahí está él.
¿Qué hará a continuación? Eso no me cuesta nada imaginarlo. Lo veo con toda claridad. Toca la piel del animal muerto, sus heridas abiertas, para volver a mancharse la mano de sangre. Y la planta en la pared una vez, y otra, y otra. (¿Habéis visto a algún niño pequeño con un sello de caucho?).
Se ve de pronto poseedor de un poder mágico. Es capaz de representarse a sí mismo en el espacio. Es capaz de señalar su "Fulano estuvo aquí" y de reconocerse. Se apodera del plano de la pared, y se apodera del espacio interior de la cueva. "Este soy yo". Es un afán de representación, de expresión, de llenar el espacio con la huella de uno mismo.
En ese "Fulano estuvo aquí" que vemos escrito en los monumentos (y en los retretes) de todo el mundo hay el mismo afán de perpetuidad que en las manos ensangrentadas.
(Ni que decir tiene que, una vez conocedor del procedimiento, el artista no necesita hacerlo con sangre, y prueba otros pigmentos más duraderos).
(También comprobamos que aunque el espeleólogo de la foto parece querer imitar el gesto con la mano izquierda, las manos impresas son derechas. Si había la misma proporción de diestros y zurdos que ahora, y todo parece indicar que sí, es más normal imprimir la mano derecha que la izquierda).
Esta es la primera fase del arte: expresivo y trágico. No quiero morir. No quiero que me olviden. Si me muero, quiero que quede una huella de mí, un recuerdo, un "José Ramón estuvo aquí". ¿No es esto todo el arte y toda la actividad humana? ¿No es esto este blog? ¡Yo, yo, yo! El Sentimiento Trágico de la Vida. ¿Qué más le da a la Torre Eiffel y a la humanidad entera que Fulano la visitara el 29-4-2005? Y, sin embargo, ahí están los miles de graffiti: "Fulano, 29-4-2005" (o lo que sea). (Tomo como ejemplo la torre Eiffel porque nunca he visto más en ningún otro sitio).
viernes, 13 de mayo de 2011
Una joyita (o, mejor dicho, un joyero)
Aparte de fotos de tatuajes(1), no sé bien qué buscáis en este blog, pero desde luego espero que no sean noticias de rabiosa actualidad arquitectónica. Lo digo porque voy a escribir sobre una obrita que ya tiene sus años.
Es una obra que creo que es digna del estupendo blog Arquitecturas Silenciosas, que, por cierto, trata estos días sobre una fantástica capilla con un raro espacio interior.
Voy a mostraros hoy otra capilla, pero sin espacio interior (véase Zevi: Saber ver la arquitectura), sino con un raro espacio exterior.
En el paraje de Aravalles, del municipio de Torralba de Oropesa (Toledo), se apareció la Virgen hace muchísimos años, y se celebra una romería todos los 1 de mayo. Allí van los torralbeños, padres e hijos, abuelos y nietos. Van los novios, los hermanos, los amigos. Comen en el campo y celebran su devoción y sus tradiciones.
El Ayuntamiento le encargó al arquitecto Julio César Moreno Moreno una capilla para alojar la imagen de la Virgen y para celebrar la misa en tan señalada fecha. Un altar en medio del campo, sin uso en todo el año. Callado, latente, listo para su función de sólo un día, pero qué día.
Se concibe, por lo tanto, como el joyero que aloja la más preciada joya, como una caja, un estuche.
Pero el estuche cerrado, como una crisálida, de repente estalla.
Es una obra que creo que es digna del estupendo blog Arquitecturas Silenciosas, que, por cierto, trata estos días sobre una fantástica capilla con un raro espacio interior.
Voy a mostraros hoy otra capilla, pero sin espacio interior (véase Zevi: Saber ver la arquitectura), sino con un raro espacio exterior.
En el paraje de Aravalles, del municipio de Torralba de Oropesa (Toledo), se apareció la Virgen hace muchísimos años, y se celebra una romería todos los 1 de mayo. Allí van los torralbeños, padres e hijos, abuelos y nietos. Van los novios, los hermanos, los amigos. Comen en el campo y celebran su devoción y sus tradiciones.
El Ayuntamiento le encargó al arquitecto Julio César Moreno Moreno una capilla para alojar la imagen de la Virgen y para celebrar la misa en tan señalada fecha. Un altar en medio del campo, sin uso en todo el año. Callado, latente, listo para su función de sólo un día, pero qué día.
Se concibe, por lo tanto, como el joyero que aloja la más preciada joya, como una caja, un estuche.
Pero el estuche cerrado, como una crisálida, de repente estalla.
sábado, 7 de mayo de 2011
Nos seguimos viendo
El jueves pasado por la tarde la profesora María Teresa Muñoz, de la ETSAM, dio una conferencia en la Escuela de Arquitectura de Toledo. La conferencia, tan interesante y estimulante como todas las suyas, trató sobre dos edificios americanos, uno de Root y otro de Wright, pero no quiero hablar de eso, sino de temas personales (como casi siempre). (Además, la conferencia es digna de publicación, y supongo que la autora o la escuela la publicarán, por lo que no voy yo a "destriparla" aquí).
Quiero hablar de mis sensaciones al ir a la escuela a escuchar una conferencia, una clase.
Fui a Toledo, principalmente, a saludar a María Teresa Muñoz. La traté mucho hace muchos años (unos quince o veinte), y me temía que después de tanto tiempo le sonara mi cara pero ni siquiera recordara mi nombre. Llegué a imaginarme la escena en la que yo me acercaba a darle dos besos y ella se los dejaba dar con estupor, intentando recordar. (A veces se me ocurren cosas así).
Llegué diez minutos antes de la hora, y entré en el aula. La ponente estaba con un profesor, charlando, preparando las cosas (luces, diapositivas, etc). No quise molestar. Ya la saludaré luego, cuando esté libre, pensé; o después de la charla.
El aula era una sala diáfana con sillas dispuestas en arcos concéntricos, tipo auditorio. Las sillas tenían ruedecitas y se podían desplazar libremente, de forma que la disposición en arcos no era rígida, y los alumnos más afines podían juntarse más. Se supone que en una clase animada las sillas acabarían en masas informes. (Se me ocurrió que se podía hacer una película de animación que reflejara el movimiento de las sillas, mejor sólo las sillas, borrando a la gente, desde el sector de corona inicial hasta la tortilla a la francesa final. A veces se me ocurren tonterías así).
Me senté en un lugar discreto. Había muy pocos alumnos, seis o siete, todos muy jóvenes, todos de primero. (La escuela está recién creada y por ahora sólo se imparte primer curso; el año que viene habrá primero y segundo, y así año a año). Mi hijo mayor está en primero de ingeniería industrial. O sea, que esos muchachos tenían la edad de mi hijo. Pensé eso y pensé que acabé la carrera años antes de que ellos nacieran. Yo podría parecer un profesor de otra escuela, venido de incógnito. Claro, que también podría ser un jefe de obras prejubilado o despedido por culpa de la crisis, y que venía de oyente pensando en matricularme. (Ser arquitecto, el sueño de mi vida).
En medio de estas tonterías, María Teresa levantó los ojos y me vio.
-¡José Ramón! ¡Qué alegría!
Quiero hablar de mis sensaciones al ir a la escuela a escuchar una conferencia, una clase.
Fui a Toledo, principalmente, a saludar a María Teresa Muñoz. La traté mucho hace muchos años (unos quince o veinte), y me temía que después de tanto tiempo le sonara mi cara pero ni siquiera recordara mi nombre. Llegué a imaginarme la escena en la que yo me acercaba a darle dos besos y ella se los dejaba dar con estupor, intentando recordar. (A veces se me ocurren cosas así).
Llegué diez minutos antes de la hora, y entré en el aula. La ponente estaba con un profesor, charlando, preparando las cosas (luces, diapositivas, etc). No quise molestar. Ya la saludaré luego, cuando esté libre, pensé; o después de la charla.
El aula era una sala diáfana con sillas dispuestas en arcos concéntricos, tipo auditorio. Las sillas tenían ruedecitas y se podían desplazar libremente, de forma que la disposición en arcos no era rígida, y los alumnos más afines podían juntarse más. Se supone que en una clase animada las sillas acabarían en masas informes. (Se me ocurrió que se podía hacer una película de animación que reflejara el movimiento de las sillas, mejor sólo las sillas, borrando a la gente, desde el sector de corona inicial hasta la tortilla a la francesa final. A veces se me ocurren tonterías así).
Me senté en un lugar discreto. Había muy pocos alumnos, seis o siete, todos muy jóvenes, todos de primero. (La escuela está recién creada y por ahora sólo se imparte primer curso; el año que viene habrá primero y segundo, y así año a año). Mi hijo mayor está en primero de ingeniería industrial. O sea, que esos muchachos tenían la edad de mi hijo. Pensé eso y pensé que acabé la carrera años antes de que ellos nacieran. Yo podría parecer un profesor de otra escuela, venido de incógnito. Claro, que también podría ser un jefe de obras prejubilado o despedido por culpa de la crisis, y que venía de oyente pensando en matricularme. (Ser arquitecto, el sueño de mi vida).
En medio de estas tonterías, María Teresa levantó los ojos y me vio.
-¡José Ramón! ¡Qué alegría!
martes, 3 de mayo de 2011
Canción del trabajo
Frank Lloyd Wright, igual que el personaje de El Manantial del que hablábamos ayer, pensaba que el trabajo le redimiría de la tragedia de la vida. Trabajar desaforada e íntegramente era la razón de vivir. En 1896, en su taller de Oak Park, compuso unos versos muy malos (según dicen los que saben disfrutar de la poesía en inglés, que no es mi caso) que os pongo aquí. (Pinchad en la imagen y la veréis en grande).
No soy muy ducho en inglés, y menos para traducir poesía, y menos de Wright, pero como nunca he visto estos versos traducidos me atrevo a hacerlo yo. A falta de aliento poético y creativo, he intentado ser -más o menos- literal, cosa por otra parte imposible. Toda traducción es injusta. (Si algún lector que domine el inglés ve errores clamorosos, que haga un comentario enmendando la traducción, por favor).
Ahí va:
CANCIÓN DEL TRABAJO FRANK LLOYD WRIGHT
VIVIRÉ
COMO TRABAJARÉ
¡COMO SOY!
NO TRABAJARÉ A LA MODA NI FINGIRÉ
NI POR TODOS LOS FAVORES RENDIDO
ME PONDRÉ MÁSCARA ESCUDO NI AGUIJÓN
MI TRABAJO ES EL QUE CONVIENE A UN HOMBRE
MI TRABAJO
EL TRABAJO QUE CONVIENE AL HOMBRE
TRABAJARÉ
COMO PENSARÉ
¡COMO SOY!
NO PENSARÉ A LA MODA NI FINGIRÉ
NI POR TODAS LAS RIQUEZAS DEL MUNDO
SERÉ VIL SIERVO DE LOS DIOSES DEL COMERCIO
MI PENSAMIENTO ES EL QUE CORRESPONDE A UN HOMBRE
MI PENSAMIENTO
EL PENSAMIENTO QUE CORRESPONDE AL HOMBRE
PENSARÉ
COMO ACTUARÉ
¡COMO SOY!
NO ACTUARÉ A LA MODA NI FINGIRÉ
NI POR TODA LA FAMA QUE SE PUEDA CONSEGUIR
ENVAINARÉ LA BLANCA HOJA DESNUDA
MIS ACTOS SON LOS QUE LE CUADRAN A UN HOMBRE
MIS ACTOS
LOS ACTOS QUE CUADRAN AL HOMBRE
ACTUARÉ
COMO MORIRÉ
¡COMO SOY!
NO ESCLAVO DE LA MODA NI DEL FINGIMIENTO
ORGULLOSO DE MI LIBERTAD
LA MANTENDRÉ Y DEFENDERÉ HASTA LA MUERTE
MI VIDA ES LA QUE VIVE UN HOMBRE
MI VIDA
¡SIEMPRE! TODO LO QUE VIVE EL HOMBRE
DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA. VERSOS DE ESCUADRA Y REGLA T. TALLER DE OAK PARK. 1896
(En este vídeo hay un intruso, ¿no?).
No soy muy ducho en inglés, y menos para traducir poesía, y menos de Wright, pero como nunca he visto estos versos traducidos me atrevo a hacerlo yo. A falta de aliento poético y creativo, he intentado ser -más o menos- literal, cosa por otra parte imposible. Toda traducción es injusta. (Si algún lector que domine el inglés ve errores clamorosos, que haga un comentario enmendando la traducción, por favor).
Ahí va:
CANCIÓN DEL TRABAJO FRANK LLOYD WRIGHT
VIVIRÉ
COMO TRABAJARÉ
¡COMO SOY!
NO TRABAJARÉ A LA MODA NI FINGIRÉ
NI POR TODOS LOS FAVORES RENDIDO
ME PONDRÉ MÁSCARA ESCUDO NI AGUIJÓN
MI TRABAJO ES EL QUE CONVIENE A UN HOMBRE
MI TRABAJO
EL TRABAJO QUE CONVIENE AL HOMBRE
TRABAJARÉ
COMO PENSARÉ
¡COMO SOY!
NO PENSARÉ A LA MODA NI FINGIRÉ
NI POR TODAS LAS RIQUEZAS DEL MUNDO
SERÉ VIL SIERVO DE LOS DIOSES DEL COMERCIO
MI PENSAMIENTO ES EL QUE CORRESPONDE A UN HOMBRE
MI PENSAMIENTO
EL PENSAMIENTO QUE CORRESPONDE AL HOMBRE
PENSARÉ
COMO ACTUARÉ
¡COMO SOY!
NO ACTUARÉ A LA MODA NI FINGIRÉ
NI POR TODA LA FAMA QUE SE PUEDA CONSEGUIR
ENVAINARÉ LA BLANCA HOJA DESNUDA
MIS ACTOS SON LOS QUE LE CUADRAN A UN HOMBRE
MIS ACTOS
LOS ACTOS QUE CUADRAN AL HOMBRE
ACTUARÉ
COMO MORIRÉ
¡COMO SOY!
NO ESCLAVO DE LA MODA NI DEL FINGIMIENTO
ORGULLOSO DE MI LIBERTAD
LA MANTENDRÉ Y DEFENDERÉ HASTA LA MUERTE
MI VIDA ES LA QUE VIVE UN HOMBRE
MI VIDA
¡SIEMPRE! TODO LO QUE VIVE EL HOMBRE
DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA. VERSOS DE ESCUADRA Y REGLA T. TALLER DE OAK PARK. 1896
(En este vídeo hay un intruso, ¿no?).
lunes, 2 de mayo de 2011
Cuestión de lenguaje
La escritora estadounidense Ayn Rand (nacida a su pesar en Rusia) escribió una novela melodramática y un tanto exagerada (¿o histérica?) titulada El Manantial (The Fountainhead), que trata de la integridad moral de un arquitecto que cree en su arquitectura y no quiere plegarse a los gustos de la masa. Todo el mundo dijo que ese arquitecto era un alter ego de Frank Lloyd Wright, pero la autora siempre lo negó. (Aunque es evidente que es Wright, un Wright más urbano y más mundano, pero igual de cabezota e intransigente. Era tan evidente que hasta Wright fue al estreno de la película, escoltado por sus aprendices, pero a la mitad se marchó bufando, ondeando la capa, enarbolando el bastón y echando espumarajos por la boca).
La novela, con todo, está bien. Tiene algo morboso, y a los viciosos de la arquitectura nos encanta. Pero lo que sí que está requetebién es la película. Con Gary Cooper haciendo de Frank Lloyd Wright, digo de Howard Roark.
Se pasa toda la película haciendo versiones cutres y horteras de edificios de Wright (aunque Aynd Rand lo niegue), y en esta escena que vemos ha hecho una castaña inspirada en Mies van der Rohe, pero muy mala. Bueno. Eso es lo de menos. La escena está muy bien:
Si os dais cuenta, al parecer se trata sólo de qué vestidito le ponen, como a aquellas muñecas recortables de papel, que se le superponía uno u otro vestido según la ocasión.
La cosa es demasiado zafia. ¿Por qué les gusta a los clientes el proyecto si no les gusta en absoluto? Bueno, no se trata de ser muy fino, sino de que la idea quede clara y que cualquier espectador se sienta implicado en ese problema tan sutil: el de la integridad lingüística del arquitecto moderno. Y, la verdad, estos tíos de Hollywood eran buenísimos. A mi me convencen.
El caso es que, como veis, el protagonista renuncia al oropel y a la gloria, e incluso a la mera supervivencia. (Otro día os pondré los versos de escuadra y regla T de Wright, a ver si no es lo mismo).
Mientras Howard Roark permanece muy digno y muy íntegro en su estudio, pero sin comerse una rosca, a un piernas conocido suyo, al que nunca se le ha ocurrido una sola idea arquitectónica pero que es dócil y se pliega a lo que le manden, le encargan un magnífico proyecto de viviendas sociales, en las que hay que experimentar nuevas ideas arquitectónicas y constructivas, y no le sale nada. Así que va a verle y le pide por favor que le ayude. Vamos, que le haga el proyecto entero.
La novela, con todo, está bien. Tiene algo morboso, y a los viciosos de la arquitectura nos encanta. Pero lo que sí que está requetebién es la película. Con Gary Cooper haciendo de Frank Lloyd Wright, digo de Howard Roark.
Se pasa toda la película haciendo versiones cutres y horteras de edificios de Wright (aunque Aynd Rand lo niegue), y en esta escena que vemos ha hecho una castaña inspirada en Mies van der Rohe, pero muy mala. Bueno. Eso es lo de menos. La escena está muy bien:
Si os dais cuenta, al parecer se trata sólo de qué vestidito le ponen, como a aquellas muñecas recortables de papel, que se le superponía uno u otro vestido según la ocasión.
La cosa es demasiado zafia. ¿Por qué les gusta a los clientes el proyecto si no les gusta en absoluto? Bueno, no se trata de ser muy fino, sino de que la idea quede clara y que cualquier espectador se sienta implicado en ese problema tan sutil: el de la integridad lingüística del arquitecto moderno. Y, la verdad, estos tíos de Hollywood eran buenísimos. A mi me convencen.
El caso es que, como veis, el protagonista renuncia al oropel y a la gloria, e incluso a la mera supervivencia. (Otro día os pondré los versos de escuadra y regla T de Wright, a ver si no es lo mismo).
Mientras Howard Roark permanece muy digno y muy íntegro en su estudio, pero sin comerse una rosca, a un piernas conocido suyo, al que nunca se le ha ocurrido una sola idea arquitectónica pero que es dócil y se pliega a lo que le manden, le encargan un magnífico proyecto de viviendas sociales, en las que hay que experimentar nuevas ideas arquitectónicas y constructivas, y no le sale nada. Así que va a verle y le pide por favor que le ayude. Vamos, que le haga el proyecto entero.