Lo del tanatorio salió mal. No gustó la idea del cromlech, no gustó la idea del poliedro de la melancolía, que nadie entendió, ni gustó la idea de la homotecia propuesta para el vestíbulo con todo el conjunto en miniatura mostrando las relaciones y las tensiones (lo tomaron por una especie de belén o de fuerte comansi). Lo único que quedó de toda aquella idea, aislado, solo, perdido, sin sentido, fue un péndulo que evocaba el paso del tiempo y, a través de la asociación con el cuento "El pozo y el péndulo", de Poe, la certeza de la muerte(1). Quedó ahí, incomprensible, adulterado por bancos y jardineras, como un intruso en un Hipercor. Ahí sigue. Y funciona: Podéis empujarlo (creo que casi mejor si no os ve ningún vigilante) para hacerlo entrar en tragedia: en la tragedia de las ideas adulteradas, perdidas, descartadas, desinfladas y olvidadas. Melancolía.
(En mi vida profesional he intentado tres o cuatro veces poner un poliedro de la melancolía. Jamás lo he conseguido).
Pasados unos meses, mi compañero de clase y amigo Ochan me dijo que unos tíos suyos tenían una fundición y estaban a punto de cerrarla por jubilación. Hacían objetos de bronce al molde de arena y sería bonito que su último trabajo fuera el poliedro de la melancolía.
Apenas nos cobrarían nada, y les podíamos encargar unas cuantas copias. Una vez hecha la matriz pedirles dos más o dos menos daba lo mismo. Así que hicimos la lista: Un poliedro para Fullaondo, otro para Oteiza, otro para Ochan y otro para mí. Cuatro. ¿Hacemos seis? Bah, encargamos diez.
Lo que yo no estaba dispuesto a hacer de ninguna manera era volver a utilizar triángulos pitagóricos para formar los rombos. No soportaba ya esos poliedros tan alargados y tan mentirosos. Pero como seguía sin tener ni remota idea de cómo hacer una restauración perspectiva del poliedro del grabado volví a especular con algún número simbólico con el que -¿por qué no?- se le podría haber ocurrido jugar a Durero. Me vino a la mente el número fi, la proporción áurea, y me puse a ello.
Sí, era ya un poquito más achaparrado y tochito que el pitagórico, pero seguía sin ser el del grabado. No obstante, y no entiendo por qué, yo necesitaba que las proporciones se basaran en algún número reconocible, y no me valía ir probando a ojo (método con el que me habría aproximado muchísimo más al perseguido sólido dureriano).
Los tíos de Ochan nos entregaron el resultado de su arte y nos quedamos encantados. Empezamos a repartir parejas de bicharracos de bronce, ya no recuerdo exactamente a quién más incluimos, y la mía me acompaña desde entonces. Y no me da ninguna rabia que siga sin tener las proporciones del poliedro del grabado. Me gustan mucho así. Durante meses y meses no los hago ni caso, y de vez en cuando me da un aire al pasar a su lado y pongo uno de pie y tumbo el otro, los acerco un poco, los giro... y los vuelvo a olvidar durante meses.
No se me había ocurrido buscar en internet, y lo he hecho ahora al preparar esta colección de entradas. Claro que está restituida la perspectiva. Debería haberlo sospechado. Varios expertos en geometría descriptiva han trabajado con la perspectiva del grabado y han sacado la proporción.
El catedrático de dibujo de bachillerato José María Valero Navarro toma el grabado, va deshaciendo la perspectiva marcha atrás y propone este desarrollo del romboedro antes de ser truncado:
En efecto, comprobamos que los rombos son bastante "cuadrados", pero en definitiva parece que Panofsky tenía razón y Oiza no.
No sé por qué me han acabado gustando más (y ya desde hace años) los dos poliedros -mentirosos- de bronce que tengo en casa que el -verdadero- del grabado. Quizá pueda ser porque el número fi efectivamente produzca una proporción más armoniosa y agradable que el de Durero, tal vez hecho sin mayor criterio. (Pero, como ya vimos, no hay una sola cosa en ese grabado que no tenga criterio, aunque no lo entendamos). O tal vez, y me inclino mucho más por eso, la razón consista en que era tan joven, tan entusiasta, tan magnífico, tan impúdico, tan ridículo, y me sentía tan potente y tan optimista como nunca después me he vuelto a sentir. Por eso cuando paso distraído al lado de la tele, muy de vez en cuando, los cojo, los sopeso, los giro, los tumbo, los pongo de pie y siento que la vida ha pasado muy deprisa y razonablemente feliz, produciendo el desencanto que se espera de ella. Y de alguna forma esos poliedros me dicen que, al fin y al cabo, todo está bien así.
Melancolía.
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