Ya llegan, un año más, incansables y precisas como un eclipse, las fiestas de mi pueblo. En estos días tengo que soportar algún que otro fastidio, porque resulta que tengo el privilegio de que buena parte de los actos se celebran ante (y en) el soportal al que da mi estudio.
En ese espacio, ante mi puerta cerrada, se congrega mucha gente, que hace todo tipo de cosas (algunas bastante desagradables) durante bastantes horas.
Hace unos años, al llegar la fecha, decidí quitar la placa de al lado de la puerta porque pensé que algún idiota podría romperla, pintarrajearla o llevársela, y desde entonces lo vengo haciendo cada vez. En cuanto terminan las fiestas y el soportal vuelve a su rutinaria normalidad vuelvo a colocar la placa.
Hoy ya la he quitado.
Pero he decidido que ya no la voy a poner más.
Hace ya bastantes meses que la tenía que haber quitado, porque no admito encargos nuevos. Bastante tengo con los que están en marcha y aún colean (alguno de los cuales, al paso que va, no se va a terminar nunca). Quienes ya me conocen (y a quienes no tengo más remedio que atender) ya tienen mi teléfono. ¿Para qué anunciarlo a la puerta de mi estudio a cualquiera que pase, si le voy a decir que no?
Colocaré la placa (diseño de mi hermana) dentro, y tal vez la mire a veces con cariño e incluso con nostalgia, aunque creo que no; o al menos haré todo lo posible porque no sea así.
Tengo la suerte de que ese pequeño local es de mi propiedad y de que (al menos por ahora) no necesito ponerlo en alquiler, así que en mis sueños más eróticos me veo en él a partir de ahora:
* Escribiendo
* Pintando (hay un caballete ahí puesto, y unos cartones, esperándome)
* Tocando el saxo (quizá mejore un poco mi pésimo fraseo)
* Escuchando música
* Y lo que surja
Me hace falta tiempo. Tiempo. Tiempo. Todo el tiempo que pueda conseguir.
No voy a echar de menos el ejercicio de la arquitectura. (Bueno, en el fondo creo que yo no he ejercido jamás la arquitectura; lo dejo en "el ejercicio de la profesión"(1)). Y eso que no había antecedentes en mi familia ni nada que me condicionara, y que llegado el momento elegí esto entre todos los oficios del mundo. Fue como un enorme escaparate o como una fantástica carta a los Reyes Magos: "Entre todas las ocupaciones del mundo elige la que quieras". Y yo dudé entre delantero centro del Real Madrid o arquitecto. Fue un cortísimo rato de duda: Me hice arquitecto.
Pues bien: habiendo elegido la (para mí) mejor profesión del mundo, qué bien cuando llegan las vacaciones, y qué requetebién cuando viene la jubilación. A la porra todo.
Pero por si me queda algún atisbo de nostalgia (que algo me queda, y, sobre todo, vendrá a dar la murga más de una vez), justo hace unos minutos (qué casualidad) he recibido una llamada de teléfono:
-Sí, dígame.
-Es que quiero cerrar la terraza de mi casa, he ido al ayuntamiento a pedir la licencia, ¡y me han dicho que necesito contratar a un arquitecto!
-Sí, pero es que yo...
Me libro, me libro, me libro, me libro. ¡A la porra! No, no le tengo asco a la profesión. Lo he pasado muy bien (cada vez menos). Pero a la porra.
¿Os acordáis de cuando decían que no se debía confundir libertad con libertinaje? A lo mejor lo que me ha pasado a mí es que (eso va a ser) en vez de hacer arquitectura he hecho arquitecturaje.
A la porra forever(2).
Ah, y a partir de ahora me podréis ver (espero que durante muchíííísimos años) paseando, comprando fruta, charlando o haciendo cualquier cosa propia de mi edad y de mi condición, pero donde espero que no me veáis jamás será ante el vallado de una obra, con las manos a la espalda, echando la mañana y opinando. (¡Vamos, que no tengo yo otra cosita que hacer!)
Llevo desde el uno de enero de este año jubilado como arquitecto "en el ejercicio de la profesión", como muy bien dices, con prórroga incluida de tres años desde la edad reglamentaria y no puedo más que suscribir toda tu reflexión, desde la primera a la última letra,
ResponderEliminarSaludos y a disfrutar