miércoles, 3 de enero de 2024

Tintinismos y otras filias

A mis ilustres compañeros Francisco
Gómez de Tejada
y Jaume Prat, porque
saben y están en el bando correcto. 


Estamos rodeados por grupos irreconciliables, fanáticos y terribles: concebollistas y sincebollistas, colacaístas y nesquikistas, paellistas y arrozconcosistas, solotildistas y solonotildistas... Se pertenece a uno o a otro con pasión y fiereza fundamentalistas, y, naturalmente, no solo con exclusión absoluta del otro, sino con la convencida negación de que en el otro pueda haber escondida ni siquiera alguna remota virtud.

Nos encanta pertenecer a un bando y restregárselo por la cara a los del otro, con la firme convicción de que están equivocados. Eso nos refuerza más en nuestra verdad. Ya lo he dicho: es puro fundamentalismo.

Yo me reconozco concebollista (perdón, Pumares), colacaísta ("hace grumos"; "pues que los haga"), arrozconcosista (la auténtica paella valenciana está de muerte, pero por aquí le ponemos chorizo y ohlàlà ohmygod) y empecé siendo solotildista pero me estoy quitando poco a poco (y eso es raro, porque uno pertenece irreductiblemente a un bando hasta su muerte).

Pero también hay grupos más tolerantes y enfrentamientos más amistosos, o al menos menos cruentos. De entre estos casos se me ocurre como el más claro y nítido el de los tintinistas y los asteriquistas.

Aquí se admiten todo tipo de combinaciones: quienes prefieren (con mucho y con pasión) a Tintin, pero le otorgan a Astérix algún tipo de mérito, quienes adoramos a Astérix pero podemos soportar a Tintin(1), quienes aman a ambos hasta el delirio y quienes sienten un profundo repelús por los dos.

En mi caso, aunque los largos textos del repelente Tintin se me hacen bola y los Hernández y Fernández me parecen unos pesados tontísimos sin gracia, Haddock y Tornasol me caen muy bien, y el elegantísimo y limpísimo dibujo me encanta. Es decir, encuentro méritos y valores indiscutibles en el otro grupo, aunque no sea el mío de ninguna manera.

Dicho lo cual, reconozco otros dos bandos tolerantes y comprensivos entre sí: los torresblanquistas y los bebeuveaístas.

Se podría decir sin temor a ser demasiado exagerado que en Europa hay dos torres y las dos están en Madrid y son del mismo arquitecto, Francisco Javier Sáenz de Oiza, pero tienen poco que ver. Una, la primera, es telúrica, magmática, atormentada, expresionista, organicista... y la otra es todo lo contrario: intelectual, racional, serena, limpia...

Podemos decir que Oiza recorre -como Wright(2), como Mies(3)- todo el arco del arte según  el esquema oteizesco: desde un comienzo expresionista, formalista, acumulativo y gritón hasta un cierre silencioso, vacío, puro.

¿Cuál os gusta más? Porque, repito, hay dos bandos. Lo que ocurre aquí es que para cada uno de ellos la suya es la obra maestra incuestionable, aunque la otra esté bastante bien.

Yo os digo aquí la solución. (O al menos mi solución):

En Torres Blancas Oiza tiene una necesidad imperiosa de expresión. Es aún joven y muy vital. Acumula elementos e ideas, formas y más formas. Es todo de una plasticidad entusiasta y agotadora. El propio proceso del proyecto es larguísimo, inacabable porque cada vez se puede dar una nueva vuelta de tuerca. Oiza quiere rendir tributo a todos los maestros y al final no se lo rinde a ninguno. Quiere demostrar todo lo que sabe como si no le quedara ninguna otra oportunidad en su vida y aquí tuviera que contarlo todo de una vez. Y lo cuenta. Y habla, y habla, y habla. Grita. Expresa, agita, araña, se angustia. Es puro expresionismo trágico, puro derroche formal, puro lleno.

Sin embargo en el Banco de Bilbao es ya un arquitecto maduro, sereno, que tiene una idea limpia y nítida, que resuelve el proyecto con unidad. Si Torres Blancas son calientes el Banco de Bilbao es frío; si aquellas son gritonas este es silencioso; si aquellas son angustiadas este es calmado; si aquellas son un brillante problema este es una tranquila solución. En la lectura de Oteiza el Banco de Bilbao sería el silencio cromlech, la solución de la tragedia, mientras que Torres Blancas eran la obra de un creador aún atenazado por la angustia.

Por lo tanto, repito, mi solución (mi veredicto) es que el Banco de Bilbao es la obra maestra total de Oiza y de toda la sociedad, que nos curamos espiritualmente con él. Es la evolución final(4), la meta.

Así pues, no hay más que hablar: el bando de los bebeuveaístas es "superior" al de los torresblanquistas.

No obstante... No obstante os podría contar, habiendo vivido en Madrid durante tantos años y viviendo ahora tan cerca y yendo tanto por allí, cuántas veces he visitado una y otra torre, cuántas fotos he tomado de cada una, cuánta emoción he sentido por una y otra y cuántos elogios he hecho, y tengo que reconocer que soy torresblanquista. ¿Por qué? No lo sé. Mi inteligencia me dice que el Banco de Bilbao es mucho más evolucionado y perfecto, pero mi corazoncito zangolotino sigue latiendo más con Torres Blancas.

Supongo que se debe a que mi inteligencia y mi sensibilidad dejan bastante que desear, o tal vez a que me siento tan joven y gustosón que aún peleo con la tragedia de vivir, de expresarme, de gritar, de acumular y de naufragar, y soy tan torpe que aún no soy capaz de entender que existe una solución estética y espiritual a todo eso. No la veo.

Soy un crío que aún no sabe de soluciones existenciales a la tragedia y que, sumergido en ella, en el fárrago de vivir, se deja devorar por el torbellino de la vida desatada y descontrolada. Pecado juvenil.


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(1).- Aunque reconozco que prefiero con mucho, con muchísimo, a Tintin antes que a ese engendro del Astérix postgoscinniano.

(2).- Por ejemplo de la Casa Robie al Museo Guggenheim.

(3).- Por ejemplo del Pabellón de Barcelona a la Galería Nacional de Berlín.

(4).- Tengo la discutibilísima opinión de que después de la torre del Banco de Bilbao, en la que Oiza alcanza el horizonte y le da la vuelta al espíritu solucionando la tragedia existencial, ya no es posible hacer nada más. Es un buen momento para dejar la profesión. Pero Oiza sigue muy vivo y con mucha energía, y con muchas ganas de hacer cosas, lo que desde el punto de vista humano es plausible y celebrable, pero desde su aportación a la arquitectura, abrazando de repente el postmodernismo en una pirueta absurda (porque es imposible seguir una línea que ya ha terminado), es ya, a mi juicio, completamente prescindible, aunque siempre sea interesante.

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