Me repito mucho. Ahora iba a ponerle a esta entrada el título "Bonito" y me ha dado la vaga sensación de que ya lo había usado. He buscado y sí: aquí. Por eso añado ahora "(otra vez)", y podría seguir con ("y las que hagan falta").
Ay, lo bonito; qué bonito.
Para empezar a aclarar los conceptos diré que no voy a hablar de pez teleósteo alguno, lo que deja la cuestión reducida a algo más bien "lindo, agraciado, de cierta proporción y belleza".
Los arquitectos, en general (yo diría que casi todos), odiamos la palabra "bonito" referida a la arquitectura porque no es un término que nos sirva para nada. ¿Qué es un edificio bonito, una ventana bonita, una bóveda bonita? Nada. Bonito no es un criterio arquitectónico ni un rango de valor. Por eso nos pone nerviosos que este adjetivo tenga tanto predicamento entre la población lega, y no digamos ya que nos pregunten si tal edificio nos parece bonito. A veces contestamos, un poco (bastante) indignados: "¡Este edificio no es bonito: es bueno!".
Eso, como digo, ya lo he contado y no quiero extenderme ni repetirme demasiado. Lo que pretendo contar ahora es que para todo hay alguna excepción, y para esto que acabo de decir, y que nos parece tan claro y tan evidente a (casi) todos los estirados arquitectos, está la del brillante Bernardo Angelini, del estudio zigzag arquitectura (con su socio David Casino).