Josep Quetglas, a modo de provocación, escribió que "solo los [arquitectos] torpes viajan a ver arquitectura". Vamos, que no entendía por qué ni para qué viajamos a tal fin. Señalaba que es una pérdida de tiempo, un gasto innecesario, una confesión de incapacidad o incluso de estulticia. ¿Es que acaso no sabemos leer un plano? ¿Es que no somos capaces de hacernos una perfecta construcción mental al estudiar plantas, alzados y secciones? Pues vaya una porquería de arquitectos que somos.
Yo, como todos mis colegas, sí que sé hacerme una construcción mental de un edificio viendo sus planos; lo "entiendo"; pero "vivirlo" es otra cosa. Tengo que experimentarlo. Con los planos lo entiende mi cerebro, pero al visitarlo lo siente mi corazón(1)
Por ello, y lamentándolo mucho, me voy a limitar a comentar solo algunos de los (escasos) edificios en los que he estado(2).
¿Hay arquitectura que tenga un clac, una articulación, una clave, que dé sentido a su espacio y a su idea?, preguntaba el otro día. Y me respondía que sí.
Os comento alguna experiencia mía:
1.- En Florencia quise verlo todo, todo lo que pudiera. Pero sobre todo quería subirme a la cúpula de Brunelleschi. Creo que mi intención era más bien "deportiva", un desafío físico y cuantitativo. Pero lo que ocurrió me removió entero. No me lo esperaba.
Desde el interior de la iglesia te apuntas para subir a lo más alto y pagas. A partir de ahí tomas unas escaleras anodinas y subes, y subes, y subes toda la altura del tambor, que no parecía tan alto. Es cansadísimo, y además bastante aburrido. Pero hay un punto mágico, al terminar de subir el tambor, donde he hecho la marca roja en la foto, en el que te asomas al interior, antes de cambiar de escalera para subir a la cúpula.
Ese asomarse al interior es prodigioso. Miras hacia abajo y sientes vértigo. Estás mucho más alto de lo que pensabas. Mientras subías por la escalera del tambor solo eras consciente de que eran muchos escalones y te cansabas, pero ahora te asomas, y entre la considerable altura y las figuras en perspectiva que hacen las baldosas sientes una sensación muy intensa de vértigo hacia abajo. Pero entonces miras hacia lo alto y la enorme cúpula cóncava flota sobre ti y te aspira, y sientes un enorme vértigo hacia arriba. E igual que mareaban las baldosas, ahora marean los frescos de Vasari y Zuccaro. El tamaño de todo es gigantesco, y te sientes insignificante, y ya no es que sientas admiración por quienes afrontaron todo eso en aquella época -esa admiración ya la has sentido en clase y en casa-, es que te sientes poseído por el espacio.
Es imposible que una foto os sugiera la sensación que digo. Yo también había visto muchas fotos, y había "entendido" ese espacio. Pero ahí me di cuenta de que no era un espacio para entender, que entenderlo era quedarse muy corto.
Vértigo en estado puro, con un espacio que palpita y vibra hacia arriba y hacia abajo, que te lanza contra el suelo y contra lo más alto al mismo tiempo. Ese súbito clac te hace sentir lo que es todo aquello.
Yo tuve la oportunidad de ver unas cuantas cosas, y la verdad es que quedarse con una sola sería una crueldad, porque hay varias verdaderamente fantásticas. Pero, en efecto, el Panteón tiene uno de los clacs más puros de la historia de la arquitectura. Hay edificios más impresionantes por su tamaño, más espectaculares y "explosivos", pero la sensación de puro espacio, de puro equilibrio clarividente, no sé si se puede tener en otro lugar con la misma limpieza que se tiene aquí.
La cúpula es enorme, pero esa enormidad no me removió como la de Florencia; la que sí lo hizo fue la serenidad, la proporción, la luz, los claroscuros de los casetones, el enorme agujero de arriba, que de alguna forma también te aspira y que te hace sentir eterno, integrado en aquel espacio, ciudadano romano y "arquitectonito" o "arquinema" básico y fundamental en el complejo.
3.- Una maravilla casi secreta que nos llena de admiración y de vergüenza por igual es la ermita de San Baudelio en Casillas de Berlanga (Soria). Nos avergüenza el poco caso que le hacemos, lo tirado del precio, lo precario de su situación y de su atención, y que esta se confíe a gente abnegada y heroica en vez de tener un programa serio de mantenimiento y de exhibición para una de las obras de arquitectura más pasmosas del mundo.
Después de hacer desde Soria un viaje en coche de unos 62 km en unos 50 minutos (promedio de unos 75 km/h por carreteras reguleras) sin estar nunca del todo seguros de si la vamos a poder ver abierta(3), llegamos a un par de sencillos paralelepípedos de mampostería, ciegos a excepción de las puertas de acceso.
Se diría que es la más tonta de las ermitas del mundo (aunque su implantación en desnivel y sus dos accesos a diferentes alturas pueden indicar algo a quien sea muy perspicaz, que no es mi caso). Uno se imagina un granero o un trastero. Sin embargo al traspasar la puerta se entra en el cielo.
No hablo ya de elefantes, osos, dromedarios y demás fauna celestial arrancada de sus paredes y techos y de la que queda un vago vestigio (aunque si ya así es psicodélica, con todo su colorido y su potencia debió de ser lisérgica). Hablo del puro espacio flotante, de una palmera estructural y de una galería con arcos, de un agujero ratonero para el eremita y de una tribuna. Hablo de un espacio no euclidiano más grande por dentro que por fuera. Hablo de un temblor, de una tiritona, de un taparse la boca para no gritar, para no suspirar de emoción y de puro placer. Hablo de la experiencia de estar en el paraíso: un paraíso humilde, con manchas de humedad y algo de polvo, un paraíso inquietante y profundo, e incluso peligroso, terrible, delicioso; no menor que el de algunos cuentos de Borges, de Poe, de Kafka, del Conde Lucanor o de Amanece, que no es poco. Una locura. Un clac de caerse de espaldas.
4.- En Nueva York, la metrópoli más importante de su momento, el más antiurbano de los arquitectos proyectó un útero, un huevo interior, un vacío aislador e hipnótico, una cueva que también es un puro temblor recorrido por una rampa descendente. Un museo para no perder el tiempo mirando un solo cuadro cuando puedes estar mirando el vacío, sintiendo tu presencia en él, vaciándote tú mismo de ti mismo y bajando al infierno bajo la luz mate de la cúpula y de la ranura continua del borde de la rampa, deslizándote, cayendo en la trascendencia del espacio y de tu interacción con él.
5.- También en Nueva York los arquitectos Kevin Roche y John Dinkeloo, capaces de diseñar los edificios más sensibles y sublimes y también los más horteras y chabacanos(4), tienen la que creo que es su obra maestra: la Fundación Ford, una emocionante plasmación del En-Space que Fullaondo relacionaba con el espacio-cromlech oteizesco.
Pude verlo por dentro. El jardín interior, patio al que vuelca todo el edificio y que relaciona todos los espacios, es otro puro clac que lo organiza y lo articula todo. Todas las plantas, todas las piezas, se orientan a esa plaza cubierta, a ese sitio que no está ya en Nueva York, sino en su propio estado, en su propia plenitud, en su propia soledad.
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