Desde hace unos años no hay feria ni fiesta de pueblo o de barrio que no tenga su mercado medieval. En ellos se venden objetos artesanos y productos de gastronomía. Además los puesteros se visten raro y también salen de vez en cuando saltimbanquis o músicos que dan ambiente a todo aquello.
El otro día un amigo me dijo, indignado, que había estado en uno de ellos y que le habían dado un cucurucho de patatas fritas. ¡Patatas! No le ofendía tanto que la freidora fuera eléctrica ni que el propio cucurucho fuera de papel plastificado, sino que hubiera patatas. Por cierto, que con ellas le dieron un sobrecito de plástico que contenía ketchup (o sea, tomate). Y una cocacola.
Nadie más se enfada con estas cosas, que tiran por tierra el propio concepto de lo "medieval" y que requerirían que la autoridad municipal interviniera de oficio y cerrara semejante tinglado mentiroso y falsario.
Pero no: El propio ayuntamiento lo auspicia, y se pueden ver al alcalde y a los concejales, con sus respectivas familias, triscando por allí.
Qué vergüenza. Qué atropello a la razón. Qué mundo sin principios y sin ninguna moral.
Los puestos tienen estructura de tubo conformado de acero y cubierta de lona de fibras sintéticas. Los paneles que configuran los mostradores son de chapa de acero galvanizado o de aluminio; y cuando son de madera es tablero contrachapado. Se han montado con una blacandéquer eléctrica y por la noche están iluminados con unas bombillas led. ¿Qué medieval? Todo es un despropósito tras otro. Incluso a alguno de los vendedores medievales, que dejaban sus hombros expuestos, les he visto las marcas de las vacunas.
¿Medieval? ¿Qué mierda es esa de un mercado medieval? ¿Quién se lo traga?
Pues si todo eso os parece un disparate -que ya se ve que no, porque os lo pasáis en grande comiendo patatas fritas y viendo a saltimbanquis en monociclos con ruedas de caucho- os digo que lo mismo pasa en arquitectura.
Estos días se ha vuelto a hablar mucho de los gustos arquitectónicos del nuevo rey de Inglaterra. La antimodernez de este señor, como la de tantísima gente, reconstruye ideal y falsamente un pasado idílico, que enfrenta a un presente inhabitable. (Supongo que habrá leído a Dickens por ejemplo, y sus descripciones del Londres pestilente del "agua va", del hacinamiento y de la sordidez).
Dejemos de lado los números evidentes (esperanza y calidad de vida, confort, higiene...) y reconozcamos que la arquitectura moderna ha perpetrado alguna que otra obra infame. (Ojo; esta gente despotrica de las obras mejores de la arquitectura moderna con el solo argumento de que se les ve el hormigón o el acero). Pero obras infames también se han perpetrado en todo tiempo y estilo.
Mucha gente me dice que le gusta el románico. Claro, y a mí. Pero una cosa es amarlo y disfrutarlo, e intentar entenderlo y apreciarlo en su contexto, y otra muy diferente es querer crearlo ahora.
Lo que tenemos que reconocer de una vez es que vivimos en nuestro tiempo y en nuestro estilo. Eso es inevitable, y querer huir de eso es agarrar una rabieta de niño pequeño y sumergirse en el anacronismo, en el kitsch y en el ridículo.
Es exactamente el mercado medieval con blacandéquer.
Quieren formas cuyos orígenes y estructuras se deben a muchas circunstancias de la época y del lugar, y de la cultura, tecnología, economía, fe y modo de vida que las concibieron, pero las quieren descargadas de todo eso. Las quieren descontextualizadas, sin sentido, esquizofrénicas, solo porque "quedan bonitas" y porque de alguna manera "reconfortan" a base de mentiras.
A mucha gente no le importa nada la mentira, ni para vivir en una casa con falsos arcos de falsa piedra apoyados en falsos machones de falsa fábrica ni para comerse un cucurucho de papel encerado alimentario lleno de patatas fritas (con freidora eléctrica) bañadas de ketchup (en bolsa de plástico) y beberse una cocacola con dos cubitos de hielo en un vaso desechable de polipropileno (también alimentario). Viven en su mundo de fantasía y no quieren saber más.
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