Desde hace unos años no hay feria ni fiesta de pueblo o de barrio que no tenga su mercado medieval. En ellos se venden objetos artesanos y productos de gastronomía. Además los puesteros se visten raro y también salen de vez en cuando saltimbanquis o músicos que dan ambiente a todo aquello.
El otro día un amigo me dijo, indignado, que había estado en uno de ellos y que le habían dado un cucurucho de patatas fritas. ¡Patatas! No le ofendía tanto que la freidora fuera eléctrica ni que el propio cucurucho fuera de papel plastificado, sino que hubiera patatas. Por cierto, que con ellas le dieron un sobrecito de plástico que contenía ketchup (o sea, tomate). Y una cocacola.
Nadie más se enfada con estas cosas, que tiran por tierra el propio concepto de lo "medieval" y que requerirían que la autoridad municipal interviniera de oficio y cerrara semejante tinglado mentiroso y falsario.
Pero no: El propio ayuntamiento lo auspicia, y se pueden ver al alcalde y a los concejales, con sus respectivas familias, triscando por allí.
Qué vergüenza. Qué atropello a la razón. Qué mundo sin principios y sin ninguna moral.
Los puestos tienen estructura de tubo conformado de acero y cubierta de lona de fibras sintéticas. Los paneles que configuran los mostradores son de chapa de acero galvanizado o de aluminio; y cuando son de madera es tablero contrachapado. Se han montado con una blacandéquer eléctrica y por la noche están iluminados con unas bombillas led. ¿Qué medieval? Todo es un despropósito tras otro. Incluso a alguno de los vendedores medievales, que dejaban sus hombros expuestos, les he visto las marcas de las vacunas.
¿Medieval? ¿Qué mierda es esa de un mercado medieval? ¿Quién se lo traga?