(Permítame que le siga llamando así, aunque, ya próxima la terminación de mi carrera profesional, no haya realizado jamás un solo trabajo digno de que se me pueda llamar discípulo suyo).
El año pasado, a mis sesenta y uno de edad (tres más de los que vivió usted), supe con gran alegría que le iban a hacer una exposición en la Delegación de Vizcaya del COAVN. La comisariaba Joaquín Lizasoain, otro arquitecto admirador de usted y de su entorno. (Su tesis doctoral se titula El muro de Oteiza, y seguro que le habría gustado mucho).
Tenía todo preparado para ir a Bilbao a verla con mi mujer (que le manda recuerdos) cuando un problema familiar nos impidió hacer el viaje.
Pero este año (yo ya con sesenta y dos) la ha hecho el Instituto de Arquitectura de Euskadi, y la ha hecho muy bien, con mucho cariño y mucho cuidado, y ahora ya sí que la hemos podido ver.
La sede del instituto es el antiguo convento de Santa Teresa, un lugar estupendo en la zona vieja de San Sebastián, a dos pasos del Museo de San Telmo, en el que han montado una de Oteiza y Chillida. Están ustedes tres casi juntos. (Recuerdo que usted decía que las exposiciones había que verlas de dos en dos. Pues figúrese esta vez).
Tras ver a sus dos grandes amigos fuimos a verle a usted. He de decirle que está en plena forma. Resultó emocionante. A mí se me abrió el abismo de mi propia vida. Veía sus proyectos y le estaba escuchando, le estaba viendo dibujar, reír, explicar. Veía toda la potencia que tiene la arquitectura y la idea de arquitectura. Me veía yo de cuando estudiante, tan confiado y tan optimista.
Sí, bueno, lo siento: Usted era de la vieja escuela, de ir correctamente vestido en toda ocasión. Y ahí me ve, como el gañán que soy, y encima de vacaciones, momento en el que la gañanidad aumenta aún si cabe. Mi mujer me dice que todo me lo consiente menos los calcetines, siempre tan subiditos. (A mí, por el contrario, me parece que subirme los calcetines es el único rasgo de decencia al que me he de obligar estando ya por lo demás en ese marasmo de chabacanería irredenta).
(Por cierto, en estos días ha salido en la prensa Vargas Llosa con mocasines y sin calcetines, diciendo que aunque él ha sido siempre partidario de ponérselos, su esposa -agárrese: Isabel Preysler- le ha conminado a no llevarlos. Y dice que en cuestiones de moda siempre la obedece). (Ahora que lo pienso creo que no están casados, pero da igual). (Ah, a Vargas Llosa le dieron el premio Nobel. Tarde y como de medio lado, pero se lo dieron).
Por supuesto no podía faltar un panel con portadas y páginas escogidas de Nueva Forma. (Los cuatro números de Bilbao y alguno más del entorno). Se le sigue recordando sobre todo por la revista, que a estas alturas del siglo veintiuno sigue siendo objeto de estudios y tesis doctorales, pero a su obra arquitectónica se le está prestando cada vez más atención, y desde luego en esta exposición hay buenas muestras de ello.
Su proyecto con Chillida para la entrada al puerto de Bilbao. Una de tantas ocasiones perdidas. Pero ahí está, en la memoria. No se olvida.
Por cierto: Hay unas cuantas maquetas hechas con impresora 3D, que es un cacharro que a usted le habría fascinado, siempre tan curioso y tan abierto a jugar. ¿Qué formas habría diseñado para ella?
Ya sabe que siempre le he llamado de usted. Empezó usted, que llamaba así a todos los alumnos, y además por los dos apellidos: "Señor Hernández Correa, vamos a ver cómo lleva el proyecto". Al cabo de los años, ya en su casa, me empezó a llamar de tú, y José Ramón, y me invitaba divertido a que le tuteara, pero nunca me atreví.
¿Qué habría pensado usted al ver esta exposición? ¿Qué habría pensado Paloma? Seguro que ella diría que es la mínima expresión de lo que merece, y que ya iba siendo hora.
¿Cómo habría sido verla con usted? Habría cambiado completamente mi sensación de nostalgia y de "alegría triste" (si me permite la expresión) por otra de claro y rotundo cachondeo. Con cuántas anécdotas habría sazonado cada uno de sus proyectos, con qué comentarios mordaces y amistosos habría hablado de todo ello y de todas las personas que estaban allí plasmadas, especialmente sus amigos y compañeros Fernando Olabarría y Álvaro Líbano. Y los hermanos Íñiguez de Onzoño. Cuánto habría aprendido de usted en ese rato. Como siempre. Cuánto le sigo echando de menos.
He sido muy feliz viendo la exposición, pero a la vez he tenido una intensa sensación de nostalgia, como le estoy diciendo.
No le entretengo más, que veo que no le estoy diciendo nada interesante y solo hablo de mí, de mis insignificancias.
No sé si me atrevería a abrazarle físicamente de tenerle delante. Supongo que no. Pero por escrito y en el espacio metafísico sí me atrevo a hacerlo. Reciba pues un cordial y siempre agradecido abrazo de su alumno y -qué más querría- discípulo.
José Ramón Hernández
El instituto está en el antiguo convento de Santa Teresa, en la calle Elbira Zipitria nº 1, de San Sebastián.
Los lunes está cerrado. De martes a viernes es solo por la tarde, de 17:00 a 20:00. Los sábados es de 11:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:00 y los domingos de 11:00 a 14:00.
Si te ve Oteiza con esa pinta, te da con una de sus tizas je je, pero que salao eres¡
ResponderEliminarFullaondo no fue un gran arquitecto, pero tenía esa elegancia de los arquitectos de los setenta tan característica que los que peinamos canas conocimos y, sobre todo, era un una persona capaz de transmitir a los jóvenes esa ilusión por la profesión que hoy parece perdida.
ResponderEliminarAlgún día tendrás que hacer un monográfico sobre la magnífica revista "Nueva Forma"
Gracias por tus aportaciones