Los flamantes arquitectos Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, lanzados a la carrera del éxito, de quienes casi todos sus compañeros hablan (hablamos) muy bien por su "apenas hacer nada" y últimos ganadores del premio Pritzker, tienen exposición en el Museo ICO hasta el 16 de enero.
La he visto hace un par de y yo solo y hace unos días con mi compañero y sin embargo amigo Ekain Jiménez, que me ha enriquecido lo que vi antes y me ha suscitado una o dos reflexiones que intentaré exponer a continuación.
Empecé a oír hablar de ellos con el ya famoso comentario de: "Reforman sin destruir, y haciendo lo mínimo". Muy conscientes de la huella del carbono y del nefasto impacto de la arquitectura reconstructora (a menudo tan destructora), han abordado enormes proyectos de rehabilitación arquitectónica, urbana y social sin demoler lo que había, sino añadiéndole algún elemento o algún gesto que, siendo relativamente modestos, han revitalizado y cambiado de una forma muy importante lo preexistente.
La exposición comienza por la planta baja y hace el recorrido de siempre, terminando arriba, pero esta vez ha habido algo especial que merece la pena comentar.
Empieza con láminas, y láminas, y láminas impresas y pegadas en las paredes (y dibujadas para la ocasión), que muestran su trayectoria profesional en un montón de proyectos. En todas prevalece el mismo código: Un fondo blanco para el "espacio programado" y un fondo azul claro para el "espacio libre". La cosa tiene algo de truco: Viene a significar que lo blanco es lo que responde a "intervención arquitectónica" y "cumplimiento de programa" y lo azul claro es "la propina". (Pero en algunos proyectos de reformas de edificios públicos no es exactamente lo mismo, ya que lo blanco son zonas más tocadas, más intervenidas, y lo azul las más dejadas como estaban).
En todo caso es clara su voluntad de mostrar qué poco hacen, y cuánto renta ese poco.
Me cuenta que él a algún cliente le ha hecho algo en esa línea: Una mínima intervención en su casa y una propuesta en el patio, en la parcela. Yo le digo que a mí también me ha pasado, pero más que a instancias mías a las suyas. Acabamos diciendo que ese el el verdadero lujo, y yo añado un poco cínico que si además la colmatación es ilegal, entonces más gusto da.
Vemos igualmente su famosa rehabilitación urbana de la Cité du Grand Parc en Burdeos, consistente en añadir unos módulos de terraza a los enormes bloques de pisos, y con ello convertir 530 viviendas duras y tristes en unos verdaderos palacios de espacio, de plantas y de luz.
La arquitectura de Lacaton y Vassal está llena de los muebles corrientes e incluso anodinos de los usuarios, de las bicicletas puestas en cualquier sitio, de los trastos. Pero todavía esto no se aprecia aún del todo bien en la exposición que estamos viendo, que sigue siendo un despliegue apabullante de láminas que vienen a ser todo el catálogo de la muestra desencuadernado y extendido por la sala.
Seguimos mirando y hablando, pero llega un momento (suele pasar en las exposiciones) en que todo es apabullante, extensísimo, indigerible. De pronto te sientes cansado, decae tu atención y pierdes intensidad. Estas cosas cansan.
Entonces pasas a la planta de arriba y todo cambia. Está completamente vacía. Hay unos pufs cúbicos en el suelo para que te sientes y veas fragmentos de un documental troceado. Cada escena dura unos pocos minutos y se repite continuamente.
La planta no tiene más, solo imágenes proyectándose en las paredes perimetrales. Nos sentamos. Charlamos ya no solo de la exposición, sino de cualquier cosa. Se está a gusto, y como además no tenemos prisa y estamos cansados de la primera parte (al menos yo), se nos pasa el tiempo sin más.
Vemos que el patio de la casa Latapie es una cochambre de cosas: motos, jardineras, trastos, plantas, una piscina portátil... Es una especie de almacén o trastero cutre de suburbio, pero el dueño es feliz. De pronto la arquitectura no es esa cosa exquisita y sublime, sino espacio guarro, desahogo de cosas, la cámara del pirata, el paraíso de "esta es mi casa" y de "aquí estoy en mi salsa".
En estos edificios no hay muebles de diseño. Al revés: Son los sofás de cretona, los aparadores con muchos cajones, una hamaca, unos cuadros algo paletos; las cosas que hay en las casas "normales". Los usuarios dibujan, fuman, riegan las plantas... Son gente normal que hace cosas normales, y que están encantados con la terraza ganada, con el minijardín conquistado, con la comodidad obtenida.
Y nosotros también estamos cómodos, y tranquilamente la planta alta del Museo ICO, sin haber sido decorada ni retocada, sino tan solo vaciada y con las imágenes proyectadas, se convierte en un espacio lacatonvassaliano en el que no pasa nada memorable, sino tan solo la vida, el verdadero lujo.
Un verdadero lujo.
ResponderEliminarGracias por compartir siempre estas reflexiones, que nos hacen asomar una sonrisa, a veces grata y a veces no, leyendo lo que muchos pensamos.