martes, 27 de julio de 2021

Otro búnker (y II)

(NOTA PREVIA.- No preveía yo los comentarios de la entrada anterior. Pensé que era bastante suave y nada polémica. Es más, comentando que uno había dicho "es un búnker nuclear" no me puse fanático ni le dije nada feo. Por el contrario, escribí: "Eso es normal y hay que aceptarlo: El hormigón armado es intolerable para muchos". Creo que no me comporté como "un santurrón y sectario de cojones" ni "un sectario meapilas del hamparte". Pero, claro: Yo qué voy a decir sobre mí mismo. En todo caso continúo con lo que pensaba añadir a mi anterior entrada. Tengo las orejas escocidas, sí, pero sigo con lo mío).


Un compañero mío, Holoturio Quesofresco Camonbeibi, tenía un estudio pequeño pero muy efectivo. Hacía un montón de proyectos con solo tres empleados; pero qué tres empleados:

Benigna, la secretaria, le llevaba al día la contabilidad, las relaciones con los bancos, las bases de datos de los clientes y los trabajos realizados, la facturación, las nóminas, las declaraciones fiscales, el material de la oficina... Todo. Gracias a ella la empresa funcionaba como un reloj. Holoturio le podía preguntar por un proyecto que había hecho hacía muchos años, el nombre de cuyo cliente no recordaba, y del que solo podía dar una vaga pista sobre su ubicación, que Benigna le encontraba el expediente en segundos.

Hermógenes, el delineante, era el acróbata del Autocad, el sprinter de la polilínea, el rayo de la acotación. Manejaba simultáneamente el ratón con la mano derecha y el teclado con la izquierda. Se sabía todos los atajos del programa y además dibujaba con tal pulcritud y economía que resolvía los planos con enorme precisión y en un tiempo inconcebiblemente rápido.

Matilde, la aparejadora, que hacía las mediciones al milímetro cúbico, calculaba las ventilaciones, los diámetros de las tuberías, hacía todos los anexos de la memoria, las tablas, los pliegos de condiciones... Y encima conseguía que los distintos documentos fueran coherentes entre sí. Tenía una cabeza calculadora y exacta.

Los tres eran unos portentos. Holoturio tenía mucha suerte. Aunque los pagaba bien, siempre estábamos alguno de nosotros caracoleando por allí para tirarles los tejos como si fueran futbolistas. Quién los tuviera en su equipo.

Solo tenían una pega: Eran feos. No horriblemente feos, pero tenían unas caras y unos cuerpos sin gracia, como de empleados antiguos llenos de polvo y sabañones. Deslucidos. Algo raquíticos, encorvados, con los dientes torcidos, la mirada un tanto legañosa, la ropa descolgada de los hombros, la grupa más bien prominente y renqueante... La verdad es que eran un cuadro.

Pues bien: Holoturio tuvo una vez unos clientes fabulosos, de un grupo hotelero nacional, que le encargaron un proyecto de un hotel que tenía que ser el primero de unos cuantos. Los croquis iniciales les gustaron mucho, el presupuesto de sus honorarios, aunque era alto, les pareció aceptable, y le pidieron ir al estudio para terminar de concretar unos detalles, lanzar el proyecto y firmarle el contrato de un segundo hotel.

Holoturio había recibido a menudo a clientes en su estudio; estaría bueno. Era lo natural. Pero esta vez, con esta gente tan importante, se sintió muy avergonzado de Benigna, de Hermógenes y de Matilde. Estos clientes eran "otra cosa", y si veían a sus colaboradores se iban a desencantar.

Se inventó una excusa absurda y con suficiente antelación anunció a sus empleados que tal día lo tendrían libre, por supuesto que pagado y sin descontarlo de las vacaciones. Con ese mismo tiempo de margen acudió a una agencia de modelos y contrató los servicios de un chico y dos chicas, estipuló el tipo de ropa que debían llevar y los citó en su estudio a primera hora del día D para que se ambientaran y se familiarizaran antes de que vinieran los clientes.

Llegado el día les mostró sus puestos de trabajo, les encendió los ordenadores y les explicó una serie de gestos que tenían que hacer -como si trabajaran- cuando él entrara con los clientes y les enseñara el estudio. El resto del tiempo, cuando él estuviera reunido en la sala de juntas, ellos debían permanecer en sus puestos sin hacer nada y sin hablar, haciendo como si trabajaran. (Podían ir al servicio con naturalidad e incluso levantarse a hacerse un café cuando quisieran. Les enseñó el funcionamiento de la cafetera y les mostró el minifrigorífico).

Hermógenes por un día

Todo salió según lo previsto. Los clientes le encargaron el segundo hotel e incluso le hablaron de un tercero, con los que, a partir del día siguiente, se pondrían a trabajar los auténticos Benigna, Hermógenes y Matilde, quienes nunca supieron nada y, efectivamente, hicieron unos proyectos más que estimables en un tiempo récord.

¿Os ha gustado la historia de Benigna, Hermógenes y Matilde? Pues es la historia del hormigón armado. Tal cual.

(Hay que ver lo que me enrollo en los prólogos. A este paso ni en esta segunda parte termino lo que quería decir).

Ya lo dije en la primera parte y lo he repetido ahora: El hormigón armado es eficaz y necesario como los tres del estudio, pero, como ellos, no es presentable. (O no lo era).

Nunca hubo problema en que se viera cuando la obra en cuestión no tenía ninguna pretensión de decoro: un búnker, un muro de contención, un silo de grano, un depósito de agua o un puente en un lugar remoto que no viera nadie (los puentes urbanos siempre han estado decoradísimos). Algo que no necesitara ser hermoso, algo que se bastara con su propia eficacia sin más.


Esto es lo lógico: Hormigón desnudo donde nadie espere ninguna belleza, y forrado, decorado y maquillado cuando se necesite. No hay ningún problema.

Pero en los albores del siglo XX los arquitectos más modernos empezaron a decir que no estaba bien falsificar los materiales con decoraciones añadidas o con capas de maquillaje, y que la verdadera misión del siglo era descubrir en ellos sus valores más auténticos y potenciar su belleza oculta (o al menos desatendida y despistada). Décadas después decidieron que las nuevas construcciones de hormigón armado tenían una expresividad tremenda (y bastante brutal(1)) que había que intentar canalizar y explotar.

Los arquitectos se pusieron a ello y nos dieron una buena cantidad de obras maestras en las que la textura del hormigón dio una nueva expresión a las superficies y a los volúmenes. Una cosa fundamental es que, como vimos el otro día, el hormigón se vierte en moldes (encofrados), y cuando estos se quitan dejan en él su impronta: tablas de madera más o menos basta y veteada, chapas metálicas, placas de escayola, plástico, etc. Si le damos un carácter a esas superficies, cuando el hormigón se endurezca y estas se retiren le habrán dejado su huella, que puede ser la que la imaginación del arquitecto haya querido.

Miguel Fisac se ocupó mucho de esto. En un gesto puritano si queréis (o tal vez incluso santurrón, sectario y meapilas de la "ética constructiva" y de la sinceridad), quiso mostrar el recuerdo de que el hormigón había sido blando cuando llegó a la obra, y con distintos encofrados que se deformaban (desde lonas sobre bastidores con mallas de alambre que bajo la presión del hormigón vertido se deformaban como las batas de guata o las culeras de los porteros antiguos de fútbol, hasta elementos mucho más sofisticados que hacían corazoncitos en centros sociales de hermanas hospitalarias) plasmó esta idea que él tenía en mucha estima: Este hormigón que tienes ante ti es duro y resistente, pero fue blando.


Una casa guateada y un centro de las Hermanas Hospitalarias
lleno de corazoncitos. A ver si los veis.

Yo he de confesar que todos estos juegos de Fisac me cansan un poco, me empalagan, con el hormigón blanco lleno de jeribeques, y creo que el arquitecto es mucho más expresivo en la famosa Pagoda, con esos alabeos a base de encofrado clásico de tablillas, en la iglesia de Moratalaz o en el Centro de Estudios Hidrográficos, en los que me parece que el hormigón es mucho más serio y más maduro, Pero en todo caso he puesto estos ejemplos para deciros que con él también se puede ser decorativo y que se puede (y se debe) investigar un sistema de decoración que manifieste las cualidades del material.

A pesar de ello, creo que el triunfo definitivo del hormigón visto ha sido, ya digo, el de su desnudez, sin dar un respiro, sin buscar un detalle acogedor, sino haciendo que su potencia plástica nos subyugue y nos impresione.

Paul Rudolph. Facultad de Arquitectura de Yale
(Claro: Si ya los alumnos estudian en un sitio así, qué vais a esperar de ellos)

Denys Lasdun. Teatro Nacional. Londres
(Ha tenido, como cabe imaginar, muchos detractores, pero yo lo veo fantástico)

Van den Broek y Bakema. Aula técnica de la Universidad de Delft
(Jaque mate, antihormigonistas)

No creo que merezca la pena seguir poniendo más ejemplos. Desde hace muchas décadas nos estamos acostumbrado a ver hormigón que ha salido del armario.

Aquí solo he pretendido señalar que el hormigón es un material extraordinario y que no es justo ocultarlo porque de él también se pueden sacar texturas y tono, y si el proyecto es bueno y el arquitecto es hábil las sabrá conseguir, y si por el tamaño del edificio, su estructura y su construcción lo más sensato es realizarlo con hormigón, dejar que eso se vea me parece muy bien. No hay por qué taparlo. No es un material ominoso ni del que avergonzarse como Holoturio se avergonzaba de Benigna, de Hermógenes y de Matilde.

Porque tal como trabajan esos tres portentos no pueden ser feos. Puede que sus dientes no estén bien alineados, o que sus orejas no sean del todo simétricas, y que sus cuerpos sean demasiado angulosos, pero, por fuerza, de su mirada y de sus gestos tiene que emanar tanta inteligencia, tanta determinación y tanta honradez que no pueden ser feos, su mirada puede que sea algo legañosa, pero no es torva y no inspira sino confianza.

Si yo fuera el cliente hotelero me gustaría conocer a los auténticos Benigna, Hermógenes y Matilde, porque a sus dobles "decorativos" seguro que da gusto verlos un par de segundos en el estudio, o mucho más tiempo en otro sitio, pero si los siguiera mirando allí y viendo cómo noteclean el ordenador, nomanejan el ratón y nopiensan el trabajo me quedaría muy decepcionado y hasta los acabaría viendo feos. Tanto como cuando veo un falso arco de ladrillo que no trabaja porque tiene encima o detrás un sufrido dintel de hormigón armado que le saca las castañas del fuego.

 


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(1).- El hormigón armado desnudo, con sus formas duras, sus tamaños muy grandes y su aspecto tosco, generó una corriente arquitectónica llamada brutalismo. El término viene del francés y genera una ligera confusión (tan solo de matiz) en inglés y en español. En francés el hormigón desnudo es béton brut, (que sería algo así como "hormigón en bruto", igual que "diamante en bruto") y de ahí brutalisme sería la corriente de dejarlo visto. Sin embargo, antes de que a los franceses se les ocurriera el término brutalisme, al inglés Reyner Banham se le ocurrió brutalism, que, como el castellano brutalismo, ya sí hace sobre todo una referencia clara a lo brutal, salvaje y bestia. (En francés brutal también significa lo mismo, pero creo que está más dulcificado por ese primer brut que lo originó todo, ya que más que referirse solo a lo brutal y salvaje (que un poco también) hace más referencia a "sin tratar", "sin arreglar", "sin revestir", lo que le da matices de autenticidad e incluso de una cierta bondad intrínseca, si apuramos.
(Y ya con esta última consideración me vuelvo a mi sacristía).

10 comentarios:

  1. ¿Dónde hay que inscribirse para formar parte de la secta meapilas del 'hamparte'? Si va de estar a favor de todo lo que has dicho entonces me apunto de cabeza.

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    1. Tendría usted que identificarse primero, pero en tal caso no podría ponerse en evidencia tan alegremente.

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  2. Buena entrada, pero diré que tengo tan mala experiencia en el aula técnica de la Universidad de Delft que no me parece buen ejemplo. El hormigón hace posible esos voladizos impresionantes sobre la entrada, sí. Pero habría que explicar por qué esa forma es deseable. Parece que la única función que cumplen los voladizos es ser, en sí mismos, elementos decorativos.

    Aquí está el problema. Casi cualquier otra solución hubiera requerido menos energía y menos material que crear esos voladizos imposibles. Voladizos que además crean la sensación de que el edificio te aplasta cuando vas a entrar en él. Y en un clima como el holandés, que suele estar nublado, esa entrada es demasiado oscura. A medida que te acercas, notas como el césped que rodea al edificio desaparece gradualmente porque no le llega la luz. La experiencia, como simple usuario que va a usar el edificio, es de ser aplastado y engullido por un monstruo. Es desagradable.

    Ese edificio no es funcional y honesto como lo son Benigna, Hermógenes y Matilde. Esos voladizos son un alarde decorativo. El aula más bien parece un modelo presumido de bodybuilding: sacando músculo para salir bien en la foto. Quizás ese es el problema del brutalismo. Antes que el alarde técnico, o la desnudez por la desnudez, debería primar la experiencia del usuario. Estar constantemente «subyugado e impresionado» cansa.

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  3. No cabe duda que el hormigón es expresivo, plástico y demás. El tema es si me gusta lo que expresa y si me gusta precisamente ahí, y si a veces no resulta un poco "intimidante" y hasta "prepotente" en el edificio que pone como ejemplo de Delft,el teatro habría que usarlo, no así en el primero, o en la casa del post anterior, y si sirve para "hacer ciudad", lo que dependerá de muchas más cosas. Me gustan la Tourette, las casas de Fernando Higueras en la glorieta de Bilbao en Madrid, o la casa Pou de Fisac en A Coruña, y la de al lado. Otro tema serían los conjuntos de los Smithson, No se, Goldfinger, etc...y que tal funcionan, y si la expresividad que favorece el hormigon favorece el "hacer comunidad" en la práctica y no como piensa el arquitecto, o no siempre (y si eso se puede decir de otras tendencias, o no tanto)

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  4. Por otra parte, si se muestra la estructura vale, pero si se utiliza más hormigon visto del que sería estrictamente necesario en la misma, o en partes no estructurales, eso es una elección estética y expresiva como otra cualquiera y no veo por qué es ética constructiva (también mostrar o no mostrar la estructura es una elección expresiva, salvo razones de economía o utilidad). Una cosa es que se normalice y otra que ese protagonismo se pueda poner en cuestión, pero entiendo que será tan discutible como cualquier otra cosa.

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  5. Simpre de me alucina de este blog que los comentarios son a veces tan largos como las entradas.

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  6. Muy buena homilía J.R.

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  7. Efectivamente.No hay falsificación ni hipocresía alguna en revestir materiales, ni siquiera con propósitos meramente estéticos.Eso es moralina de la peor especie.Los revestimientos no son postizos, ni añadidos,son la piel del edificio,su cabello o sus plumas. Un órgano más. Lo que sucede es que el hormigón,por lo general,es un material más pobre, menos elaborado,con menor riqueza de matices,menos contrastes en sus líneas,brillos,una textura más monótona que la de otros materiales y suele conformar patrones más simples. Los revestimientos pueden cumplir otras funciones,incluso emocionales, que no son sólo estéticas. Todo tiene su estética, desde la basura a la tecnología, y el hormigón tiene la suya, pero eso no justifica su elección en todo caso. En muchos casos la potencia estética de estos edificios brutalistas está más en su expresionismo, la riqueza de contrastes formales y estructurales,que en su propia materialidad.

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  8. Ese tipo de edificios, desnudos, crudos, que se muestran y que son honestos y sinceros, existen. Son las naves industriales.

    Edificios donde no existe ningún tipo de ornamentación, el hormigón aparece crudo, sin revestimiento alguno, las instalaciones quedan vistas dejando al descubierto la honestidad de la ingeniería.

    Quizá lo único que sobre sean los tubos corrugados de los cables eléctricos, los cuales restan honestidad a la instalación, por no hablar de los alicatados de los baños, los cuales restan honestidad al ladrillo hueco doble del cuarto de baño. Las puertas y su marco restan honestidad y sinceridad al premarco; y la pasta y el encintado restan sinceridad a las juntas de las placas de pladur en tabiques divisiorios de estancias.

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  9. Estoy totalmente de acuerdo en lo que dices. Me encanta el hormigón y no hay por qué ocultarlo. Pero el problema es que has de estar muy seguro de la constructora que lo va a hacer, no vaya a ser que al destapar te pegues algún chasco.

    Aquí en mi barrio (les Corts, en Barcelona) han hecho durante la pandemia una escuela muy chula, en un solar en el que nunca hubiera dicho que cupiera un equipamiento así. Los muros de la planta baja y parte de la estructura es de hormigón visto. Pasé casualmente el día en que habían desencofrado y estaban los arquitectos (de visita de obra) con un cabreo morrocotudo porque la superficie había quedado con una textura muy irregular, con numerosos desconchones y otros defectos que hacen desmerecer mucho el resultado final. Estoy casi seguro de que en ese momento hubieran deseado pintarla toda...

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