En la escuela de arquitectura todos nos teníamos por artistas, hasta los más torpes. De alguna manera el ambiente nos ayudaba a creérnoslo.
Incluso yo, que era un alumno aseado y resultón, pero no brillante, acariciaba esa vanidad, y eso que siempre he sido una persona muy realista. Los rascacielos y los palacios de ópera que entregábamos en clase eran más provocativos y más cachondos que los que se ven en el mundo real, así que por qué no íbamos a hacerlos fascinantes cuando nos los encargaran. (Y ya sabíamos que en la puerta de la escuela había montones de promotores esperando que saliéramos con el título para echarse en nuestros brazos).
Nos veíamos destinados al brillo profesional, al despliegue apabulllante de obras maestras y, naturalmente, y solo para empezar, al número monográfico de El Croquis.
(Aquí, y solo para vacilaros, os diré que un número monográfico no tengo, pero sí un proyecto publicado en El Croquis. Claro, que sería mentir contando la verdad; como si os digo que tengo tatuajes. Las dos cosas son verdad, pero no significan lo que podríais inferir de ellas. O sea, que son mentira).
Conozco casos de gente que sí que ha estado realmente en el disparadero de que le publicasen su obra, y lo que ha llegado a hacer ha sido a veces vergonzoso. También conozco la estúpida pretensión de un estudio con bastante obra que le pidió a una prestigiosa editorial que le publicase una monografía, comprometiéndose a comprar todos los ejemplares que no se vendieran. Conozco casos que harían sonrojar a cualquiera, y siempre la puñetera vanidad.
¿Y todo para qué? Se dice que el periódico de un día sirve para envolver el pescado del día siguiente. Las revistas de arquitectura duran un poco más, pero manifiestan de la misma manera la futilidad y la fugacidad de estas vanidades. Yo tiré al contenedor azul casi todas las que tenía cuando cerré mi estudio en 2010, y ahora un amigo mío tiene así las suyas:
Está pensando donarlas a alguna universidad, porque ya le estorban, y ante la remodelación de su estudio no sabe ni dónde ponerlas. Además las revistas caducan. Llega un momento en que no sabes ni qué buscar en ellas, ni qué sacar en claro de ellas. La ya citada El Croquis (la más cara de todas) lleva bastantes años haciendo monográficos, que es una forma de disimular el carácter de publicación periódica y convertirla en libro, algo mucho más estable y duradero.
Pero de todas formas acaban estorbando. Y por no hablar del dinero que han costado. A ojo ahí me da para un Skoda Fabia o para un Dacia Logan. Y me dice mi amigo que tiene repartidos varios montones similares por diversos rincones para no concentrar el peso, que hablamos mucho de las piscinas en las terrazas pero nada de las revistas en los estudios de arquitectura. O sea, que sumando todos los montones sí que le da para un cochazo alemán.
La foto que me ha mandado mi amigo me ha traído todo esto a la mente: La vanidad de salir publicado en una de esas revistas termina en el suelo, y la constancia de irlas comprando una detrás de otra y de irlas colocando y clasificando durante años termina en el hastío. Vale que ya no son útiles, ¿pero cuándo y, sobre todo, cuánto lo han sido? ¿Cuánta enseñanza han producido y cuánto placer han dado? En mi estudio estuvimos suscritos a varias revistas durante unos años y llegó un momento en que las hojeábamos con prisa según llegaban, las colocábamos en la estantería y a otra cosa. Y al final acabaron en el contenedor azul.
Este amigo es un estudioso, y seguro que les ha sacado jugo y provecho, pero aun así terminan molestando, sin saber dónde estar, sin ser capaces de seguir soportando en alto las vanidades de sus protagonistas. Los talentos; claro; por supuesto. Pero las vanidades.
En este tiempo de pandemia he hecho limpieza, he echado al contenedor: 27 números de DOMUS, dos colecciones de la revista Quaderns (COAC) desde 1985 a 2019, total 352 revistas; 107 revistas de Arquitectos (CSAE); Arquitectura y Diseño 83 revistas; Croquis 27 revistas; revista ON, 22 ejemplares; revista Conarquitectura 18 ejemplares; revista Detail 11 ejemplares, todo esto lo he tirado porque a nadie de los que se lo ofrecí lo quiso.
ResponderEliminarAhora estoy con los libros, ya he amontonado más de 480 que van a ir directos al contenedor.
Como a nosotros, supongo que a muchos arquitectos de los que aparecían en los papeles, en sus escuelas de Arquitectura también les enseñaron a planear dos palmos por encima de los demás mortales. Endiosados que acaban en el cpontenedor.
Saludos
Francesc Cornadó
Francesc Cornadó
Hola, Francesc: Pese a lo que he escrito, y a que me das la razón con tu actitud, lo primero que me sale es "qué pena". De todas las revistas que tiré las únicas que echo de menos diez años después son las tres Quaderns que tenía (Siza, De la Sota, Scarpa). Del resto no me arrepiento.
EliminarLo que me parece más fuerte son los libros. Yo solo tiré libros de normativa (obsoletos).
Te diría que me dijeras quince o veinte títulos de esos 480 que dices, para pedirte alguno.
Es cierto: No sé qué nos creímos que íbamos a ser.
No los tire. Dónelos a alguna asociación benéfica. Y si no encuentra démelos a mi.
EliminarNo soporto que tiren libros
Como dicen: basura para unos, tesoro para otros.
No me da ninguna pena. Acumular libros es ocupar espacio y acumular polvo. Me quedo sólo con los clásicos. De momento tiro todos los libros de normativa y de manuales técnicos.
EliminarAntes daba libros a dos colegios, también a una asociación de vecinos y a las bibliotecas y ahora nadie los quiere.
Saludos
Francesc Cornadó
Hay también algo poético en deshacerse de tochos de normativa y manuales técnicos obsoletos tirándolos al contenedor azul. De ellos harán una pulpa con la que volverán a hacer libros, tal vez de poesía, o de narrativa, de arte, u otra vez manuales técnicos que volverán a quedarse obsoletos, o publicaciones pornográficas... O quién sabe.
EliminarHay también algo de veneración por el objeto plástico, como quien compra una joya. Lo de acumular polvo pues claro que sí, es condición de todo objeto en el espacio terreste. Lo único, defiendo las donaciones/venta de segunda mano porque gracias a ellas he podido acceder a textos que por haber nacido tarde ni soñando habría leído.
EliminarTIRARÉ TODO MENOS EL NEUFFERT... faltaría más
ResponderEliminarTe sugeriría antes de tirarlos, darlos a la universidad para que los repartan entre los estudiantes que entran de primer año.
ResponderEliminarQue identificado me siento, y que equivocados estábamos. Por otro lado no soy capaz de tirar más que las Normas tecnológicas, algunas revistas tipo Arquitectura y Diseño, o Diseño interior... pero cualquiera de las que tengo que tienen un mínimo de información técnica, me es imposible tirarlas (Con dos mudanzas a la espalda) que pena lo de Francesc, yo aún estorbándome muchas y teniéndolas repartidas por la casa y la oficina, acabo de comprar en TODOCOLECCION un “El Croquis” de Alejandro de la Sota... No aprendo.
ResponderEliminarNo hay que olvidar que las bibliotecas y archivos son importantes para conservar la memoria ... Son muchos los estudiantes e investigadores los que acuden a ellas para realizar sus estudios y trabajos. Quizás habría que preguntar si alguna biblioteca quiere esos libros/revistas antes de ser tirados a la basura.
ResponderEliminarConfieso que en mi caso no lo pensé.
EliminarFue un hundimiento personal, un "¿todo esto para qué?", tantas pretensiones, tanta tontería.
Lo tiré con mucho gusto, pero sí que lo podía haber ofrecido.
(Aunque te advierto que en casos similares con libros de otra índole muchas bibliotecas no los quieren).
Ahora con las redes se lo habría ofrecido a quien lo quisiera.
En todo caso mi post iba sobre la fatuidad de todo esto.
Hola José Ramón. Yo cursé entre 1993-2001. Me consideraba un "ratón de biblioteca" solo me compraba alguna que me gustaba mucho, pero en la biblioteca de la ETSA Valladolid pasaba horas "empollándome" las revistas. Lo que me sucedía era que, inseguro, no me atrevía a proponer una idea de proyecto sino comprobaba antes que alguien ya lo había hecho. Si encontraba algún proyecto con el que compartía estrategia, eso me empujaba hacia adelante. De esta forma, en la exposición verbal, podía referenciar. Así puede incluso a ayudar a algún compañero. ("Tu proyecto de teatro me recuardo al de fulanito. Mírate la página tal del número cual del AV). Las revistas para mí eran un libro de texto más. Por supuesto, no solo paraba en las imágenes. Leía los textos. Todas mis revistas las guardo. Probablemente no tengo tantas como vosotros. Un cuñado regaló a mi mujer (arquitectos ambos) el Croquis de Calatrava. Lo guardo. (Todavía no era tan espantoso). Ahora casi ni leo ni miro. Saludos, @sergiosrojo
ResponderEliminarLa verdad es que siempre que leo tus posts me fascina la capacidad que tiene la vida de derrotar a las personas.
ResponderEliminarTirar libros es un crimen. El que no les encuentre nuevo dueño es un vago, y responde más bien a eso que dices de "para qué?" o más bien "a la mierda, ahora sí que ya sé que me viene grande y verlo en la estantería me hace manifiesta mi incapacidad". Siempre habrá alguien interesado en ese compendio de conocimientos que son los libros, y hoy día es facilísimo encontrarlos.
Siguiendo el hilo de tu post, los libros no son inútiles por vanidad, son inútiles quizá por no estar a la altura de su contenido o mejor aún, por haber perdido la ambición de aspirar a lo que enseñan. Pues claro que casi nadie que lee un croquis saldrá en uno, pero puede inspirarle o servir de referencia para aquel arquitecto en el que se quiere uno convertir. Me dirás si eso tiene valor o no. O simplemente servir de referencia para una obra en curso o para resolver un detalle técnico o de materiales o distribuciones o cualquier otra cosa. No hay nada de vergonzosa vanidad en ver qué hacen los maestros (o nuestros pares en cualquier caso) y querer seguir sus pasos.
Y bueno digo maestros y eminencias aunque todos sepamos que no lo son necesariamente, pero cuando uno estudia lo percibe así al menos durante algún tiempo.
Espero que no me lo tomes a mal, pero siempre te veo un derrotismo extraordinario, un tremendo cansancio y hastío de la profesión ingrata, un desengaño total. A mí no me vas a engañar; está profesión es tremendamente dura, exigente, pero a la par es magnífica como pocas, y da alegrías como pocas.
A ver si en los próximos posts nos enseñas algo de lo que estás orgulloso, nos cuentas algo que te enseñó la profesión pero sin cinismo, algo positivo de verdad, nos inspiras a seguir un ideal romántico si quieres.
Mira no sé, son ideas. Y ya me voy yendo...
Bueno, yo me refería a la vanidad de intentar aparecer en una de esas revistas, para al final acabar ahí en el suelo.
EliminarMuchas gracias.
Estoy pensando en escribir un post de algo que me hace sentir orgulloso y feliz, pero me doy miedo a mí mismo porque veo que me va a salir muy empalagoso. No obstante, me animaré. Gracias.
¡Ánimo con ello!
EliminarLo mismo da que empalague, seguro que está genial :)
Cuentan que el jefe apache Gerónimo, al rendirse tras años de lucha con los ejércitos estadounidense y mexicano dijo "Ahora me rindo, y eso es todo". No hubo un discurso grandilocuente ni referencias al pasado o al futuro. Pues eso pasa con las revistas, un día se tiran y eso es todo. No hace falta darles más vueltas, que ya se las darán en la maquinaria de reciclaje de papel.
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