A David, a Agustín y a Alberto.
Es siempre un placer hablar con
ellos y escucharlos.
Hace unas semanas formé parte, con David García-Asenjo Llana, Agustín Ferrer Casas y Alberto Ruiz Colmenar, todos ellos muy buenos amigos y personas de muy fundamentado criterio, de una mesa de debate sobre "Comunicación de arquitectura en medios no especializados" dentro del Máster en Arquitectura de la Universidad Rey Juan Carlos.
No voy a haceros aquí un resumen de lo que hablamos, pero sí que lo voy a usar como base para lo que hoy quiero contar.
Es siempre un placer hablar con
ellos y escucharlos.
Hace unas semanas formé parte, con David García-Asenjo Llana, Agustín Ferrer Casas y Alberto Ruiz Colmenar, todos ellos muy buenos amigos y personas de muy fundamentado criterio, de una mesa de debate sobre "Comunicación de arquitectura en medios no especializados" dentro del Máster en Arquitectura de la Universidad Rey Juan Carlos.
No voy a haceros aquí un resumen de lo que hablamos, pero sí que lo voy a usar como base para lo que hoy quiero contar.
En la introducción, Alberto Ruiz puso un pasmoso ejemplo de la jerga que usan ciertos arquitectos (muchos, por desgracia demasiados) para hablar de sus cosas. Consistía en unas páginas de una revista de arquitectura en las que aparecía un muy buen edificio: limpio, elegante, inteligente, bien resuelto... pero con unos textos infumables, incomprensibles, estúpidos y muy groseros de los mismos arquitectos, que con esa faramalla de absurdeces pretendían explicarlo.
Hay arquitectos muy buenos, que en sus proyectos hacen alarde de tacto, potencia, talento y claridad, pero que cuando los explican lo llenan todo de farfolla, chorradas y frontoncitos. No comprendo por qué no escriben como proyectan. No entiendo que tengan dos personalidades tan diferentes. ¿En sus edificios ponen canecillos falsos, pilastras de mentira, arcos de cartón-piedra? No. ¿Entonces por qué todo su discurso está lleno de ridiculeces similares?
Siempre he creído que cuando se escribe así es porque no se tienen las ideas claras. También dijimos en aquella mesa de debate (y todos estuvimos de acuerdo) que hay una idea preestablecida de que es necesario escribir así para hacerse respetar o admitir en el círculo selecto.
En definitiva, todos los presentes propugnamos la sencillez y la claridad en la comunicación. (De hecho a mí me invitaron por cómo escribo en este blog, siempre intentando que se me entienda, en vez de querer epatar con palabrerío aparentemente culto, pero lamentable. Y sí: volvió a salir mi tabla, y no la saqué yo. En cuanto a mis ilustres compañeros, estaban allí porque siempre han dado muestras de que se explican divinamente y son grandes comunicadores y divulgadores de la arquitectura, y porque el rigor no solo no está reñido con el aburrimiento, sino que es todo lo contrario)(1).
Lo que sigue, aunque se inspira en lo que hablamos allí, son opiniones mías, y, aunque seguramente mis compañeros compartan más de una, no quiero embarcarlos ni hacerlos solidarios.
Lo que sigue, aunque se inspira en lo que hablamos allí, son opiniones mías, y, aunque seguramente mis compañeros compartan más de una, no quiero embarcarlos ni hacerlos solidarios.
Para empezar, yo diría que cuando uno no es un brillante artista del lenguaje más le vale ser sencillo y escribir como Baroja. Pero hay algunos elegidos que tienen unas fantásticas cualidades y son exuberantes, y deben serlo, como Valle Inclán.
Baroja buscaba siempre un estilo sencillo y directo. Es tan fuerte y tan seco lo que tiene que contar que lo hace de la manera más fuerte y seca posible. En el capítulo IV de Las inquietudes de Shanti Andía dice (lo dice el protagonista, pero se nota que esa opinión es del autor): "Me parece que una persona que ve en las palabras no su significado sino su sonido está muy cerca de ser un idiota". En ese sentido podríamos clasificarlo como un escritor "ético" más que "estético", y como un hombre sencillo y directo, pero también, por qué no, como un poco bruto.
Pío Baroja. (Autor desconocido)
Ortega y Gasset coincidió con él en Coria. El novelista corregía las pruebas de imprenta de Aviraneta y lo pasaba mal. Ortega cuenta la siguiente anécdota en El Espectador:
-¿Lo ven ustedes? No hay cosa peor que ponerse a pensar en cómo se deben decir las cosas, porque acaba uno por perder la cabeza. Yo había escrito aquí: “Aviraneta bajó de zapatillas”. Pero me he preguntado si está bien o mal dicho, y ya no sé si se debe decir: “Aviraneta bajó de zapatillas, o bajó con zapatillas, o bajó a zapatillas…”(2)
Se sentía nervioso con el estilo, no era hábil ni palabrero, y cuanto más lo pensaba peor le salía. Era espontáneo y directo, y escribía muy bien, pero sin florituras. Era muy eficaz:
-¿Lo ven ustedes? No hay cosa peor que ponerse a pensar en cómo se deben decir las cosas, porque acaba uno por perder la cabeza. Yo había escrito aquí: “Aviraneta bajó de zapatillas”. Pero me he preguntado si está bien o mal dicho, y ya no sé si se debe decir: “Aviraneta bajó de zapatillas, o bajó con zapatillas, o bajó a zapatillas…”(2)
Se sentía nervioso con el estilo, no era hábil ni palabrero, y cuanto más lo pensaba peor le salía. Era espontáneo y directo, y escribía muy bien, pero sin florituras. Era muy eficaz:
La casa donde vivía, aunque a primera vista no parecía muy grande, tenía mucho fondo y habitaban en ella gran número de familias. Sobre todo, la población de las buhardillas era numerosa y pintoresca.
Pasaban por ella una porción de tipos extraños del hampa y la pobretería madrileñas. Una inquilina de las buhardillas, que daba siempre que hacer, era la tía Negra, una verdulera ya vieja. La pobre mujer se emborrachaba y padecía un delirio alcohólico político, que consistía en vitorear a la República y en insultar a las autoridades, a los ministros y a los ricos.
Los agentes de Seguridad la tenían por blasfema, y la llevaban de cuando en cuando a la sombra a pasar una quincena; pero al salir volvía a las andadas.
La tía Negra, cuando estaba cuerda y sin alcohol, quería que la dijesen la señora Nieves, pues así se llamaba.(3)
Como vemos, es un estilo directo, sencillo, sin complicaciones. Que bastantes tiene ya el pensamiento y la amargura existencial de Andrés Hurtado, su protagonista, y los demás personajes del libro. En algunos aspectos es incluso desabrido y áspero, pero es siempre apasionante.
Pasaban por ella una porción de tipos extraños del hampa y la pobretería madrileñas. Una inquilina de las buhardillas, que daba siempre que hacer, era la tía Negra, una verdulera ya vieja. La pobre mujer se emborrachaba y padecía un delirio alcohólico político, que consistía en vitorear a la República y en insultar a las autoridades, a los ministros y a los ricos.
Los agentes de Seguridad la tenían por blasfema, y la llevaban de cuando en cuando a la sombra a pasar una quincena; pero al salir volvía a las andadas.
La tía Negra, cuando estaba cuerda y sin alcohol, quería que la dijesen la señora Nieves, pues así se llamaba.(3)
Como vemos, es un estilo directo, sencillo, sin complicaciones. Que bastantes tiene ya el pensamiento y la amargura existencial de Andrés Hurtado, su protagonista, y los demás personajes del libro. En algunos aspectos es incluso desabrido y áspero, pero es siempre apasionante.
Valle Inclán, por el contrario, era un acróbata, un estilista brillante:
Tirano Banderas, taciturno, recogido en el poyo, bajo la sombra de los ramajes, era un negro garabato de lechuzo. Raro prestigio cobró de pronto aquella sombra, y aquella voz de caña hueca, raro imperio:
-Doña Lupita, si como dice me aprecia, declare el nombre del pendejo briago que en tan poco se tiene. Luego luego, vos veréis, vieja, que también la aprecia Santos Banderas. Dame la mano, vieja...
-Taitita, dejá sos la bese.
Tirano Banderas oyó, sin moverse, el nombre que temblando le secreteó la vieja. Los compadritos, en torno de la rana, callaban amusgados, y a hurto se hacían alguna seña. La momia indiana:
-¡Chac, chac!(4)
Tirano Banderas, taciturno, recogido en el poyo, bajo la sombra de los ramajes, era un negro garabato de lechuzo. Raro prestigio cobró de pronto aquella sombra, y aquella voz de caña hueca, raro imperio:
-Doña Lupita, si como dice me aprecia, declare el nombre del pendejo briago que en tan poco se tiene. Luego luego, vos veréis, vieja, que también la aprecia Santos Banderas. Dame la mano, vieja...
-Taitita, dejá sos la bese.
Tirano Banderas oyó, sin moverse, el nombre que temblando le secreteó la vieja. Los compadritos, en torno de la rana, callaban amusgados, y a hurto se hacían alguna seña. La momia indiana:
-¡Chac, chac!(4)
En este fragmento vemos que Valle Inclán se gusta, se regodea en el ramaje feraz, pero no hay ni una palabra de más. Hay muchas, sí, y difíciles (briago, amusgados...), pero no sobra ninguna. Su prosa no es solamente un mecanismo perfecto, sino que también parece un solo de jazz, envolvente, complejo, seductor, exuberante.
Sí que se ve que Valle busca palabras sonoras, contundentes (un negro garabato de lechuzo), y no se conforma con las más corrientes ni con las construcciones más sencillas. Exige un esfuerzo al lector, porque hay algunos vocablos cuyo significado ignoramos (pero suponemos por el contexto) y porque nos hace dar más rodeos de los necesarios. Pero todo forma y todo construye. El chac chac del tirano o el omnipresente juego de la rana dotan a toda la novela de un ambiente, de un tono, de un pulso formidables.
En mi juventud fui un exhaustivo lector de la prosa de Valle Inclán (diría que la leí toda), y la disfrutaba muchísimo. A veces iba al diccionario a buscar ergástula o gachupía, (que, por cierto, no está en el diccionario y hay que ir a gachupín), pero otras no: Me sumergía en la corriente narrativa dejándome llevar, y la disfrutaba mucho. Y además esas historias, esas enormidades, necesitaban ese estilo.
Veamos cómo son descritas las dos viejas: la tía Negra y Doña Lupita, o, más que ser descritas, cómo actúan, como llenan el espacio narrativo, como exprimen el párrafo. ¿Cuál es mejor? ¿Cuál está más viva o es más auténtica? Las dos.
Sí que se ve que Valle busca palabras sonoras, contundentes (un negro garabato de lechuzo), y no se conforma con las más corrientes ni con las construcciones más sencillas. Exige un esfuerzo al lector, porque hay algunos vocablos cuyo significado ignoramos (pero suponemos por el contexto) y porque nos hace dar más rodeos de los necesarios. Pero todo forma y todo construye. El chac chac del tirano o el omnipresente juego de la rana dotan a toda la novela de un ambiente, de un tono, de un pulso formidables.
En mi juventud fui un exhaustivo lector de la prosa de Valle Inclán (diría que la leí toda), y la disfrutaba muchísimo. A veces iba al diccionario a buscar ergástula o gachupía, (que, por cierto, no está en el diccionario y hay que ir a gachupín), pero otras no: Me sumergía en la corriente narrativa dejándome llevar, y la disfrutaba mucho. Y además esas historias, esas enormidades, necesitaban ese estilo.
Veamos cómo son descritas las dos viejas: la tía Negra y Doña Lupita, o, más que ser descritas, cómo actúan, como llenan el espacio narrativo, como exprimen el párrafo. ¿Cuál es mejor? ¿Cuál está más viva o es más auténtica? Las dos.
¿Hemos dicho que para comunicar la arquitectura hay que ser como Baroja y no como Valle Inclán? En absoluto. Lo que no se puede ser es un plasta, un patán.
Podríamos, por puro juego, buscar ejemplos de arquitectura "barojiana" y arquitectura "valleinclanesca": Una sencilla, desnuda, fuerte, dura, sin adornos, y la otra enrevesada, rica, sensual, llena. ¿Cuál es mejor? Hay maravillas, y también horrores, en ambas familias.
(Tan solo, y por mera prudencia, podemos insistir en que con el estilo sobrio y sencillo es más difícil cagarla demasiado, pero también puede dar lugar a un discurso anodino, tosco, árido. Lo que importa, por tanto, es la fuerza interior, la claridad de ideas, la pasión de lo que se comunica y la sinceridad interna; es decir, la coherencia del propio discurso).
Podríamos, por puro juego, buscar ejemplos de arquitectura "barojiana" y arquitectura "valleinclanesca": Una sencilla, desnuda, fuerte, dura, sin adornos, y la otra enrevesada, rica, sensual, llena. ¿Cuál es mejor? Hay maravillas, y también horrores, en ambas familias.
(Tan solo, y por mera prudencia, podemos insistir en que con el estilo sobrio y sencillo es más difícil cagarla demasiado, pero también puede dar lugar a un discurso anodino, tosco, árido. Lo que importa, por tanto, es la fuerza interior, la claridad de ideas, la pasión de lo que se comunica y la sinceridad interna; es decir, la coherencia del propio discurso).
En definitiva, aunque defendemos la arquitectura limpia, sencilla y funcional también nos quitamos el sombrero ante Borromini, por ejemplo. No, lo malo no es la complejidad: Lo malo es la confusión. Lo malo no es Sant Ivo alla Sapienza. Lo malo es la catedral de la Almudena., que está llena de contradicciones estilísticas y funcionales entre elementos, igual que los textos estúpidos que venimos denunciando, las vacuidades discursivas de quien no sabe ni lo que dice(5).
Ahora, como conclusión, volvamos a leer un párrafo que señalé hace tiempo en una entrada sobre el estilo incomprensible de una "prestigiosa" revista de arquitectura:
Los diferentes estados de la energía no prejuician cualidades arquitectónicas, la construcción es deudora de un tipo, la creativa de otro. Un estado, una acción o una disposición son oportunidades de experimentación que determinan presencias o apariencias.
Observad que esto no es un retorcimiento a lo Valle Inclán, no es un malabarismo centelleante, no es un latigazo de inteligencia. Creo que queda claro. Esto no es un estupendo edificio muy exuberante y adornado, no es la alegría de la abundancia y del baile y el garabato feliz. No; es más bien un edificio confuso, contradictorio, plomizo, obra de gente que se siente muy importante y que pretende una trascendencia que no se sustenta.
Esto no es escribir de una manera compleja. Esto es, sencillamente, escribir mal.
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(1).- Hay muchos temas asociados a este, y que me da rabia no tocar aquí, pero es que entonces esta entrada se me iría de medida y de control. Sirva solo como apunte, y a ver si me animo en alguna próxima ocasión, mencionar que la seriedad no es aburrimiento, que el rigor es apasionante y necesario, que ser preciso y a la vez ameno es un arte, y que tampoco hay que despreciar un texto por su complejidad. No es de recibo lo de "explíqueme la teoría de la relatividad pero para que la entendamos todos". No; para entender la teoría de la relatividad hay que tener conocimientos avanzados de física y estar dispuesto a trabajar. No podemos pretender que todo sea un pasatiempo de bajo nivel. Defiendo los textos difíciles y fundados. Lo que critico no es eso, sino los embarullados, los que, so capa de un alto nivel discursivo, no tienen más que vacuidades y vana y estúpida prepotencia.
(2).- ORTEGA Y GASSET, José, El espectador, "Ideas sobre Pío Baroja", VII: "Baroja tropieza en Coria con la gramática". En mi ejemplar, de la colección "Biblioteca Básica", de Salvat, Madrid, 1969, esa cita está en las páginas 42-43.
(3).- BAROJA, Pío, El árbol de la ciencia, 2ª parte, 8, "Otros tipos de la casa". En mi ejemplar, de la colección "El libro de bolsillo", de Alianza Editorial, Madrid, 1967, 22ª ed. 1983, esa cita está en la página 88.
(4).- VALLE-INCLÁN, Ramon del, Tirano Banderas, 1ª parte, libro 3º, IV. En mi ejemplar, de la colección "Selecciones Austral", de Espasa-Calpe, Madrid, 1975, 6ª ed. 1987, esa cita está en la página 60.
(5).- Antes he comentado que conozco algunos arquitectos magníficos, brillantes, creativos, elegantes, pero que cuando escriben se transforman en seres insoportables, plomizos, cargantes. El caso de Fernando Chueca Goitia, arquitecto de La Almudena desde 1950 y artífice de buena parte de su aspecto final, es el contrario: su obra arquitectónica peca a menudo de mazacotería (en mi opinión), pero su prosa (también en mi opinión, y aunque diga disparates sobre el Seagram Building, por ejemplo) es fluida, limpia, bien construida y muy agradable de leer.
Preciso y precioso. Enhorabuena
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