A mi amigo Francis, y a su precioso lema:
"Nunca es tarde para tener una infancia feliz"
Tengo cincuenta y nueve años, y a mi edad más que maduro empiezo a estar pocho. Pero como sé que me lee mucha gente joven quiero decirle una cosa importante: La madurez es una mierda.
Sabedlo ya. Cuanto antes. La madurez es una mierda.
Los jóvenes lo quieren todo, y lo quieren ya. Se sienten con derecho a ello y no pueden concebir no merecerlo, o tener mala suerte, o no conseguirlo al final por lo que sea.
Tan intensa como ha sido la ilusión, tan fuerte como ha sido el deseo, así de vehemente es también la decepción. Qué mal se pasa. Qué frustraciones y qué rabias más impetuosas.
Lo único que te enseña la madurez es a poner buena cara cuando te dicen que el Oscar no es para ti, sino para uno de tus compañeros, el que más rabia te da, el más tonto. A lo único que te enseña es a no revolcarte por el suelo y lanzar patadas a diestro y siniestro, sino a mantener la calma, no perder la sonrisa e incluso a aplaudir al ganador. (Las cuatro o cinco primeras veces lo aplaudes forzando la mueca y deseándole la muerte entre horribles dolores, pero después te vas acostumbrando y palmoteas incluso con aburrimiento y desdén).
Cuando eres inmaduro lo vives todo intensamente. Las pasiones son muy fuertes, muy vivas. La verdad es que se disfruta mucho, pero también se sufre mucho.
No es Magaluf. Son alumnos de la Bauhaus muy maduros
haciendo una prueba de carga en un balcón
Si encima estudias algo creativo (en mi caso arquitectura, pero también puede ser arte dramático, bellas artes, música, imagen...) siempre crees que tienes algún talento. Y confías en que tarde o temprano se manifieste y te haga triunfar.
Mi esposa (por aquel entonces mi novia), que estudiaba medicina y tenía otra forma de ver el mundo, cuando venía a alguna movida de las que hacíamos los compañeros de arquitectura se quedaba siempre muy sorprendida y me lo decía:
-Hernández, usted tiene muchos pajaritos en la cabeza. Y sus amigos también.
-Bueno, es que...
-Todos ustedes se creen artistas, y no lo son.
Bueno, alguno sí demostró serlo, pero he de reconocer que la mayoría nunca lo hemos sido.
Sin embargo, en aquella época nos creíamos merecedores de un Pritzker por la axonometría que acabábamos de enseñar en clase o por las grandes ideas que teníamos en la cabeza. Es más: Si en aquel tiempo me hubiera llegado un telegrama de la Academia de Suecia comunicándome la concesión del Premio Nobel de Literatura por un cuento que había escrito (sí; también escribía: Los genios polimorfos somos así) o por la memoria de mi PFC me habría dado una enorme alegría, pero tampoco me habría sorprendido tanto. ¿Por qué no? Los cuentos que escribía eran muy buenos. Los proyectos que hacía en la escuela también lo eran. Y mi novia diciéndome que tenía muchos pajaritos en la cabeza. Qué negativa; qué pesimista. Qué sabría ella.
La verdad es que nos lo pasábamos todos muy bien siendo unos inmaduros.
Maduros profesores de la Bauhaus en una sesuda
reunión de evalucación en la sala de profesores.
Luego, poco a poco, día a día, la vida te va dando estacazos en la cabeza con los que te va matando los pajaritos uno a uno: Cosas que eran seguras y al final no salen, fracasos, decepciones, oportunidades perdidas...
"Un día de estos viene Fulano -arquitecto, artista plástico, escritor o músico famoso-. Te lo voy a presentar. Tiene que conocerte. Seguro que le gustas".
"Oye, esto que has escrito está muy bien. ¿Quieres que te lo publique?"
"Un cliente me quiere encargar un hotel. ¿Lo hacemos juntos?"
"Este concurso lo ganamos".
"Por favor, mándame tu currículum. Creo que eres la persona idónea para el puesto".
Mentira, mentira, mentira, mentira. Mentira cochina. La vida. Demasiados pajaritos en la cabeza.
Pero, como digo, los pajaritos se van muriendo y poco a poco te vas acartonando y llenando de caspa. Has recibido tantos palos, tantos sinsabores, tantos fracasos que te acomodas a ello, lo asumes, te lo crees y llegas finalmente al extremo contrario:
"Para qué voy a conocer a Fulano, si no va a querer nada de mí".
"¿Mandarles un manuscrito? Pero si reciben cientos diarios, y esto mío es muy trivial".
"No me presento a ningún concurso. Es una pérdida de tiempo".
"¿Un encargo? Bah. Al final no saldrá".
Y así poco a poco te vas muriendo. Se te apaga la llamita y te quedas en nada, frío, yerto. Bien es cierto que era una llamita de gilipollas, pero era la tuya. Era tu llamita, y ya no tienes ni eso.
A fuerza de perder te has dado cuenta de que te lo merecías. Te merecías perder. Al principio te revolvías con rabia porque pensabas que tenías que haber ganado y que los demás eran unos tramposos, o unos traidores, o unos hijosdeputa, pero poco a poco te vas dando cuenta de que has perdido porque eso es lo justo, porque ese es tu valor, porque no tienes méritos ni talentos para ganar. Y cuando reconoces eso y lo ves nítidamente, enhorabuena: Eres maduro. Eres una persona sensata. Estás muerto.
Sí, ya lo he dicho antes y lo repito ahora: La madurez es una mierda.
Desde este pedestal que me da la edad y los desengaños os digo: No maduréis. Nunca maduréis. La madurez es la muerte. La madurez es la rendición sin condiciones. La madurez es la constatación de que no merecéis nada, incluso de que es bueno que no merezcáis nada. No maduréis.
Si no maduráis viviréis algunas escenas ridículas, es cierto: Aspiraréis a mucho más de lo que sensatamente os corresponde y quedaréis más de una vez en entredicho y con el culo al aire. Es posible que la gente incluso se ría de vosotros. "¿Dónde va este iluso? ¿Qué se ha creído?" Recibiréis chascos y calabazas.
Pero seguid insistiendo. Haced el ridículo. Aspirad a la grandeza. Nunca os resignéis. Nunca seáis maduros. Dad risa, pero nunca deis lástima. Y, sobre todo, nunca os la deis a vosotros mismos.
Addenda:
El otro día alguien preguntaba en twitter: "Si lo tuvieras delante, ¿qué le dirías a tu yo del pasado?"
Lo pensé. Me vi de jovencito (Os juro que me recuerdo nítidamente de jovencito. Lo he sido hace nada. El tiempo ha pasado demasiado deprisa). ¿Qué le diría a ese muchacho?
Lo vi con mucha ternura y cariño, y solo se me ocurrió decirle: "Atrévete. No molestas. Díselo, propónselo, preséntate. No vas a molestar. Y si molestas, pues pides perdón y te vas. Pero no te quedes en el pasillo sin atreverte a entrar. Pasa. No molestas".
Gracias por tus palabras, aunque ya no soy jovencito, gracias. Es genial leerte.
ResponderEliminarTampoco, soy joven, pero, como me representan tus palabras. Ojala, las nuevas generaciones las lean, pues los ciclos se repiten.
ResponderEliminarArtículo Realmente Bueno.
ResponderEliminarFelicidades Capitán!! A Bordo y de Polizón en Tu Proyecto...
Un Abrazo