viernes, 9 de septiembre de 2016

El padre de Morricone

Dedicado a todos los padres sufrientes,
ahora que empieza el curso.

Ennio Morricone es un músico sorprendente: A sus ochenta y siete años de edad sigue en activo y mantiene el mismo talento y la misma tensión creativa que en su juventud.


Con motivo de su 60º aniversario con la profesión, se anuncia su nuevo disco, Morricone 60, que contiene nuevas interpretaciones de sus grandes éxitos.
Por esto se está hablando de él estos días, y he escuchado una entrevista que le han hecho en la radio.
Me impresiona que hable con tanta claridad y energía a su edad, y que diga que está rechazando ofertas porque está trabajando intensamente con su amigo Giuseppe Tornatore, con quien se entiende muy bien y trabaja muy a gusto.
Qué envidia me da esta gente. Quién pudiera llegar a esa edad con esa salud y esa fuerza.

Ha contado algo que me ha sorprendido tanto que corro a contarlo aquí: Ha dicho que de niño quería ser médico, porque tenía un pediatra muy bueno (era también el pediatra de los hijos de Mussolini) y él le admiraba mucho y le tenía como modelo.
Pero cuando dijo en casa que él de mayor quería ser médico su padre le dijo que no, que tenía que ser músico.
¿A quién se le ocurre? ¿Qué padre es capaz de decir algo así?

Vale, su padre, Mario Morricone, era músico, pero aun así. Razón de más para conocer todas las miserias de la profesión y para querer que tu hijo tenga unas perspectivas más claras y sólidas.

Ese dato me ha recordado vivamente los sufrimientos que tuvo mi padre cuando mi hermana Gema dijo en casa que quería estudiar Bellas Artes.
Mi padre intentó que entrara en razón, le habló del azaroso futuro que le esperaba, y le propuso (como tantos padres) que cursara esa carrera como hobby, mientras estudiaba algo que le ofreciera alguna salida profesional sensata.
Mi hermana es muy obstinada, y se matriculó en Bellas Artes sin atender razones.
Mi padre gemía y pataleaba. Se le llevaban los demonios. (En su casa tiene un retrato muy bueno que le hizo Gema, en el que no está mirando a plano, sino leyendo un libro. Yo le veo con cara de pensar: "Sí, sí; un retrato muy bonito, pero ya te podrías dedicar a algo lucrativo").
Al cabo de los años -estaría Gema ya en tercero o cuarto de Bellas Artes-, le dijo un día:
-Papá, he pensado que tienes razón. Voy a compaginar los estudios de Bellas Artes con otros. Creo que me puedo organizar bien y me veo capaz de poder con las dos cosas.
Mi padre la miró con lágrimas en los ojos, feliz.
-¡Muy bien! ¡Claro que sí! ¿Y qué vas a estudiar?
-Arte dramático.

Pues el padre de Morricone, al revés que el mío, le dijo a su hijo que ni se le ocurriera estudiar medicina; que tenía que ser músico.
Y acertó.

Esto lo cuento porque empieza el curso y porque en las escuelas de arquitectura baja sensiblemente el número de matriculados, pero aun así sigue siendo más numeroso que el que la sensatez aconsejaría.
No todos van a ser Morricones. Eso lo sabemos. Casi ninguno (o tal vez ninguno) llegará a ser un Morricone. Carne de decepción, de fracaso, de quién sabe qué.
Y pensamos lo de siempre: demasiadas escuelas, demasiados alumnos, demasiado azar, demasiada precariedad... Demasiada ilusión en los jóvenes que siempre soñarán con comerse el mundo, como no podría ser de otra manera, y demasiado dolor, pero también expectación, angustia, desazón, inquietud y, pese a todo, confianza y amor en sus padres, que, si tal vez no los animan con entusiasmo, al menos les ayudan a desplegar las alas, y aprietan los labios y los puños soñando con que no se hagan mucho daño.



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