Hace unos días mi cirujano me mandó hacer unas pruebas médicas y un tratamiento y me recomendó una clínica madrileña donde hacérmelo. Como no la conocía y no sabía dónde estaba hice lo evidente: teclear su nombre en google para ver su dirección.
Para mi sorpresa, lo primero que me salió fue una retahíla de críticas. Llamadme ingenuo, pero yo pensaba que esas cosas se hacían con los restaurantes y los hoteles. Y con las películas. Pero no. Se hacen con todo.
Como digo, me quedé sorprendido ante ese tripadváisor de hospitales. Esa fue mi primera sorpresa. La segunda fue que TODAS las críticas eran malas.
* "Fui con mi padre el sábado a urgencias y tardaron horas en atenderle".
* "Pésimo servicio médico y pésima educación".
* "Todo muy sucio".
* "Estuve hospitalizado una semana. La comida horrible".
Etc, etc, etc.
Pero bueno: ¿Qué infecto tugurio me había recomendado mi cirujano? ¡Pues sí que estábamos apañados!
Entonces, ya picado por la curiosidad, busqué el hospital en el que fui operado, del que no tengo sino buenas palabras y mi mejor consideración. Y también salió lo primero la lista de improperios:
* "Fui con mi padre el sábado a urgencias y tardaron horas en atenderle".
* "Pésimo servicio médico y pésima educación".
* "Todo muy sucio".
* "Estuve hospitalizado una semana. La comida horrible".
Etc, etc, etc.
Ya. Ya caí en la cuenta: Estoy convencido de que todas esas críticas son sinceras. ¿Por qué no habrían de serlo? Pero seguro que quien es atendido con normalidad y corrección no pierde su tiempo ni gasta su esfuerzo en registrarse en una web para exponer que ha quedado satisfecho, mientras que quien ha sido maltratado sí que remueve Roma con Santiago, preso de indignación, para que conste su queja.
Así que digamos que si son bien tratados el noventa y cinco por ciento y mal el cinco restante, en los comentarios parecerá que el cien por cien ha sido humillado y escarnecido en ese antro de perdición. (Véase nota 1).
Otro caso de estos días: Estoy intentando regalarle un libro a mi prima Eli y dudo entre dos o tres que no he leído. (Mi prima y yo siempre nos regalamos libros que no hemos leído, para después poder prestárnoslos).
Ante las dudas, me voy a una conocida web y leo opiniones de los lectores. Para un mismo libro encuentro esto:
* "Imprescindible".
* "Una obra maestra. Profundiza en la esencia de los personajes y plantea un conflicto muy duro, que resuelve magistralmente".
* "Infumable. No pude acabar de leerlo".
* "Pretencioso y vacío".
Vale. Creo entender que se trata de un libro ambicioso y complejo pero que tal vez peque de ladrillosidad y de excesivo estupendismo. ¿O es una obra maestra sin tacha y ha habido dos lectores muy simplones e incapaces de entenderla? ¿O es un libro pretencioso y estúpido que ha tenido dos lectores pretenciosos y estúpidos investidos de trascendencia?
No termino de fiarme y opto por otro de mis seleccionados, mucho más divertido:
No termino de fiarme y opto por otro de mis seleccionados, mucho más divertido:
* "Ritmo trepidante. Te engancha y no puedes dejar de leerlo".
* "Me lo leí en un día. Lo terminé a las siete de la mañana".
* "Muy cinematográfico. Lo recomiendo".
* "Escrito con ligereza. Demasiada ligereza. Muy esquemático y previsible. Los personajes son de cartón".
* "¿Pero quién le ha dicho a este tío que sabe escribir? Tiene errores de sintaxis para no aprobar la ESO".
* "Muy divertido".
* "Pim pam, pim pam, pero no tiene nada".
Vale. En este caso sí parece claro que...
...que no tengo nada claro. Opiniones para todos los gustos y para todos los paladares.
Claro: Si busco opiniones sobre el Finnegans Wake un experto en Joyce hará una crítica en la que probablemente resalte sus diversos planos semánticos, su lejanía del Ulises, y también sus aspectos comunes. Pero el lector habitual de best-sellers que haya tomado por error esa madre de todos los retorcimientos hará una crítica muy diferente, y seguramente muy cítrica.
Y las dos opiniones reposarán en la web con el mismo peso y la misma importancia: ninguna.
Porque cuando todas las opiniones valen lo mismo ninguna vale nada. Porque cuando todo el mundo tiene el mismo derecho a opinar sin importar sus condiciones y circunstancias, su formación, su personalidad, su cabreo, su nada, su todo, entonces todas las opiniones forman un ruido blanco, un runrún de fondo que no significa nada.
Todos somos pensadores. Todos somos críticos. Todos emitimos. ¿Y el poso? ¿Se acaban posando nuestras opiniones? ¿Se acaban decantando, filtrando? ¿La gente acaba apreciando y degustando el pensamiento que más útil les resulta? ¿En medio de todo este ruido se hacen notar las opiniones más fundadas, más profundas, mejor cimentadas? ¿Sabemos valorar a nuestros mejores pensadores?
Eso no está claro. ¿Los mejores? ¿Quiénes son los mejores? Dejémoslo en que sabemos valorar a los pensadores que más confianza nos inspiran. Eso sí.
Claro: Si busco opiniones sobre el Finnegans Wake un experto en Joyce hará una crítica en la que probablemente resalte sus diversos planos semánticos, su lejanía del Ulises, y también sus aspectos comunes. Pero el lector habitual de best-sellers que haya tomado por error esa madre de todos los retorcimientos hará una crítica muy diferente, y seguramente muy cítrica.
Y las dos opiniones reposarán en la web con el mismo peso y la misma importancia: ninguna.
Porque cuando todas las opiniones valen lo mismo ninguna vale nada. Porque cuando todo el mundo tiene el mismo derecho a opinar sin importar sus condiciones y circunstancias, su formación, su personalidad, su cabreo, su nada, su todo, entonces todas las opiniones forman un ruido blanco, un runrún de fondo que no significa nada.
Todos somos pensadores. Todos somos críticos. Todos emitimos. ¿Y el poso? ¿Se acaban posando nuestras opiniones? ¿Se acaban decantando, filtrando? ¿La gente acaba apreciando y degustando el pensamiento que más útil les resulta? ¿En medio de todo este ruido se hacen notar las opiniones más fundadas, más profundas, mejor cimentadas? ¿Sabemos valorar a nuestros mejores pensadores?
Eso no está claro. ¿Los mejores? ¿Quiénes son los mejores? Dejémoslo en que sabemos valorar a los pensadores que más confianza nos inspiran. Eso sí.
Naturalmente, son cientos y cientos los pensadores que inspiran
confianza a la gente y que forman y nutren la opinión pública.
Estos nueve que pongo son sólo un pálido ejemplo.