martes, 13 de octubre de 2015

Cicerón y el melocotonero

A mis amigos Miguel Ángel Acosta, por sus melocotoneros
amarillos de agosto, y Javier García, por los suyos rojos.
Ambos son cicerones sabios y, sobre todo, hombres de bien.

Hace años leí (1) que Cicerón en sus últimos días, en aquellos tiempos convulsos del Segundo Triunvirato que pondría fin a la República Romana y que acabaría asesinándole, entre tanta agitación y angustia cotidiana tenía algún momento de esparcimiento y de tranquilidad en el jardín de su casa.
Era ya muy anciano (sesenta y tantos años), y el cuidado de las plantas era una forma grata de despedirse de la vida.
Un amigo le vio una tarde plantando en la tierra un hueso de melocotón.


Con toda su amistad y su cariño le dijo:
-Marco, ¿cómo se te ocurre plantar un melocotonero a tu edad? Tardará muchos años en dar fruto. No te va a dar tiempo a comerte ningún melocotón de ese árbol.
A lo que, naturalmente, Cicerón le contestó:
-¿Y para qué estamos los viejos? Para plantar melocotoneros. Ningún niño podría comerse nunca un melocotón si alguien no hubiera plantado el árbol años antes de que él naciera. Triste mundo sería este si nadie pudiera comer otros frutos que los que él mismo plantara.

Sea o no cierta esta anécdota, pienso en ella a menudo.
A todos nos afecta. Parece como si ahora (cambio climático, contaminación, agotamiento de los recursos...) todo el mundo pensara: "el que venga detrás que arree", o, lo que es lo mismo: "para lo que me queda en el convento..."
No sólo no somos cívicos, sino que ni se nos pasa por la cabeza la posibilidad de serlo. Lo del melocotonero de Cicerón es puro civismo. Nos está diciendo: "Deja algo bueno en este mundo. Deja una huella positiva. Mejora aunque sólo sea en algo insignificante lo que te encontraste al llegar".

Si este mandato es vigente para todos los seres humanos, para los arquitectos es aún más perentorio y también más concreto. La actitud ya mencionada (de todos quienes intervienen) de que "el que venga detrás que arree", de cobrar nuestro dinero y de largar el edificio para que el pobre destinatario lo sufra y para que el paisaje y el entorno se resignen a él es la que ha provocado y sigue provocando esta especie de cochambre empachadora y agresiva en la que vivimos.
No. No vale decir: "Es que me exigieron que lo hiciera así". No. No vale. Cada palo que aguante su vela. Aguantemos la nuestra.

No pido que seamos unos héroes que por nuestros principios rechacemos los encargos. Eso lo hace Gary Cooper en El Manantial y emociona, pero la vida real es bastante más irisada y poliédrica (y cutre).


(En ese segundo que Gary Cooper -Howard Roark- tarda en decir que no está la ortodoncia de los hijos, la calefacción de la casa, por supuesto la hipoteca, el pescado, los zapatos nuevos... La vida. Todo).
No. No pido que seamos héroes. Pero tampoco que empercudamos el horizonte con mierdas autocomplacientes, con palaciosdelpolloasado a cascoporro ni con adosadosacosados ni hotelesolympo sin redención posible, y que prostituyamos nuestra emocionante vocación haciendo mamarrachadas.

No. No pido que seamos héroes. Quién puede serlo. Acaso me atrevo tan sólo a repetir el deseo que expresa Joaquín Sabina en Noches de Boda:

que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.

No. Yo no puedo pedir nada de eso. No soy quién. Si acaso sí me atrevo a pediros que sean cuales sean las condiciones de vuestro trabajo llevéis siempre en el bolsillo el hueso del melocotón, y que intentéis plantarlo en algún sitio a la menor oportunidad, al menor descuido. Nunca bajéis la guardia; nunca os desaniméis; nunca dejéis de mirar dónde se puede plantar el hueso, y nunca dejéis pasar la oportunidad de plantarlo. Un detalle, un rincón, un gesto casi secreto. Algo. No desfallezcáis, no os rindáis, no os aburráis. Intentad hacer aunque sólo sea un pequeño rasgo de buena arquitectura, de la mejor que seáis capaces de hacer dadas las circunstancias. Un rasgo de buena arquitectura o al menos de buena voluntad.


No soy quién para criticar ni al joven que me ha dicho esta mañana con tono de reproche: "es que a los arquitectos os gustan mucho las cosas modernas" ni al arquitecto que le conteste: "no te preocupes por eso. Me adapto a tus gustos". Yo no se lo he dicho hoy porque no me tocaba, pero se lo he dicho a otros.
Ya digo: No soy quién para criticar a esos muchachos tan jóvenes, tan listos, tan despiertos, pero que quieren para sí la casa de Marianico el Corto, ni a los arquitectos tan bien formados, tan sólidos y competentes, pero que les dicen que no hay problema, y se la hacen.
Sí que me atrevo a criticar a quienes están arriba del podio, a quienes "crean tendencia" y tienen poder de convocatoria y de comunicación, e incluso de educación popular y de guía, y emplean ese gran poder solamente en fomentar el yo-yo-yo-yo. Ellos sí tienen capacidad para sembrar muchos melocotoneros, y tienen la obligación de hacerlo porque tienen la ocasión y la oportunidad.
(Pero no escurro el bulto: Todos tenemos que plantar todos los melocotoneros que podamos).
Esa gente que teniéndolo todo no hace nada no merece mi respeto. Sí que se lo tengo (cómo no) a quienes hacen lo que pueden, y quiero desde aquí celebrar y honrar a quienes, desde cualquier punto y cualquier misión, olvidando su comodidad y sus intereses personales, se deciden a plantar melocotoneros. Aunque sólo sea uno muy de vez en cuando. Benditos sean.


NOTA.- Con esa idea de "plantar el melocotonero a traición" no me refiero a que el arquitecto agobiado por su cliente a base de arcos, volutas, molduras, jeribeques y chorradas aproveche un descuido para hacer un detallito lecorbuseriano en una esquina. No. En ese contexto ese detalle lecorbuseriano es una chorrada más, e incluso peor, porque ni le complace al cliente ni al arquitecto, ni sirve para nada ni dice nada. Me refiero a que, por el bien de la obra y de la arquitectura (y del cliente), hagamos un gesto: una puerta que se abra a derecha en vez de a izquierda, un encuentro de la huella con la tabica, el borde de un pavimento... y que con eso hagamos que la casa funcione un poco mejor y sea más limpia, y hagamos así toda la arquitectura que podamos y que nos dejen, e incluso la que no nos dejen.
También me refiero, por supuesto, a debatir sobre arquitectura, a hablar de arquitectura, a discutir, a opinar, a enseñar. Eso sí que es plantar un melocotonero para el futuro.

(1).- Ya ni sé si de verdad lo leí o si lo he soñado. He buscado y no he encontrado ninguna referencia a esto. Desde luego, yo no me lo he inventado. En todo caso, se non è vero è ben trovato. La historia merece ser cierta.
(Ofú, qué bien documentado y riguroso soy).


(Si a pesar de mi rigor documental quieres clicar el botón g+1 te lo agradezco mucho).

5 comentarios:

  1. ....y el melocotonero de la ética profesional...? existe?... esa asignatura, cuál era? :p

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  2. ¡Aleluya, por fin alguien al que le importan los que vienen detrás! No estoy acostumbrado a eso. Cada vez que comento la responsabilidad (irresponsabilidad) de mi generación, dejando una bomba de relojería a la siguiente, que les va a explosionar en las manos, siempre escucho lo mismo: ¡Y a ti qué más te da, si no lo vas a ver!
    Siempre me encantó ese deseo de Joaquín Sabina, junto con “que las verdades no tengan complejos, que las mentiras parezcan mentiras”, como todos los de esa canción y todas sus canciones. ¡Qué gran genio!
    En cuanto a los creadores de tendencias, que no crean la de plantar melocotoneros precisamente, no existirían si no hubiera seguidores de tendencias. Lo sensato es innato, otra cosa es que practiquemos o no la sensatez.

    Genial post, para no variar.

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  3. Lo bueno del asunto de la sostenibilidad es que ya ni siquiera tenemos la escapatoria de escurrir el bulto y que "!arreen como puedan los que vengan detrás". El tiempo se ha terminado, y para absolutamente todos los que estamos ahora mismo en este sufrido planeta, las consecuencias de la contaminación y del modo demencial en que está organizada la economía y la sociedad humana van a ser más que visibles. Es más, van a ser lo que den forma a nuestras vidas. Corrijo, YA SE LA ESTÁN DANDO.

    Las cifras están ahí, las consecuencias, también. Otra cosa es que se prefiera seguir mirando hacia otro lado, o practicar la táctica del avestruz, o directamente negarlo porque te pagan por ello (como en el ejemplo vergonzoso del "primo de Rajoy" del ínclito presidente que más gasta en tintes para el pelo), o sencillamente, encoger los hombros y ser fatalista: lo que tenga que ser, será... y ojalá no me pille.
    Basta una simple muestra para vislumbrar la magnitud de lo que tenemos entre manos: el ser humano ha deforestado ya más de la mitad de masa arborea del planeta, en siglo y poco. Sin árboles, no hay vida tal como la entendemos. No hace falta decir más.

    Pero hay un problema y gordo... la máquina del capitalismo no puede (y no sabe) parar, y en una huida hacia adelante, sigue forzando las estructuras de expolio al planeta y al propio ser humano.
    Bueno. Que sepa quien quiera escucharlo, que no pasamos de este siglo XXI a este ritmo. No hay margen de ningún tipo.
    La sostenibilidad no es una "moda" o una etiqueta verde, es cuestión de supervivencia. Es lograr desarrollar una civilización capaz de sustentar de modo continuado a 7.000 millones (se prevén más de 10.000 para el 2050) de seres humanos con los recursos disponibles en la biosfera de este planeta. Y no hay más. O se hace, o nos vamos al garete.
    Por lo tanto, si no cambia de modo radical la tecnología disponible, y surge (o mejor dicho, se permite desarrollar) algún tipo de energía no contaminante (por ejemplo, la del sol), lo cual es poco menos que una quimera mientras el poder siga en manos de compañías petroleras con políticos a sueldo (¿qué millonario va a renunciar de modo voluntario a su fuente de negocio--el petróleo--y permitir que se desarrolle una alternativa no contaminante que le quite "sus" ganancias?), en pocos años veremos como cosa del pasado determinados comportamientos que hoy se presuponen básicos para eso que se llama "el modo de vida occidental", que no es sino el "american way of life" impuesto a golpe de soldado marine en medio mundo...y que curiosamente, cada vez excluye a más y más gente de su grupo de practicantes.
    En la arquitectura también habrá cambios radicales, y se acabará lo de edificar con tanto hormigón, acero, metales y vidrio. Se volverá a utilizar la madera, la cerámica y otros productos con menor coste energético y disponibles en el lugar de la obra.
    Y esto no tiene por qué ser malo. Es todo cuestión de mentalidad y educación. Se nos inocula desde niños un modo de entender la vida que no la concibe si no es consumiendo cosas, pero no para mejorar tu calidad de vida o felicidad, conceptos ajenos por completo a la lógica capitalista. El capitalismo solo desea valorizar el valor, es decir, acumular riqueza, sin importar el cómo. Por eso no tiene interés en construir pozos de agua potable en África y sí en vender cada año un nuevo modelo de iphone. Una especie inteligente, quizá la única que existe, regida por un algoritmo irracional y suicida como es la base lógica del capitalismo...es hasta digno de estudio...

    En resumen, que me voy por las ramas: la defensa de la sostenibilidad y del aire, agua y suelo limpios es inseparable de un cambio radical del sistema político-económico en que vivimos, llamado Capitalismo. Creer que se puede cambiar el uno sin tocar el otro es perder el tiempo.

    José Ramón, para variar, algún día tendrás que escribir un artículo malo.
    Grande tu blog.

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    1. ¡Exacto!, así es, nos guste o no, queramos o no. La realidad es lo más tozudo que existe, y el pasado es inamovible. El capitalismo es un arma de destrucción masiva, y si no acabamos con él (no lo creo, porque no hay la más mínima intención), acabará con todo, y en breve. Entre otras cosas, porque ni siquiera cumple sus propias reglas.

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  4. Soy muy malo para expresar por escrito lo que siento, por esto sólo puedo darle sinceras gracias por lo que siento al leer este blog.
    Un saludo desde Cali, Colombia.

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