Como continuación del post sobre Robert Krier (y de tantos otros), surge la eterna pregunta: ¿Por qué a la gente no le gusta la arquitectura moderna?
Es una cuestión sin respuesta, porque tiene demasiadas respuestas.
Yo creo que al ciudadano común no le gusta la arquitectura moderna, ni la literatura moderna, ni la música moderna... etc. Hay una primera y fácil lectura: El ciudadano común no tiene cultura suficiente. (Decimos esto y nos quedamos tan tranquilos. Y podemos añadir: "El que quiera saber más, que estudie").
Vale. Muy bien. Pero no es verdad. Ni la gente es tonta ni es inculta. Hay gente inculta; claro que sí; pero a la mayoría de los cultos tampoco les gusta la arquitectura moderna. Además, hay que tener en cuenta que la gente de otras épocas, mucho más inculta que la de ahora, siempre ha entendido el arte de su tiempo. Shakespeare, antes que nada, era empresario teatral, y su máximo objetivo era llenar The Globe. Y lo llenaba. Y la gente, la mayoría analfabeta, entendía perfectamente ese lenguaje y esa dinámica teatral. Aquí pasaba lo mismo: Lope, Calderón, Tirso y compañía arrasaban, y a Cervantes le hicieron no solo innumerables ediciones piratas de su Quijote, sino que hasta escribieron una segunda parte apócrifa y canalla. Porque era un best-seller.
Nos sorprende que en otras épocas un público muy poco cultivado supiera apreciar el arte de su época, mientras que ahora una ciudadanía infinitamente más culta y más preparada no entienda el arte contemporáneo, que en cierto modo es mucho más complejo y contradictorio que el de "antes", pero también en cierto modo es mucho más sencillo y simple.
¿Qué explicación tiene esto? No lo sé. Si lo supiera estaría dando conferencias y publicando libros. Se me ocurre que en tiempos pasados la estructura narrativa era unívoca, nítida, clara. El lenguaje era muy elaborado, muy desarrollado, pero dentro de la línea que se esperaba de él. Ahora el lenguaje es más sencillo, más alapatalallana, pero no por ello es más comprensible. Porque su estructura es más contradictoria.
Supongamos que en los Siglos de Oro (por ejemplo) la gente llana, la gente inculta, hablara en un color verde desvaído, sucio, y la alta literatura hablara en un color verde brillante. Digamos que la gente no sabía hablar así, como veía que se hablaba en el arte, pero lo entendía y lo tomaba como modelo y referencia, e incluso como meta ideal.
Supongamos ahora que en los albores de la modernidad la gente, bastante más culta ya, hubiera aprendido a hablar en un color verde mucho más definido. Pero el arte le decía cosas en rojo oscuro.
Y ahora, cuando ya entendemos la vanguardia, cuando todos hablamos en un color verde ya muy bueno, y estamos dispuestos a medio entender el rojo oscuro e incluso el amarillo limón, el arte nos habla en milímetros, o en Si bemol mayor, o en grados centígrados.
Y encima nos regañan porque no entendemos. Y con la lengua fuera intentamos ponernos al día, pero el horizonte es inalcanzable: Está siempre igual de lejano hagamos lo que hagamos.
Se le quitan a uno las ganas. (Y además leemos a unos cuantos pedantes, como el tío borde ese de Arquitectamos locos?, haciéndose los interesantes con su blablablá y poniéndonos de medio atontados para arriba).
Ha habido un tremendo cambio de paradigma, y lo sigue habiendo. Estamos en el cambio. Los valores son otros, lo sacrosanto se disuelve, los códigos se transforman. No hay forma de establecer puntos de referencia, ni criterios seguros. De esto hablaremos más veces.
He dicho que no tengo la explicación del enigma, pero hay algunos ejemplos en los que veo cosas (que no sé interpretar). Uno de ellos es la música de jazz. (Esta entrada, como su título indica, iba sobre una obra de jazz, pero me he alargado tanto en la introducción que ya casi tengo que terminar. No me gusta escribir entradas muy largas).
Vamos a lo principal, y rapiditos:
Vamos a escuchar una obra maestra del "jazz rarito". Si ya os empezaba a gustar el jazz caliente y rítmico-melódico de Nueva Orleans, tal vez con esto os aburráis. Vamos a escuchar un jazz más cool, más cerebral. (No hay más que ver que esta pieza la tocan tres músicos blancos con una preocupante pinta de universitarios).
Bill Evans es uno de los "intelectuales" del jazz. Su música es post-bebop, muy fría. Jazz modal.
Vamos a escuchar su obra más famosa: Waltz for Debby. No os asustéis. Es un vals, un perfecto vals en tres por cuatro.
Empieza la obra como un vals clásico: UNdostres, UNdostres, UNdostres. Un compás de tres partes que identificamos claramente, e incluso podemos tararear: PLAN(dostres)PLAN(dostres)PLAN(dostres)...(etc). Ya estamos en la dinámica. Hasta podemos imaginar a una pareja bailando, girando. (Ella con un vestido de noche cuyo vuelo se levanta a cada giro) ¿Lo tenemos? Parece fácil.
Pues no. No lo tenemos. No es eso. Es otra cosa que contradice todo eso y que no se entiende. Veamos:
El ritmo de vals sólo se ve limpio y definido (tal como os he dicho) hasta el 0:52, en donde ya parece que se empiezan a poner nerviosos (como si el pianista, que estaba tan a gusto tocando solo, se mosqueara con el acompañamiento del contrabajo). Uno se pone en lo peor: Igual estos dos terminan mal.
El UNdostresUNdostresUNdostres se ha perdido. Parece que han ido cometiendo errores sucesivos que cada vez tienen peor arreglo (como cuando uno tropieza y se trastabilla, y va dando saltos y vaivenes: Es seguro que acabará en el suelo, pero aún no cae). Pero aguantamos escuchando porque nos han dicho que son músicos muy buenos y que esta es una obra maestra, y les damos el beneficio de la duda.
Durante unos segundos la cosa pinta muy mal. Tan mal que en 1:00 parece como si el pianista quisiera dar el asunto por perdido y empezar otro tema. Pues sí; casi es lo mejor. La mayonesa cortada no tenía arreglo.
Ese caos que empieza en 1:00 va a desarrollar algo muy diferente. Ha habido un quiebro completo en nuestras expectativas como oyentes. Los músicos nos llevan a otro sitio. Nos han engañado. (Y, sin embargo, sigue subyacente el compás ternario: undostres undostres undostres).
Qué lío. Qué raro. (Qué rollo). Pero, después de todo, creo que si somos capaces de vibrar con la entrada de la batería en 1:09 habremos aprendido algo. No sé qué, pero algo.
Por favor, volved a escuchar desde 1:00 hasta 1:09. O mejor desde 0:55 hasta 1:50, por ejemplo, notando lo que ocurre en 1:09. Creo que es un ejemplo de algo que intento decir pero no me sale. Así que, si no me sale eso tan fácil, imaginad qué podría decir sobre lo que ocurre a partir de 1:54. (Sigue el compás ternario en el fondo, y a la vez otros diferentes y contradictorios, y todo superpuesto en capas, ocasionando lecturas cruzadas y muy difíciles).
Solo he querido poner esta obra como ejemplo de que la cultura no es unidireccional, y de que ese "hombre medio", ese "hombre culto" que hemos tomado como ejemplo, se distancia de la vanguardia no por la escasez de su cultura, sino por su orientación. Porque uno esperaría que el arte le ayudara a ordenar sus ideas y le diera una visión coherente del mundo; que respondiera a un esquema, a una estructura, a un fin. Pero desde hace un siglo (o más) no hace más que irse de copas y desvariar.
La única solución es escuchar esta obra más veces, intentar disfrutar con la arquitectura, con la pintura, con todo. Y no ponernos nerviosos si no lo entendemos. A estas alturas ya no se trata de entender.
Muy cierto lo que dices.
ResponderEliminarYo ya no intento entender, sólo emocionarme.
Poco que añadir, salvo mi sorpresa, pues imaginé que te referías al Bill Evans que yo conozco, saxofonista por más señas. Ha pasado por la New Age, Blues, Jazz,... pero para mi gusto siempre ha circulado por senderos demasiado comeciales, facilones,... y eso que uno de sus temas se titula Road to Bilbao, y eso siempre puntúa, ja, ja...
Un saludo