En la contraportada de EL PAÍS de hoy nos vamos de tapeo con un sublime embalsamador. Un artista de la estética mortuoria que se mete patatas con chorizo, patatas con zamburiña y molleja, zamburiña con algas y sésamo, brandada de bacalao, tortilla española, arroz con plancton y fabada, todo ello remojado con champagne MUMM. Vamos, un talento.
Leo el reportaje con verdadera devoción (la gente que come con ganas, aunque sea arroz con plancton, tiene de entrada toda mi simpatía). Dice que muchas veces los allegados del muerto embalsamado por él le dicen que está más guapo muerto que vivo.
Y yo, que tengo un cable cruzado, pienso que la arquitectura muerta también es más guapa que la viva.
Las revistas de arquitectura y decoración se obstinan en mostrarnos casas en las que no vive nadie, en las que no puede vivir nadie. Mausoleos. Casas con escaleras sin barandillas (qué grima y qué miedo me da), sofás blancos impolutos; mesas de vidrio con un bol de castañas y una revista girada 30º respecto al borde. Obviamente, esa revista no es nunca el ¡HOLA!, sino el FMR por lo menos. También puede ser una revista sobre arqueología sumeria.
Los arquitectos terminan una obra que les gusta y la fotografían febrilmente, para conservar un recuerdo, porque saben que en cuanto la estrenen los usuarios se la cargarán. Está más bonita muerta que cuando la hagan vivir. Porque la van a hacer vivir a base de usarla (¡qué horor!) y, como dice un arquitecto que conozco, "chabolizarla".
Tengo entendido que en muchas casas hay hasta ¡niños! y que incluso ¡corretean! No me lo puedo creer. ¡Ay, que me da la sofoquina!
Arquitectos embalsamadores, arquitectura mausoleo. ¡Qué hermoso!
Es cierto que no hay bar en el mundo, por exquisitamente que haya sido diseñado, que no termine con unas hojas de bloc (con la pelusilla de la espiral sin quitar), pegadas con esparadrapo a la pared, inclinadas 2º, con las ofertas escritas con rotulador gordo: "HAY ZARAJOS". Estoy de acuerdo con que el dueño de ese bar es un animal de bellota, y que no le costaba nada haber tenido más cuidado. Ahí le doy la razón al arquitecto que diseñó el bar: La gente es muy bruta.
Pero el arquitecto debería pensar también que en un bar se cocina (¡qué remedio!), y que la gente come, y bebe (¿será posible?), y que la entropía le va ganando poco a poco la batalla a las geométricas delicadezas que pergeñó.
A mí me gustan mucho más los médicos que los embalsamadores. Más que nada porque prefiero para mi cuerpo un trabajo regularcillo de un médico que uno sublime de un embalsamador. Por la misma razón, prefiero a los arquitectos que ponen barandillas a las escaleras, aunque no sean exquisitos, porque saben que por ahí van a subir y a bajar personas.
Hasta los lunes sofocantes de calor me los consigues alegrar.
ResponderEliminarEs un placer leerte.
Un rendido admirador.