Para empezar, a mí no me parecen una maldición en sí mismos, o al menos no más maldición que otras modas compositivas. (También me digo en el fondo "¿qué más da?", pero porque ya estoy un poco pasota). En muchas ciudades estamos más que acostumbrados, de toda la vida, a las fachadas de ladrillo visto con toques de piedra caliza o de granito, a los revocos o, ahora, al SATE(1). ¿Por que esas modas sí y esta de los bloques cebra no? Es más: ¿estamos hablando de una moda o de un estilo? Y es requetemás: ¿qué es una moda y qué es un estilo?
El verdadero problema es el que también dice el artículo mencionado, y que señala lúcidamente A.B., el arquitecto detrás del perfil @bloque_cebra, y es que el edificio es diseñado por el promotor en vez de por el arquitecto, y por lo tanto solo responde a criterios de marketing y de rentabilidad. Es un proceso automático y autónomo: ¿Cuántos metros cuadrados se pueden construir en el solar?, ¿cuántas viviendas?, ¿qué coste/m2 me sale?, ¿qué beneficio puedo obtener? Y a partir de ahí el estudio de arquitectura resuelve el sudoku rápido y escupe un proyecto cuyo planteamiento y estilo es igual que los de todos los demás.
Sí, de acuerdo. Eso es así. Los arquitectos no pintamos nada y lo que se construye no es propiamente "arquitectura" casi nunca. ¿Pero cuándo lo ha sido? ¿Con los bloques de ladrillo visto, los revocados, los SATE lo ha sido? Yo digo que tampoco. Sí es cierto que los vicios de siempre se exacerban cada vez más. Claro. Los desenfrenos, como su propio nombre indica (des-enfreno) tienen aceleración. Claro: lo malo tiende a empeorar, y estamos ya en un plan en el que no sabemos ni dónde estamos. Tengo un amigo arquitecto que se dedica ahora a una cosa que tiene que nombrar en inglés. Yo creo que a medida que vamos nombrando nuestras funciones en inglés vamos perdiendo pie y perspectiva de todo. Pero eso es otra historia y mi opinión se debe seguramente a que yo no sé inglés y a que ya estoy viejo. Todo me suena raro.
Y, para abundar en esa rareza, este verano he leído el "libro del verano de 2025 obligatorio para arquitectas-os", La casa de verano, de Masashi Matsuie, que nos cuenta cómo un joven arquitecto recién titulado pasa unos meses en el estudio de un viejo maestro trabajando en un concurso de arquitectura.
No voy a contar nada del argumento de la novela, de su historia. Solo os digo que trata de la lentitud y del cuidado, del cariño, de la delicadeza. Para estudiar el espacio central de una gran biblioteca se demoran en la altura de cada balda de cada estantería, en cómo debe circular el aire entre ellas para que los libros no cojan moho. Se ponen a dibujar la curvatura del asiento de madera de las sillas para que los culos estén cómodos. Y así todo, desde la gran maqueta hasta la sección del pasamanos de la escalera.
Yo pensaba: "Diseñad el edificio y haced la maqueta, y si ganáis el concurso y os encargan el proyecto de ejecución ya pensaréis los detalles". Pero no. La idea más o menos es que no se puede saber qué forma ni qué tamaño le tengo que dar a la sala de lectura si no he reflexionado sobre todo lo demás.
Podría decir muchas más cosas de ese libro, pero lo dejo en una sola reflexión exagerada: Todos los seres humanos tenemos dignidad, y la hemos de demostrar en nuestro trabajo. Tomarnos tiempo, mirar y actuar con respeto, reflexionar en silencio, comer juntos, querernos y querer lo que hacemos, mostrar compañerismo, regar las plantas, cuidar y cuidarnos, cocinar para nosotros mismos y para quienes nos acompañan, hacer la compra, ayudar a los vecinos... Todo eso es hacer la mejor arquitectura porque es hacer la mejor vida.
Para todo lo demás, me da absolutamente igual que los edificios sean cebras o sean ñúes.
Yo creo que el problema no son los edificios zebra, que por CTE son bastante confortables y eficientes si no las calles de 4 carriles que los acompañan.
ResponderEliminarEspero con impaciencia lo del SATE, a mí, el hecho de que unos vecinos se pongan de acuerdo para mejorar su edificio me parece un síntoma de progreso e incluso democracia.
Otro capítulo más en la ya larga historia de la edificación culta/planificada pero anodina: esos bloques de ladrillo con fachadas de terrazas corridas, unas cerradas y otras no; o la composición "tarta de la abuela" a base de capa de galleta/ladrillo/revoco, capa de crema/ventanas, corridas o no (como la tarta, apetitosa cuando está bien hecha y una plasta cuando no); los adosados desganados todos iguales, esas urbanizaciones de bloques que de uno en uno tendrían un pase pero repiten composición hasta el bucle, etc... "Tu casa será tu casa/ tu calle será tu calle/ como otra calle cualquiera/ camino de cualquier parte".
ResponderEliminarTengo entendido que, encima, la fachada ventilada y el SATE tienen casi infinitas posibilidades, desde el bloque-cebra hasta el estilo Freddy Mamani. ¿Es más barato en blanco y negro? Tan triste resulta este tipo de bloque como poner cientos de miles de ladrillos uno a uno para repetir decenas de veces el mismo modelo, como en los ahora valorados bloques del Quiñon. ¿Qué fuerzas económicas o sociales llevan entonces a tanta homogeneidad anodina? ¿No pueden la planificación o la promoción pública (tal vez sin determinadas originalidades algo imprácticas anteriores a la crisis) reivindicar que no es el más moderno de los mundos posibles?
Entiendo que los bloques-cebra pueden crecer tanto en zonas de cuadrícula, como de supermanzana o aislados; no sé si afecta tanto a la planificación urbana o sí se desarrollan más en ciertos trazados.
Dentro de la frialdad, al menos parecen más difíciles de "vandalizar" con cierres "al gusto" o el AA colgando de la fachada. También veo una especie de evocación al blanco rollo "Weissenhof", minimalista o algo así pero, claro, sin la sutileza en los detalles. Muchos menos, todos iguales, no son más, son aburridos. Aunque el bloque-cebra no tenga mucho que ver con la historia de Madrid, no me parece mal cierta unidad de estilo, hasta preferible a determinadas macedonias (cuando mucho, cuando nada). Me gustaría que los bloques pudieran decir, como en cierta serie noventera de animación: "Somos blancos, somos verdes/ somos negros y amarillos/somos todos diferentes/y estamos muy unidos".
Miedo me da también la planificación de detalles hasta el extremo, al hilo de "La casa de verano". Empiezas así y acabas más a juego que la mujer de Van de Velde. Eso si, a ver como se hace una reforma al cabo de unos años sin poner el karma patas arriba.
Preciosa y muy oportuna la reflexión final, que entiendo implica poner en el centro pero también dejar espacio propio a las personas que vayan a habitar y que, habitando, darán vida a la arquitectura.