vez a Eduardo y a Santiago.
Mis mejores amigos me han regañado mucho por la última entrada: Nevermore. Me dicen que lo que digo no es verdad, que juego a hacerme la víctima, que esta profesión me ha dado muchas alegrías y muchos éxitos, que he dado servicio a muchos clientes satisfechos, que he creado una red de afectos y que no tengo ningún derecho a hacerme la víctima ni a intentar dar penita.
Bueno, vale; si lo dicen ellos, que tienen un criterio probado y aquilatado, será verdad, pero os aseguro que no fue un relato triste ni quise dar penita. Al revés: Estaba contento y muy tranquilo al asumir mi realidad, y dispuesto a disfrutar mi apagamiento profesional.
Y justo entonces, estando así, me llega un motivo de celebración e incluso de envanecimiento. Estoy más contento que unas castañuelas, y lo voy a contar, si queréis, para compensar lo del otro día.
-No, nada de eso. Si lo del otro día mencionaba de alguna manera el fracaso, era un fracaso muy liviano, así que ahora, del mismo modo, toca hablar de un éxito modestísimo. Esa es mi escala para mal y para bien.
Bueno, pues se trata de que he recibido un correo de Millán Garrido, un arquitecto fiel lector de este blog que me dice que comenta pocas veces, pero que lo lee siempre, y también que ahora anda de paseo por Helsinki y se ha acordado de mí y de ¿Arquitectamos locos? Me cuenta una historia y me adjunta cuatro fotos: