Hace unos días hablaba con unos amigos sobre la conveniencia o no de reconstruir las obras perdidas de la arquitectura.
¿Sería bueno reconstruir "La Pagoda" de Madrid o el Hotel Imperial de Tokio? Yo creo que no. Habría sido necesario haberlos preservado y defendido, pero una vez que dejaron de existir no tiene sentido volver a hacerlos. ¿Serían iguales? ¿Dirían lo mismo? Sin sus autores dirigiendo la obra, sin los clientes originales opinando e interviniendo, sin los métodos constructivos ni las demás circunstancias de su época sería imposible. Cada obra, como cada persona, es fruto de su circunstancia, y los clones póstumos no son la obra.
Sobre el pabellón alemán de la exposición de Barcelona de 1929 y su reconstrucción de 1986 han corrido ríos de tinta y miríadas de píxeles, y lo seguirán haciendo. La operación, nostálgica y evocadora, hermosa y reconfortante, nos alivia y nos anima, pero tiene mucho de discutible, algo de traidora y todo de imposible.
En otros sitios no se hacen reconstrucciones in situ de obras perdidas, sino meras réplicas injustificables y absurdas: En Zhengzhou (China) construyeron una de la iglesia de Notre Dame du Haut, de Ronchamp (Francia). Era igual pero al mismo tiempo no era ni parecida.
Tenemos más ejemplos de sitios pintorescos (en el peor sentido de la palabra), turísticos (en el peor sentido de la palabra) y simpáticos (en el peor sentido de la palabra):