de quien conocí una obra memorable,
y a Juan Carlos Ruiz, de
A+U arquitectos, León,
que me trató muy bien en su ciudad.
Mi mujer no es arquitecta. Con el tiempo ha adquirido el hábito de soportar a un marido entusiasta de la arquitectura y, con no poca paciencia por su parte, hemos aprendido a negociar y a disfrutar juntos de tantísimas cosas que tiene la vida (incluida, en sus justas y muy comedidas dosis, la arquitectura).
Somos Amigos de Paradores, y nos gusta mucho tomarnos (muy de vez en cuando) un fin de semana largo (incluyendo el viernes previo o el lunes siguiente) y largarnos en tren o en coche a cualquiera de los que aún no conozcamos. Es un plan bastante bueno y siempre muy agradable.
Hace ya algunos años una de nuestras escapadas más memorables fue a León, que no conocíamos. El viaje en tren nos gustó mucho, el parador nos encantó y la ciudad nos pareció muy bella y muy agradable de vivir. (También os digo que en diciembre hacía una miajilla de frío, pero eso nos sirvió para entrar en un pequeño restaurante del Barrio Húmedo y atizarnos un cocido cuyo recuerdo aún me congracia con la humanidad).
El Parador de León: Convento y hospital de San Marcos
Pero, ay, el arquitecto: Yo, aparte del disfrute de la gastronomía, del callejeo, de las curiosidades varias, tengo, como todos los cansinos arquitectos, la consabida y jartible listita de obras a visitar. Y mi mujer me acompaña. (No soy de los más pesados, pero aun así lo soy inevitablemente).
En esta ocasión, además del Correos de Sota, del Auditorio y del Museo de Tuñón y Mansilla, de la Catedral, de la impresionante cripta de San Isidoro... (La casa Botines no: No sé qué me pasa, pero siento emociones muy diversas por la obra de Gaudí, y en general las peores son para con los edificios que hizo fuera de Cataluña. En todo caso vimos la casa por fuera y me senté un rato a su lado para verlo dibujar)...
Además de todo eso, digo, lo que sí llevaba apuntado era el tanatorio. Sí. El tanatorio. Arrea. Qué gusto, qué alegre visita en un fin de semana de placer. (Soy una juerga: Mi mujer está encantada conmigo).
Me lo habían recomendado encarecidamente. Hasta ese momento no había oído hablar de él y tampoco de sus autores, BAAS arquitectura.
Como está muy cerca del parador, nos acercamos dando un corto paseo en un ratito muerto que tuvimos. Y si mi paciente esposa sacrificó parte de un bello fin de semana en ver un tanatorio también lo vais a ver vosotros:
Las imágenes son de la web de BAAS arquitectura
Me gustó mucho. A ella también. Creo que, aparte del funcionamiento preciso que tiene que tener una instalación así, hay una dificilísima carga simbólica, un dolor, una situación intolerable ante la cual poco puede hacer la arquitectura, pero aquí eso poco lo hace.
Qué difícil es proyectar algo así. Antes los muertos se velaban en las casas, pero eso suponía una dura carga para los allegados, que aparte del dolor, de la pena, de la inmensa desgana por todo, tenían que hacer de improvisados anfitriones para todo aquel que se quisiera pasar por allí.
Los tanatorios vinieron a encargarse de esa función agobiadora y desesperante, pero lo hicieron a base de ser fríos, eficaces y burocráticos, que, por otra parte, es lo que tienen que ser. Qué difícil para la arquitectura ser útil en esas circunstancias. Parece uno de esos casos en los que una buena arquitectura no va a servir de nada ni a aportar ningún consuelo ni ningún gusto, pero una mala puede hacer daño, ser agobiante, disgustar.
En este caso Jordi Badia y Josep Val, los arquitectos, logran, para empezar, diseñar un edificio que no agobia. ¿Tiene usted una pena irreparable por la pérdida de su ser querido?, pues lo menos que se puede hacer es respetar su dolor y procurar que el sitio en el que va a estar muchas horas no le moleste.
Pueden coincidir varios fallecidos con sus varias familias y amigos, cada uno de los cuales llega cuando quiere, está el tiempo que estima oportuno y se va cuando le parece bien. Gente que va y que viene, gente que está, que se cruza, que se va, y, de entre ella, hay quien llora, quien está en silencio y quien tiene la animación suficiente para charlar e incluso para recordar alguna cosa simpática y hasta divertida, y para colmo, cosa curiosa, hay quien pasa por esas tres fases sucesivamente (llanto, silencio, risa). No es ninguna falta de respeto, no es ninguna frivolidad: Es la vida y el cariño, es el dolor y es el amor. Es llorar porque ha muerto nuestro gran amigo y alegrarnos porque eso nos ha hecho coincidir con otros grandes amigos y evocar recuerdos de alegría. Es la muerte: Nada más y nada menos que la muerte.
¿Y qué puede hacer la arquitectura en tal situación? Muy poco, repito. Configurar un espacio, hundirse discretamente, hacer un talud de césped, disponer una lámina de agua, hacer que la luz penetre de formas distintas y genere ambientes diferentes. Poca cosa. Todo lo importante lo tienen que hacer las personas que allí vayan.
En este caso, esa poca cosa que puede hacer la arquitectura la hace estupendamente bien.