A Rodrigo Almonacid, que me facilitó la crónica
de Joaquín Vaquero y Luis Moya sobre el concurso.
La Quinta Conferencia Internacional Americana, reunida en Santiago de Chile en 1923, recomendó honrar la memoria de Cristóbal Colón construyendo un faro monumental en la costa de la República Dominicana con la colaboración de todos los gobiernos y los pueblos de América y de todo aquel que quisiera soltar pasta.
Debería ser un faro, un monumento... y la tumba de Colón. (Eso si la catedral de Sevilla accedía a desprenderse del venerable cuerpo).
Debería ser un faro, un monumento... y la tumba de Colón. (Eso si la catedral de Sevilla accedía a desprenderse del venerable cuerpo).
El Consejo Directivo de la Unión Panamericana tomó esta recomendación en 1927 y dijo que sí.
Se decidió, dada la importancia de esta obra, convocar un concurso internacional al que seguro que se presentarían los mejores arquitectos de todo el mundo.
El concurso se celebró en 1929, y constaba de dos etapas: A la primera se podría presentar todo el que quisiera, y de ahí se seleccionarían diez anteproyectos, a cuyos autores se les invitaría a participar en la segunda.
Las extensísimas y documentadísimas bases del concurso decían que no se trataba de diseñar un faro vulgar y corriente, sino un monumento a Cristóbal Colón, y se deshacían en exaltaciones simbólicas.
República Dominicana. Hoja bloque de 1953 mostrando
el proyecto ganador, de Joseph Lea Gleave.
En la primera fase compitieron 455 arquitectos de 48 países.
El jurado internacional, en el que estaban personalidades muy importantes, como Horacio Acosta y Lara, de Uruguay (presidente del jurado y representante de América Latina), Eliel Saarinen, de Finlandia (representante de Europa) y Raymond Hood, de Estados Unidos (representante de América del Norte), se reunió en Madrid en abril de 1929 y eligió a los diez finalistas, que pasarían a la segunda fase, pero también se despachó a gusto comentando los tremendos errores de muchos de los presentados, para que los diez seleccionados no los cometieran en la segunda y más madura elaboración de las propuestas.
El jurado internacional, en el que estaban personalidades muy importantes, como Horacio Acosta y Lara, de Uruguay (presidente del jurado y representante de América Latina), Eliel Saarinen, de Finlandia (representante de Europa) y Raymond Hood, de Estados Unidos (representante de América del Norte), se reunió en Madrid en abril de 1929 y eligió a los diez finalistas, que pasarían a la segunda fase, pero también se despachó a gusto comentando los tremendos errores de muchos de los presentados, para que los diez seleccionados no los cometieran en la segunda y más madura elaboración de las propuestas.
(Antes de seguir, y para saber con quienes se jugaban los cuartos los concursantes, vemos lo que hacían los miembros del jurado: Una casa de Acosta y Lara -con el ingeniero Guerra Romero- en Montevideo, la estación de Helsinki, de Saarinen y el Chicago Tribune, de Hood, que ganó un concurso internacional famosísimo y ya sabía de que iban estas cosas).
Y, claro, conociéndolos, podemos imaginar lo que opinaron sobre algunos de los presentados impresentables. El secretario técnico del jurado, Mr. Albert Kelsey, escribió en el acta:
Y, claro, conociéndolos, podemos imaginar lo que opinaron sobre algunos de los presentados impresentables. El secretario técnico del jurado, Mr. Albert Kelsey, escribió en el acta:
Albert Kesley. Edificio de la Unión Panamericana, Washington.