Muchos creemos que el momento cumbre de la carrera de Ella Fitzgerald (estoy muy repetitivo con ella) fue en los últimos años cincuenta y primeros sesenta. Y ese gran momento se concreta en dos formidables conciertos que dio en Europa y que afortunadamente fueron grabados: El magistral de Roma el día en que cumplió 41 años, 25 de abril de 1958, y el también estupendo de Berlín, dos años después, el 13 de febrero de 1960.
Del primero ya hablamos. Para mí, y para muchos, es el mejor. Del segundo, que no desmerece en nada del otro y que sigue en la misma línea de plenitud, voy a contar ahora apenas una anécdota muy interesante.
Una cantante que se enfrenta a un concierto en el que va a cantar un montón de canciones tiene siempre el temor de olvidarse de la letra de alguna de ellas, por muy conocida que sea y por muchas veces que la haya cantado. La memoria juega esas malas pasadas. A todos los cantantes les ha pasado alguna vez. Se pasa muy mal.
Se pasa muy mal a no ser que seas Ella Fitzgerald.
Ya lo advierte antes de empezar la canción: "Espero acordarme de todas las palabras". Ya ve que no se acuerda bien de la letra.
Empieza muy bien. Se acuerda de todo, matiza muy bien... En fin, todo perfecto. Pero al terminar el primer tercio de la canción, plaf, se queda en blanco. Se le olvidó la letra.
Y a partir de ese momento surge la maravilla.
En 1:37 ya no sabe lo que sigue, acaba esa estrofa repitiendo could it be, could it be, could it be. Mack the Knife. Y ya de la siguiente ni idea, y canta, siguiendo el ritmo y la métrica perfectamente: "¿Cómo era la siguiente estrofa de esta canción, ahora? ¿esta de ahora? No lo sé". Y sigue cantando con un desparpajo arrebatador, citando a Louis Armstrong e imitándole, y a otros grandes cantantes, y haciendo scat, y jugando y gamberreando, paseando por la canción sin la atadura que supone la letra, y de paso haciendo con la música lo que quiere.
Si en 1:37 se da cuenta de que se le ha olvidado lo que sigue, podría haber hecho una seña a sus músicos y haber terminado con una "aseada faena de aliño" hasta 1:50 o hasta 2:00. Y ya está. Apañado. Pero no. No quiere terminar. Sigue cantando, y con gran placer, hasta 4:30. Porque sí, porque le da la gana. Porque es una maravillosa mentirosa y se inventa lo que haga falta, y lo disfruta.
La letra de una canción es una ficción, una mentira. Y Ella al olvidar la letra miente aún mejor, porque esta vez miente con sinceridad.
Tan fantástico es lo que hace que queda como un estándar en sí mismo, y desde entonces Frank Sinatra ya canta esa canción con el mismo recurso, citando a Louis Armstrong y, por supuesto, a Ella Fitzgerald, saludando a sus músicos y no contando al final la historia que narra la canción, sino la propia historia del hecho de cantar esa canción: La verdad de esa mentira.