Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía.
Jorge Luis Borges. Evaristo Carriego
Como de costumbre, Borges tiene toda la razón. Un iluso (yo) ha pretendido contaros a otros ilusos (vosotros; quienes queráis, quienes me lo permitáis) unos cuantos episodios y unas cuantas anécdotas que intentarían despertar alguna especie de recuerdos que ni son míos ni son vuestros, sino que pertenecieron a otros.
Pues vaya paradoja. Sin embargo, igual que cuando leemos un relato, aunque esté ambientado en Marte en el año 5632 y los protagonistas sean unos roedores gigantes, nos sentimos implicados, y ese relato despierta en nosotros algunas sensaciones íntimas, recuerdos, nostalgias, etc, de la misma manera si leemos la biografía de quien sea estaremos en parte leyendo la nuestra. La entenderemos y nos interesará en la medida en que hacemos un involuntario paralelismo con nuestra propia vida. Tal como hacemos con los personajes de ficción.
En otro lugar Borges insiste en que la biografía es un género de ficción. No se refiere (sólo) a que el biógrafo tienda (a veces incluso involuntariamente) a acomodar a su conveniencia los hechos que cuenta (y no digamos si es una autobiografía), sino que el mero hecho de contar la vida de alguien es imposible, y al intentar hacerlo nos inventamos una coherencia o una línea argumental que no es real.
A veces nos pasa cuando rememoramos con nuestros padres algún episodio de sus vidas, o de las de nuestros abuelos. Hemos oído mil veces que el abuelo salió a la calle en pleno bombardeo a intentar vender una gallina, y que se la quitaron y le detuvieron, y que en el calabozo conoció a la abuela... Etcétera; y cuando estamos rememorando esa escena por trigésima octava vez con nuestros padres va el tío Paco y dice que no era una gallina, sino una silla, y que fue después de la guerra, y que los abuelos ya estaban casados por entonces, y que precisamente fue la abuela al calabozo para... Etcétera. Y la tía Carmen dice que no, que eso fue cuando el abuelo... Etcétera. Y no cuadra nada. Se cae toda la estructura que llevábamos años fabricando en nuestra falsa memoria.
No cuadran los hechos objetivos. ¿Cómo entender entonces los subjetivos, las opiniones, los deseos, los temores, etc, de un personaje que nos queda cada vez más lejano? El afán de desentrañar sus secretos los va hundiendo cada vez más en la oscuridad.
No hay manera de descubrir "la verdad". Al final llegamos a creer que no hay una verdad objetiva, ni mucho menos una verdad absoluta.
Nos inventamos entonces el personaje y lo "ficcionamos", aunque sea inconscientemente. Aunque sea sin querer. En la ficción las cosas funcionan. En la ficción todo cuadra.
También se dice (y yo siempre lo he creído) que el relato de ficción, mintiendo en lo anecdótico, es más verdadero que ningún otro en lo principal. Vamos, que la novela y el cuento dicen verdades contando mentiras.
¿Qué pasa si además intentamos contar la vida (o la muerte) de un personaje mítico, de un héroe que ya tenemos previamente idealizado?
Los arquitectos solemos ser muy mitómanos, y el hecho de contar las vidas (o las muertes) de nuestros héroes excita aún más nuestra imaginación.
¿Qué pasa si además intentamos contar la vida (o la muerte) de un personaje mítico, de un héroe que ya tenemos previamente idealizado?
Tres ejemplares de la colección de comics Vidas Ilustres
Editorial Novaro, México. (Años 60)
Lloyd Wright [sic], Le Corbusier y Gaudí
Los arquitectos solemos ser muy mitómanos, y el hecho de contar las vidas (o las muertes) de nuestros héroes excita aún más nuestra imaginación.