domingo, 25 de agosto de 2013

Ocasiones perdidas

(Dedicado a Joan Carles Sánchez)

El mes pasado, el compañero Joan Carles Sánchez, como consecuencia de unos comentarios que hicimos en twitter sobre la humildad y la sencillez de trato de los grandes maestros, me sugirió que le dedicara una entrada de este blog a Alejandro de la Sota; no tanto para exponer un discurso académico como para contar mis vivencias personales con el genio.
Pues bien: No tuve vivencias personales con él. No lo conocí.


Alejandro de la Sota fue profesor de la Escuela de Madrid durante un breve período, que terminó en 1971 (si no estoy mal informado), y yo empecé la carrera en septiembre de 1977.
Es cierto que fue más de una vez a la escuela, llamado por algún profesor amigo, a dar alguna charla, pero la mayoría de estudiantes éramos tan bobos que no veíamos más allá de nuestras narices. Estábamos tan agobiados con nuestras asignaturas que si una figura de esas no iba a tu clase, llamado por tu profesor, para que tú hicieras algún ejercicio sobre lo que contara, no te afectaba. No era cosa tuya y no tenía nada que ver contigo.
Por ejemplo, una tarde Miguel Fisac vino a mi clase de Análisis II, y le escuchamos unos veinte alumnos. Nada más. Tuve la suerte de que me tocó, y nunca olvidaré lo que nos contó (ya lo he escrito en parte en este blog, y lo seguiré contando porque soy muy repetitivo). Pero los de la clase de al lado (y de todas las demás) se lo perdieron, como me lo habría perdido yo si él hubiera ido a hablar a la clase de al lado (o a cualquier otra).
A otra clase, la de un amigo mío, vino Pablo Palazuelo, que les contó que había empezado a estudiar arquitectura, pero que lo dejó. Lo dijo tímidamente; sólo le faltó añadir: "Yo no soy tan inteligente como ustedes". Y les habló de cuestiones que él tenía muy presentes en su pintura, y cómo entendía la escultura. Y, por lo visto, con esa seriedad que tenía y esa mirada tan acerada, fue muy amable y muy cariñoso con todos ellos. Los alumnos de esa clase tenían que hacer un trabajo sobre las esculturas de Palazuelo que se estaban exponiendo entonces en Madrid. Como yo no era de ese grupo y no tenía que hacer ese trabajo, pues no fui a la charla. Me la ahorré. (Dios, qué listo era).
Muchos años después (también lo he contado ya), en el curso en que fui profesor, José Antonio Corrales tuvo la amabilidad y la generosidad de venir a clase para explicar el Pabellón de Bruselas. Le escucharon mis alumnos, y no todos. Tampoco hubo una afluencia masiva de otras clases. (Creo recordar que vino un alumno que no era del grupo. Lo mismo fueron dos).
El compañero de Corrales y coautor del citado pabellón, Molezún, fue también profesor de la escuela de Madrid, y tampoco asistí a ninguna de sus clases (aunque afortunadamente sí le escuché en el Johnny). Ahí no tengo excusa: Fue profesor en los años en los que yo estudiaba allí. Él iba por la mañana, yo por la tarde... Excusas imperdonables.
Repito: Estábamos demasiado agobiados con nuestras clases como para ir a otras, sobre todo en los primeros cursos. Ahora lo recuerdo con rabia: Tantas ocasiones perdidas; tantos hombres de talento pasando a mi lado, y yo sin darme cuenta.

jueves, 15 de agosto de 2013

El bailón solitario

(Dedicado a Javier Ibarrola)
(Dedicado también a Ana Moreno, experta en De Stijl y seguidora de este blog)

El otro día mi colega y amigo virtual Javier Ibarrola colgó en Facebook esta magnífica foto:


Es el pintor Piet Mondrian con su cuadro Broadway Boogie Woogie.
Me pareció una foto fascinante y la comenté con entusasmo. (Entusiasmo que aún me dura, y me da fuerza para acometer esta entrada).
Creo que la foto plasma plásticamente una vida entera (a punto de terminar: Mondrian murió al año siguiente de terminar este cuadro).
Le veo como fue siempre: serio, preciso, solitario. Adivino que lleva corbata (no se le ve, pero quiero verla) y que pinta con la meticulosidad de un colibrí, sin mancharse. La bata sólo tiene manchas en la zona del abdomen, entiendo que de mover los cuadros y de apoyarse en el borde inferior del caballete, pero apenas hay otras (dos muy pequeñas en la manga izquierda).
Sujeta un cigarrillo entero y, al parecer, apagado, e inclina levemente el cráneo hacia adelante, para mostrarnos su nítida calva.
Los zapatos están bien lustrados y dan una impresión de limpieza y cuidado, como toda su persona y toda su obra.
Contaré dos o tres datos muy brevemente. Se podría decir mucho más, e incluso hay quien lo hace, pero este no es el lugar adecuado para ello.
Tan sólo evocaré a Theo van Doesburg y a Piet Mondrian (con otros, pero estos dos fueron los pilares) fundando el movimiento De Stijl y juramentándose para respetar la abstracción y la pureza perfectas con varios principios inamovibles: La planitud de la pintura (no sugerir relieve ni modelado, sino potenciar su realidad plana); las rectas verticales y horizontales, en ángulo recto (con todo el simbolismo aplicable a la vertical y a la horizontal); los colores primarios (rojo, amarillo y azul) y los no-colores (blanco-gris-negro).
Todos empezaron a cumplir esos principios con aplicación, pero era una disciplina insoportable.
El culo inquieto de van Doesburg le hizo militar, mientras lideraba De Stijl, en todos los bandos enemigos, utilizando varios seudónimos simultáneos.
Pero es que van Doesburg, aparte de lo que hiciera clandestina y traidoramente en otros grupos y movimientos, en el mismo De Stijl comenzó a pintar con morados, marrones, verdes caquis... Algo insufrible para Mondrian, que tenía en su estudio un jarrón con tulipanes cuyos tallos pintaba meticulosamente de blanco para no ver el verde, y cerraba las contraventanas para no ver los árboles.
Y, todavía más: ¡Van Doesburg se permitió inclinar las líneas!
Por no hablar de los demás: Cada uno a su manera habían ido violando todos y cada uno de los principios sagrados de De Stijl. Pero Mondrian siguió, años y años, décadas y décadas, pintando cuadros que manifestaban su planitud, que tenían líneas verticales y horizontales y que sólo usaban los colores puros reglamentarios.
Cuando van Doesburg inclinó las líneas y las masas de color Mondrian dio esta delicadísima, elaboradísima, sutilísima respuesta:


Giraba cuarenta y cinco grados todo el Universo, pero en él sus líneas seguían siendo la vertical y la horizontal. Y los colores... Nada de esos morados, pardos, castaños que habían engatusado a su ex amigo. Nada de corrupciones. ¿Colores puros? Pues más puros todavía.
(Mencionemos de paso que al gran arquitecto Dudok el municipio de Hilversum le había provisto de una pequeña cantidad de dinero para que amueblara y decorara el edificio del Ayuntamiento con lo que mejor le pareciese, y compró este cuadrito. Que conste para los que dicen que Dudok no estaba al día de la vanguardia).
Nos quedamos con esa imagen: Todos los artistas de De Stijl saltándose a la torera las rígidas normas cada vez que les venía bien, y Mondrian solitario, meticuloso, disciplinado, pintando una y otra vez cuadros completamente ortodoxos. Había dado su palabra, y la cumplía todos y cada uno de los días de su vida.


jueves, 8 de agosto de 2013

Capricho filatélico nº 1 (licencia agosteña)

En mi entrada anterior, para hacer notar cuánto apreciaban los finlandeses a Alvar Aalto, puse un sello de correos y un billete de banco. Son dos elementos que los estados utilizan habitualmente, además de para su fin principal, para hacer propaganda de sus países, de su cultura, de su historia.
El hecho de que un personaje aparezca en un sello o en un billete de su país es una especie de certificado de inmortalidad.
Por eso puse esa imagen, pero como en twitter me entretengo a menudo buscando sellos conmemorativos (#Arquisellos, que suelen ser respuesta a las efemérides arquitectónicas que cada día nos muestra nuestro amigo @alfavino), algunos han querido ver en esa entrada un atisbo de artículo "arquisellístico", y me llaman por teléfono a todas horas, me envían e-mails, golpean la puerta de mi casa, me amenazan, me ofrecen sobornos, etc., para que dedique una entrada a estos #Arquisellos.
No les haré caso del todo (aunque me juegue la vida con ello), sino que voy a hacer una somera reflexión y luego pondré unos ejemplos. Tómese como capricho veraniego y permítaseme por una vez. (Bueno, serán dos).

Lo primero que se me ocurre señalar al respecto es que coleccionar sellos de arquitectura moderna tiene un serio problema, y es que quien decide los motivos a emitir ni suele ser amante de la arquitectura moderna, ni suele tener mucha idea sobre ella, ni se deja asesorar.
Por ejemplo, y sin salir de España, que yo sepa no existe ni un solo sello sobre los primeros modernos (Aizpurua, Labayen, Illescas, Lacasa, Sánchez Arcas, García Mercadal, Arniches, Feduchi, Sert, Torres Clavé, etc, etc,), ni sobre los segundos (Gutiérrez Soto, Cabrero, etc), ni sobre Miguel Fisac, Alejandro de la Sota, José Antonio Corrales, Ramón Vázquez Molezún, Fernando Higueras, Antonio Miró...

Pero ya llevan seis sellos sobre Calatrava.

(Y, sí, afortunadamente sí hay sellos sobre Oíza, Carvajal, Moneo, Miralles, Tuñón y Mansilla, por ejemplo; aunque creo que el de Carvajal fue por chiripa, pero bienvenido sea).

Pero esto no es sólo propio de España, sino de todos los países. Los grandes grandísimos, los gaudíes, lecorbusieres, franklloydwrights, mies, gropius... sí tienen sello, pero ni se hacen con coherencia ni con lógica.
Venga. Ya está. Ya me he quejado.

Ahora voy con la segunda observación, que es más simpática. Y es que a veces un edificio, por su uso, por su trascendencia política o social, es profusamente reflejado en los sellos, independientemente de su valor arquitectónico, ya que lo que celebran aquéllos es la proclamación de una constitución, una conferencia internacional, una cumbre histórica o unas jornadas sobre el cáncer; y a veces sale el edificio donde se han celebrado, y a veces hasta es un gran edificio.

Ese es, precisamente, el caso del que comenté el otro día: El Finlandia Talo.
En él se celebró la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa en el año 1975, y las consecuencias filatélicas fueron considerables. Pongo unos ejemplos que espero que os causen curiosidad. Tomadlo como un post ligero, veraniego y semivacacional. (Post, naturalmente, dedicado al mencionado amigo @alfavino, y a @angel_neoars, y por extensión a @DGArquitecto, @quadraturaarq, @TodoEfemerides, @AGUA_architects,  y a todos los demás que se suman alguna vez al grupo de arquiselleros de twitter).

(Releo esto el día 11 de mayo de 2015 y añado a @AmasUArquitecto, que se incorporó después pero se ha convertido en el alma de este grupo pro-filatélico, y quien más #Arquisellos aporta).

Abrimos boca con unas viñetas sin valor postal.
La primera, una hojita bloque de Hungría, de 1973. Los cuatro sellos de las esquinas sí tienen valor postal y pueden franquear cartas, pero los dos de en medio son meras viñetas. Una es nuestro Helsinki Talo. ¿Y la otra? (No lo digo).


Lo mismo pasa con esta hojita de Rumanía: Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, 1973. Ginebra y Helsinki. Hay cuatro sellos con valor postal y dos viñetas sin él, que muestran las dos sedes.


Llega por fin el año 1975 y se celebra en el Finlandia Talo la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, y es motivo de celebración postal por varios países:

La U.R.S.S.

Finlandia, la anfitriona.

Checoslovaquia. 1976. Hojita bloque con dos sellos con
valor postal, en los que se ve el Finlandia Talo al fondo.

A los cinco años, en 1980, se vuelve a celebrar la Conferencia, esta vez en Madrid. Hungría tiene varias hojas conmemorativas, en las que sale el Palacio de Congresos de Madrid, pero tiene esta en la que recuerda también las sedes de las conferencias anteriores:

Hungría. 1980. El sello tiene valor postal, pero los motivos arquitectónicos se quedan fuera.

Pero aquí no acaba todo. Los países del este quedaron tan encantados con la Conferencia de Helsinki que la vuelven a homenajear al cabo de 10 años.

Checoslovaquia. 1985. 10º Aniv. Conferencia de Helsinki.
Hoja bloque con cuatro sellos, pero el edificio se queda fuera,
en la hojita, como decoración, junto con otros motivos.

Rumanía, 1985. 10º Aniv. Conferencia de Helsinki.
El sello muestra una familia "ejemplar". El Finlandia Talo se queda fuera.
(como las sedes de Belgrado 1977, y Madrid 1980)

U.R.S.S. 1985. Esta sí: Un sello con el edificio.

Y Hungría, la de las magníficas hojitas, esta vez sí que saca
el Finlandia Talo como protagonista. 1985.

Pero es que a los quince años, la U.R.S.S., la más contumaz, emite otro sello conmemorativo.

U.R.S.S. 1990. 15º Aniv. de la Conferencia de Helsinki.

Bueno, pues ya veis lo que ha dado de sí este edificio en el mundo filatélico.
Termino con una curiosidad: Los matasellos tienen también interés filatélico, y hay algunos muy curiosos.
En 1992, la recién creada República de Moldavia accedió a las Naciones Unidas y a la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE). Y lo celebró con una serie de (dos) sellos, y con matasellos muy chulo:

República de Moldavia. 1992. Sobre y Matasellos conmemorativo
de su entrada en el C.S.C.E. Primer día de circulación.

Bueno, con esto ya vale de capricho. (Perdonadme la fricada). Pero, ahora que lo pienso, Alvar Aalto tiene otra buena anécdota filatélica con otro de sus edificios. Y agosto apenas está empezando, y yo sigo con espíritu friki-veraniego. Así que voy preparando nueva entrada.


(Si te ha gustado o te ha causado cierto interés o cierta curiosidad esta salida de tono, te agradecería que clicaras en el botoncito g+1).

lunes, 5 de agosto de 2013

El mejor escribano...

Finlandia, ese país que nos sugiere eficiencia, solvencia, educación, alto nivel de vida y un montón de cosas buenas, tiene un altísimo "nivel general" en su población, pero no tiene demasiados personajes geniales en su historia. (Tampoco son muchos habitantes ni tienen mucho tiempo). Así, a bote pronto, los dos más altos que se me vienen a la mente son el arquitecto Alvar Aalto y el músico Jean Sibelius.
Y, naturalmente, el país está orgullosísimo de ellos.
A Aalto le dedicaron un sello de ochenta céntimos de marco en 1976, el año de su muerte,


 y diez años después, en 1986, el billete de 50 marcos.


Curiosamente, en ambos homenajes aparece el mismo edificio. Entre toda la obra de Aalto, extensa y magnífica, se eligió en las dos ocasiones el Finlandia Talo (que, por lo que veo en los libros, se debe de traducir al castellano como Finlandia Hall), en Helsinki. Es un fantástico palacio de congresos con sala de conciertos, que se ubica a las orillas del Lago Töölö y forma parte de un ambicioso plan urbanístico del propio Aalto para un nuevo centro urbano de la capital.

Alvar Aalto es un arquitecto que se caracteriza por su atención constante y sabia a los materiales, por el respeto con que los trataba y por la adecuación de éstos a la idea del proyecto y, sobre todo, al clima.
Tanto le preocupaba al arquitecto cómo se comportarían los distintos materiales ante el feroz clima finlandés, que en su refugio-casita de campo en Muuratsalo tenía un amplio muestrario de todos ellos, para estudiar su comportamiento y, llegado el caso, sufrir sus consecuencias en carne propia antes de usarlos para otros.



Ladrillos de distintas clases, piezas de arcilla cocida, vitrificada, esmaltada, maderas tratadas de esta o aquella manera... Estudiaba en su propia casa los comportamientos de los distintos materiales y los problemas que daban. Probaba entonces nuevas soluciones y los volvía a ensayar.
A esto yo lo llamo honradez. (Y más ahora, que hay tanta idea genialoide y tanta ocurrencia irresponsable de los estrellitas vanidosos).

Pero, mirad por dónde, en el Finlandia Talo el honrado arquitecto, el hombre responsable, tuvo un momento de debilidad y sucumbió. Aquel edificio tan grande, tan importante, tan plástico, tenía que tener una imagen pura, luminosa... ¡Blanca! ¡Resplandeciente!






Contra la idea que tenemos todos de una Finlandia oscura, este edificio es la luz.
Alvar Aalto lo chapó completamente de mármol blanco de Carrara, que le impresionó mucho cuando visitó Italia.
(Si ya decía él, con razón, que no debía mirar edificios de otros lugares y épocas, porque le influían mucho. Pero qué le vamos a hacer. Hasta el mejor escribano echa un borrón).

Efectivamente, ese mármol le da al edificio una calidad extraordinaria, y un color y una textura que merecen la pena... Que merecen la pena de que el chapado se vaya a la porra periódicamente.