Os recuerdo que pasado mañana, sábado 1 de diciembre, hemos quedado a las 11 de la mañana en la puerta del Caixa Forum de Madrid, más o menos donde están las dos personas señaladas en esta foto:
Procuraré estar a menos diez, y creo que esperaremos a entrar, por cortesía, hasta y cinco o y diez, según los que estemos. Espero que seamos más de dos personas. Creo que sí, pero seamos los que seamos lo pasaremos bien viendo esas cosas tremendas llamadas Torres y Rascacielos.
Exposición Torres y Rascacielos. De Babel a Dubai, en el Caixa Forum de Madrid, hasta el 5 de enero. Si no la puedes ver el sábado con nosotros harías muy bien en ir a verla durante las navidades.
jueves, 29 de noviembre de 2012
viernes, 23 de noviembre de 2012
En clase de Juan Daniel Fullaondo (II)
El otro día os conté cómo medio enmendé mi horrible primer proyecto. Voy a explicaros la entrega.
Una vez pasada la segunda ronda de croquis, con el beneplácito (excesivo e inmerecido) de Fullaondo, me apliqué a dibujar ya en limpio las láminas que iba a presentar.
En un grupo de grafistas virtuosos mis láminas fueron pobretonas: línea de tinta sobre papel vegetal. Por lo menos estaban dibujadas con cuidado y limpieza.
El do de pecho lo daba con la hoja final: una perspectiva cónica dibujada a tinta china a mano alzada (mi mano alzada) sobre papel de croquis. Me pareció que en ese papel áspero y basto quedaba gracioso el dibujo, y que dar lápiz de color por delante y por detrás creaba un efecto de profundidad, debido a la diferencia de intensidad y nitidez entre ambas caras, por la turbiedad del papel. Hasta le metí rotuladores. Yo creía que el efecto final era como de "cuidadoso descuido" o de "yo es que soy así de directo", pero, recordado ahora, debió de ser como de alumno aventajado de taller ocupacional para mayores. Solo le faltaban los macarrones pegados y las bolitas de papel de plata. Pero lo peor era que, con todo, quedaba floja y tímida. Creo que si me hubiera pasado tres pueblos y hubiera hecho un megakitsch le habría entusiasmado. Pero era un "quiero y no puedo" muy soso.
Fullaondo vio una por una las láminas, celebrándolas. Alabó una axonométrica con la cubierta quitada y finalmente, ante la perspectiva chorra, no dijo nada. La apartó discretamente del resto de láminas, que ordenó, agrupó y dio por entregadas, y me la devolvió mientras me decía que apreciaba mucho mi evolución.
Se ha hablado demasiado del gesto de suprema elegancia del general Spinola ante Nassau en La Rendición de Breda, de Velázquez:
No fue menor la de mi profesor devolviéndome aquella lámina.
Aquella triste perspectiva, en definitiva, jamás había existido. Él no la había visto ni yo la había dibujado. Como, al contrario que en Misión Imposible, no se autodestruyó, la reduje a confetti y creo que me la comí.
Recuerdo también perfectamente el segundo ejercicio de aquel Nivel I, pero ya no os aburriré con más detalles. Sí que os tengo que decir que me sentía competente, que dibujaba cada vez mejor, que le echaba horas por un tubo, que aprendía cada vez más y que disfrutaba como un loco.
Juan Daniel Fullaondo está en la historia de la arquitectura española del siglo XX. (Lo que más valora todo el mundo de él -a mi parecer injustamente por lo incompleto- es su labor como crítico y su papel como director de la magnífica revista Nueva Forma). Para mí, una de sus mejores facetas fue la de profesor. A mí me salvó.
Qué fácil es examinar el trabajo de un alumno y restregarle por las narices todas sus carencias, sus torpezas, sus errores y sus ignorancias. Eso lo puede hacer cualquiera. Lo que de verdad tiene mérito es ver en él lo que ni siquiera ve él mismo: Ver una posibilidad, un germen, un algo en potencia. Y, confiando ciegamente en ello, sacarlo a la luz. Hay que ser muy hábil, muy intuitivo, muy inteligente, muy paciente, pero, sobre todo, muy generoso.
Qué difícil es todo eso.
Una vez pasada la segunda ronda de croquis, con el beneplácito (excesivo e inmerecido) de Fullaondo, me apliqué a dibujar ya en limpio las láminas que iba a presentar.
En un grupo de grafistas virtuosos mis láminas fueron pobretonas: línea de tinta sobre papel vegetal. Por lo menos estaban dibujadas con cuidado y limpieza.
El do de pecho lo daba con la hoja final: una perspectiva cónica dibujada a tinta china a mano alzada (mi mano alzada) sobre papel de croquis. Me pareció que en ese papel áspero y basto quedaba gracioso el dibujo, y que dar lápiz de color por delante y por detrás creaba un efecto de profundidad, debido a la diferencia de intensidad y nitidez entre ambas caras, por la turbiedad del papel. Hasta le metí rotuladores. Yo creía que el efecto final era como de "cuidadoso descuido" o de "yo es que soy así de directo", pero, recordado ahora, debió de ser como de alumno aventajado de taller ocupacional para mayores. Solo le faltaban los macarrones pegados y las bolitas de papel de plata. Pero lo peor era que, con todo, quedaba floja y tímida. Creo que si me hubiera pasado tres pueblos y hubiera hecho un megakitsch le habría entusiasmado. Pero era un "quiero y no puedo" muy soso.
Fullaondo vio una por una las láminas, celebrándolas. Alabó una axonométrica con la cubierta quitada y finalmente, ante la perspectiva chorra, no dijo nada. La apartó discretamente del resto de láminas, que ordenó, agrupó y dio por entregadas, y me la devolvió mientras me decía que apreciaba mucho mi evolución.
Se ha hablado demasiado del gesto de suprema elegancia del general Spinola ante Nassau en La Rendición de Breda, de Velázquez:
No fue menor la de mi profesor devolviéndome aquella lámina.
Aquella triste perspectiva, en definitiva, jamás había existido. Él no la había visto ni yo la había dibujado. Como, al contrario que en Misión Imposible, no se autodestruyó, la reduje a confetti y creo que me la comí.
Recuerdo también perfectamente el segundo ejercicio de aquel Nivel I, pero ya no os aburriré con más detalles. Sí que os tengo que decir que me sentía competente, que dibujaba cada vez mejor, que le echaba horas por un tubo, que aprendía cada vez más y que disfrutaba como un loco.
Juan Daniel Fullaondo está en la historia de la arquitectura española del siglo XX. (Lo que más valora todo el mundo de él -a mi parecer injustamente por lo incompleto- es su labor como crítico y su papel como director de la magnífica revista Nueva Forma). Para mí, una de sus mejores facetas fue la de profesor. A mí me salvó.
Qué fácil es examinar el trabajo de un alumno y restregarle por las narices todas sus carencias, sus torpezas, sus errores y sus ignorancias. Eso lo puede hacer cualquiera. Lo que de verdad tiene mérito es ver en él lo que ni siquiera ve él mismo: Ver una posibilidad, un germen, un algo en potencia. Y, confiando ciegamente en ello, sacarlo a la luz. Hay que ser muy hábil, muy intuitivo, muy inteligente, muy paciente, pero, sobre todo, muy generoso.
Qué difícil es todo eso.
viernes, 16 de noviembre de 2012
Quedada en el Caixa Forum, Madrid, 1 de diciembre
Hay una exposición magnífica en el Caixa Forum de Madrid, que se titula Torres y Rascacielos, y que estará hasta el 5 de enero.
El año pasado convoqué desde este blog una quedada para ver, en el mismo sitio, la exposición de Arquitectura Bolchevique y fue un éxito. (Un éxito relativo, como lo es todo en la vida: Yo, en mis más disparatadas fantasías, imaginaba una afluencia multitudinaria. Al final fuimos un selecto grupo de parientes y amigos y nos gustó mucho la experiencia).
Una de las asistentes a aquella quedada me ha sugerido que nos volvamos a ver ahora, y me ha hecho mucha ilusión que le apeteciera repetir la experiencia.
Así que os convoco, a todos los que queráis venir, el día 1 de diciembre, sábado, a las 11:00 h, en la puerta del Caixa Forum de Madrid, para ver juntos la exposición.
(La entrada es gratuita).
Nota importante.- No soy profesor. No llevo la voz cantante. No doy charlas. Me entusiasma la arquitectura y me gustaría ver la exposición con más gente a la que le entusiasme. Pero no esperéis que os enseñe algo ni nada parecido. Aprenderemos todos juntos y comentaremos todos lo que nos apetezca y lo que se nos ocurra.
(Si nos lo permite el vigilante: El año pasado en un momento dado nos llamó la atención porque estábamos demasiado entusiasmados. No fue para tanto. Nos portamos muy bien).
El año pasado convoqué desde este blog una quedada para ver, en el mismo sitio, la exposición de Arquitectura Bolchevique y fue un éxito. (Un éxito relativo, como lo es todo en la vida: Yo, en mis más disparatadas fantasías, imaginaba una afluencia multitudinaria. Al final fuimos un selecto grupo de parientes y amigos y nos gustó mucho la experiencia).
Una de las asistentes a aquella quedada me ha sugerido que nos volvamos a ver ahora, y me ha hecho mucha ilusión que le apeteciera repetir la experiencia.
Así que os convoco, a todos los que queráis venir, el día 1 de diciembre, sábado, a las 11:00 h, en la puerta del Caixa Forum de Madrid, para ver juntos la exposición.
(La entrada es gratuita).
Nota importante.- No soy profesor. No llevo la voz cantante. No doy charlas. Me entusiasma la arquitectura y me gustaría ver la exposición con más gente a la que le entusiasme. Pero no esperéis que os enseñe algo ni nada parecido. Aprenderemos todos juntos y comentaremos todos lo que nos apetezca y lo que se nos ocurra.
(Si nos lo permite el vigilante: El año pasado en un momento dado nos llamó la atención porque estábamos demasiado entusiasmados. No fue para tanto. Nos portamos muy bien).
lunes, 12 de noviembre de 2012
En clase de Juan Daniel Fullaondo (I)
Juan Daniel Fullaondo Errazu nació en Bilbao el 4 de marzo de 1936 y murió en Madrid el 26 de junio de 1994, domingo, con cincuenta y ocho años de edad. Ese día yo había salido en la tele por la mañana, y cuando mi amigo Juan Carlos Castillo Ochandiano me llamó por teléfono creí que era para felicitarme por ello y bromear un poco (porque había estado todo el tiempo muy arrinconado y apenas había salido por pantalla). Recuerdo perfectamente lo que me dijo: una frase como de película, que no se dice en la vida real.
-¿Estás sentado? Siéntate.
Pero me estoy desviando. No es eso.
He empezando por escribir los datos objetivos de su nacimiento y de su muerte, pero en esta entrada no voy a dar datos objetivos. Juan Daniel Fullaondo no tiene (aún) entrada en la wikipedia, y yo sería incapaz de redactarla. Sí que me atrevo a hablar de él a través de mis recuerdos.
Desde que murió, hace ya dieciocho años, creo que no ha pasado ni un solo día en que no haya pensado en él, siquiera un instante. Un gesto, un recuerdo, una palabra, una broma... Tanto marcó mi vida. Y, sin embargo, llevo ya 193 entradas en este blog y hasta ahora no he sido capaz de dedicarle una. No sé expresar todo lo que siento, y supongo que me enredaré en anécdotas secundarias, pero tengo que hacerlo.
Perdonad que hable de mí más que de él.
Yo era un buen estudiante en las asignaturas teóricas de la carrera de arquitectura, que me iba sacando por curso, pero tropezaba con las gráficas. Sin ninguna formación plástica previa, el Análisis de Formas de primero se me atragantó, y necesité ir a una academia (como alumno repetidor) para poder con él. Eso me desfasó, y llevaba las gráficas (columna vertebral de la carrera y eje de lo que es ser arquitecto) a rastras.
En tercero teníamos Elementos de Composición, la asignatura que por fin preparaba para Proyectos, y un profesor infame de cuyo nombre no quiero acordarme estuvo a punto de convencerme para que dejara la carrera. Viendo mis patosidades me preguntó por mis otras asignaturas, las teóricas, y, como le dije que iban muy bien, me animó a hacer alguna ingeniería y a abandonar mi desaforado intento de ser arquitecto. Me lo dijo con tono comprensivo, casi con cariño. Creí que me lo decía por mi bien, y recuerdo perfectamente cómo se lo conté a mi padre, saltándoseme las lágrimas.
(Décadas después supe que esta charlita era una táctica suya habitual, porque algún compañero, hablando de aquel mismo profesor, me contó que le había dicho lo mismo que a mí).
Yo estaba muy acomplejado. Era muy malo. No sabía cómo afrontar los ejercicios que nos ponían y no hacía más que torpezas tristes y anodinas. Suspendí Elementos. Al año siguiente conseguí salir del trance de mala manera, con otro profesor, a trompicones, con un cinco pelado y muy cutremente. Cuando en cuarto curso tuve que buscar grupo para cursar Proyectos I, un compañero me habló del de Fullaondo.
¡Fullaondo! ¡Ni que estuviera loco! Era fama que en su grupo se hacían locuras y virguerías brillantes. Era el más divertido, pero solo apto para geniecillos explosivos y juguetones. No. Yo era un estudiante gris y concienzudo, y buscaba un profesor de esos que te miran con escalímetro el descansillo de la escalera. No podía ni soñar con la efervescencia de los fullaonditos. Pero mi amigo, que no era nada brillante, había terminado Nivel I con un aprobadillo, pero lo había pasado francamente bien y había aprendido mucho. Así que me animé.
-¿Estás sentado? Siéntate.
Pero me estoy desviando. No es eso.
He empezando por escribir los datos objetivos de su nacimiento y de su muerte, pero en esta entrada no voy a dar datos objetivos. Juan Daniel Fullaondo no tiene (aún) entrada en la wikipedia, y yo sería incapaz de redactarla. Sí que me atrevo a hablar de él a través de mis recuerdos.
Dibujo de Luis García Gil
Desde que murió, hace ya dieciocho años, creo que no ha pasado ni un solo día en que no haya pensado en él, siquiera un instante. Un gesto, un recuerdo, una palabra, una broma... Tanto marcó mi vida. Y, sin embargo, llevo ya 193 entradas en este blog y hasta ahora no he sido capaz de dedicarle una. No sé expresar todo lo que siento, y supongo que me enredaré en anécdotas secundarias, pero tengo que hacerlo.
Perdonad que hable de mí más que de él.
Yo era un buen estudiante en las asignaturas teóricas de la carrera de arquitectura, que me iba sacando por curso, pero tropezaba con las gráficas. Sin ninguna formación plástica previa, el Análisis de Formas de primero se me atragantó, y necesité ir a una academia (como alumno repetidor) para poder con él. Eso me desfasó, y llevaba las gráficas (columna vertebral de la carrera y eje de lo que es ser arquitecto) a rastras.
En tercero teníamos Elementos de Composición, la asignatura que por fin preparaba para Proyectos, y un profesor infame de cuyo nombre no quiero acordarme estuvo a punto de convencerme para que dejara la carrera. Viendo mis patosidades me preguntó por mis otras asignaturas, las teóricas, y, como le dije que iban muy bien, me animó a hacer alguna ingeniería y a abandonar mi desaforado intento de ser arquitecto. Me lo dijo con tono comprensivo, casi con cariño. Creí que me lo decía por mi bien, y recuerdo perfectamente cómo se lo conté a mi padre, saltándoseme las lágrimas.
(Décadas después supe que esta charlita era una táctica suya habitual, porque algún compañero, hablando de aquel mismo profesor, me contó que le había dicho lo mismo que a mí).
Yo estaba muy acomplejado. Era muy malo. No sabía cómo afrontar los ejercicios que nos ponían y no hacía más que torpezas tristes y anodinas. Suspendí Elementos. Al año siguiente conseguí salir del trance de mala manera, con otro profesor, a trompicones, con un cinco pelado y muy cutremente. Cuando en cuarto curso tuve que buscar grupo para cursar Proyectos I, un compañero me habló del de Fullaondo.
¡Fullaondo! ¡Ni que estuviera loco! Era fama que en su grupo se hacían locuras y virguerías brillantes. Era el más divertido, pero solo apto para geniecillos explosivos y juguetones. No. Yo era un estudiante gris y concienzudo, y buscaba un profesor de esos que te miran con escalímetro el descansillo de la escalera. No podía ni soñar con la efervescencia de los fullaonditos. Pero mi amigo, que no era nada brillante, había terminado Nivel I con un aprobadillo, pero lo había pasado francamente bien y había aprendido mucho. Así que me animé.