martes, 31 de marzo de 2015

Decálogo provisional para viajes de arquitectura

Después de la entrada anterior me he quedado con ganas de exponer algunos principios a tener en cuenta en los viajes de arquitectura. Quería hacer un decálogo, pero sólo me han salido nueve puntos. No se me ocurren más, y no quiero buscar el décimo a base de ser repetitivo o de añadir algo superfluo.
Vaya por delante que yo he viajado poco, pero creo que en ese poco he cometido todos los errores posibles, y por eso me atrevo a pediros que no los cometáis vosotros.
Allá van mis sugerencias.

1.- No seáis turistas. No hay nada más triste y vituperable que ser turista. El turista ya sabe de antemano lo que va a ver, y ya tiene previsto cómo va a reaccionar ante ello. El turista quiere ver muchas cosas, pero no quiere sorpresas: Se va a la otra punta del mundo pero quiere que le den de comer lo mismo que come en su casa.
El turista ya tiene subrayada en la guía y en el mapa los puntos en los que va a decir: ¡Ohhhhhh! ¡Ahhhhhh! ¡Halaaaaaa!
No seáis turistas. Sed viajeros. El viajero es transformado por el viaje. Crece con el viaje. El viajero se implica en el viaje, se deja jirones de piel en el viaje, quiere saber, va con la mente abierta y absorbe todo lo que ve, y aprovecha todas las ocasiones que se presentan fuera de programa.

Los turistas buscan estímulos precocinados y predigeridos. No tienen criterio, y desde
la estupidez y la incultura son capaces de lo peor. Un viajero haría esa foto con otra intención.
Estos turistas, al no tener ninguna, son (de forma involuntaria) profundamente inmorales y malvados.
No seáis turistas con la arquitectura, por favor.
(Fotografía de www.fotoshumor.com. A mí no me hace ninguna gracia)

2.- Planificad la visita. (O no, pero sed conscientes de ello). En casi todos los casos es mejor no planificar excesivamente, y, como ya he dicho, dejarse llevar, dejarse arrastrar. Pero si queréis ver Fallingwater, o Ronchamp, o la Villa Mairea, y vais a cruzar medio mundo para ello, conviene que sepáis si están abiertas al público, y en qué fechas, y a qué horas, y si hay que reservar, o incluso si se puede pagar la entrada previamente. Teniendo internet es imperdonable no hacer esto. (Cuando yo vi la casa Schröder no había internet, y fui a lo que saliera, pero hoy eso es un disparate).
Eso es si queréis ver alguna de estas obras míticas. Pero si lo que queréis es empaparos de los bloques de ladrillo de la Escuela de Ámsterdam o de los rascacielos de Chicago, no llevéis las cosas demasiado programadas. Sumergíos en el ambiente urbano, comprad un cucurucho de patatas fritas en un puesto ambulante y callejead. Y no perdáis detalle de lo que vaya surgiendo mientras tanto.

3.- No hagáis fotos. A no ser que seáis amantes de la fotografía como medio de expresión, y ésta os interese en sí misma como actividad creativa, no hagáis fotos.
Yo entré en la Casa de la Cultura de Helsinki con la cámara pegada a la cara, disparando, disparando y disparando. Disparé tanto que me perdí la experiencia espacial porque me había impuesto unos deberes absurdos: Hacer un reportaje fotográfico del edificio.
¿Para qué?
En los libros hay fotos mil veces mejores que las que yo pueda hacer. Lo que tengo que hacer es disfrutar el momento, vivir el espacio. A la porra la cámara.
También hice dos carretes de treinta y seis diapositivas cada uno en el Guggenheim de Nueva York. Ahí están, muertos de risa. Teniendo en cuenta que entonces había que comprar la película y luego había que pagar el revelado (más barato en diapositivas que en papel), tenía que pensar si merecía la pena cada foto que disparaba. Y aun así hice setenta y dos fotografías.
Pues imaginaos ahora en el mundo digital, con la gratuidad de las fotos. Podemos hacer miles. Nos decimos que ya seleccionaremos en casa y borraremos muchas. Mentira. Acumulamos basura en discos duros. Y lo peor es que habremos perdido la oportunidad (tal vez única en nuestra vida) de ver el edificio, de experimentarlo y de sentirlo sin obligaciones ni tareas absurdas: Sólo disfrutar.
Si acaso, haced un par de fotos de recuerdo, en plan "esta la hice yo" o "yo estuve aquí", y punto. También podéis fotografiar algún detalle curioso o gracioso que os haga tilín, pero nada más. La promenade architecturale de la Villa Saboya ya está fotografiada de maravilla, y a vosotros no os va a salir mejor. Lo que tenéis que hacer es promenadear a gusto y dejaros de fotos.
En la cúpula de Florencia hay un punto, en lo alto del tambor, justo antes de empezar a subir la cúpula propiamente dicha, en el que uno se asoma al interior del templo y siente un vértigo doble: hacia abajo (no lo parece, pero uno ya está bastante alto) y hacia arriba. Ese vértigo cóncavo hacia arriba es una sensación indescriptible. ¿Quién puede fotografiarla? Yo no tomé ni una foto: ¿Para qué?

4.- Dibujad. El dibujo tampoco puede estorbaros de disfrutar la arquitectura, y tampoco debéis imponeroslo como obligación ni como castigo. Vivid el edificio, disfrutad, estad atentos. Y, si acaso tenéis tiempo y ganas, haced algún dibujo. Es mucho mejor que tomar fotos.
El acto de dibujar (incluso si no lo hacéis muy bien) os obligará a intentar entender, a captar, a prestar atención, a ver relaciones, a descubrir cosas.
No hace falta que hagáis dibujos primorosos ni virtuosos, sino meros apuntes, meras notas de trabajo y de observación. Trabajo de campo. Toma de datos.
Podéis dibujar un ambiente general, intentando captar la sensación espacial, o bien detalles de estructura, de carpintería, de lo que sea que necesitéis descubrir.

domingo, 29 de marzo de 2015

Viajes de arquitectura

Un arquitecto tiene que viajar, y tiene que hacerlo siempre: Cuando está estudiando, para ver qué hicieron los maestros, y cuando ya ha construido, para ver cómo lo hicieron sus colegas.
La arquitectura se transmite por dibujos y por fotografías. Hoy se reproducen y difunden con una gran calidad y profusión. Y para alguien que tenga la mente entrenada, el examen de los planos y de las fotos sirve para construir el edificio en la cabeza. Se entiende una doble altura, se comprende un espacio que queda detrás de ella, y cómo se estrangula, o como el techo baja de repente de una sala a la siguiente. La mente del arquitecto está entrenada para reconstruir el espacio arquitectónico con plantas y secciones. Sabe hacerlo muy bien. Y si además esas intuiciones espaciales pueden ser confirmadas con un extenso reportaje fotográfico, pues mucho mejor.
Y, sin embargo, cuando uno ve un edificio en persona, en carne y hueso, nunca es exactamente como se lo había imaginado.
Es muy posible que las condiciones geométricas y topológicas sí respondan a lo que uno había previsto, pero hay muchas otras dimensiones arquitectónicas, imponderables, que no hay forma de comunicar, y que es necesario experimentar en persona.

Carpenter Center, Cambridge, USA, Le Corbusier

Recuerdo que cuando visité el Ayuntamiento de Säynätsalo, de Alvar Aalto, edificio delicioso, una de las cosas que más me gustaron fue el ambiente tibio y el olor de las salas, especialmente de la galería acristalada al patio. No sabría explicarlo. Me sugirió comodidad, amistad, cariño, y al mismo tiempo eficiencia. Me habría encantado trabajar allí. Algo parecido me sucedió en el Ayuntamiento de Hilversum, de Dudok, donde además di con un funcionario que amaba Toledo.
Muchas de las cualidades de esos espacios ya las habíamos adivinado en las fotografías, pero el hecho de estar allí las multiplica. El olor a madera, a barniz, a limpio, la temperatura, la ventilación, la luz, el sonido... Es una experiencia múltiple que no podíamos ni sospechar.

Empire Estate Building, N.Y., Shreve, Lamb and Harmon

Otras veces nos engaña la escala, como me pasó en el estudio de Frank Lloyd Wright en Oak Park, Illinois, mucho más pequeño de lo que me había imaginado, y con el techo de la entrada bajísimo.

Seagram Building, Nueva York, Mies van der Rohe

Viajar para ver edificios es una manera de ir en busca de viejos amigos y de viejos maestros, a quienes hemos admirado y querido desde hace tiempo, pero a quienes no conocíamos en persona.
Cuando se produce el encuentro, es similar a cuando se "desvirtualiza" a un amigo de las redes sociales: Le conocemos, hemos gastado bromas, nos hemos reído con él, sabemos cómo piensa sobre muchas cosas, pero no conocíamos su voz, su olor, sus gestos, su forma de dar la mano o de abrazar.
Ves el Seagram y dices: "Yo a ti te conozco, amigo". (Después el conserje -ninguno tan borde y tan autoritario como el del Chrysler Building- te deja o no te deja pasar de esta línea, o te echa del vestíbulo, o te prohíbe hacer fotos, o lo que le dé la gana, y tú piensas: "¿Pero por qué? ¡Pero si este edificio es mi amigo!" Y se lo intentas explicar. Y él te dice que sí, que sí, que por aquí se va a Madrid, lo que además, en este caso, es cierto: Por aquí se va a Madrid. Hala, fuera, patán).

viernes, 20 de marzo de 2015

Creación y construcción

El otro día escribí aquí sobre el placer y el misterio de dibujar, sobre el acto de conocimiento, creación y percepción que supone dibujar. Pero casi al mismo tiempo veredes ha sacado a la luz un "viejo" texto mío, en el que hablaba de la pasión de construir y en el que decía que cuando la arquitectura se queda en el papel y no se construye no es arquitectura.
En el proyecto está la concepción del edificio, y en él se encuentran anticipadas las principales cuestiones espaciales y constructivas. El mero dibujo ya convoca al geniecillo de la arquitectura.
Lo que pasa es que en los dibujos no están resueltos todos los problemas, ni mucho menos. Los más gordos se dan en la obra y hay que ser capaz de meterles mano. Hace falta una gran serenidad y un gran cuajo para sacar adelante una obra con tanta gente, tantos puntos de vista diferentes, tantos intereses, tantos tropiezos y tantos sinsabores.
El pintor Edvard Munch y el escritor Robert Louis Stevenson quisieron ser arquitecto e ingeniero de faros respectivamente, y sus familias les hicieron abandonar semejantes pretensiones (más sangrantemente la de Stevenson, que era precisamente de ingenieros constructores de faros). ¿Por qué lo hicieron? Porque ambos eran jóvenes enfermizos, y las personas que les querían bien les hicieron ver que para ejercer esas profesiones hace falta una salud de hierro.
En ese mismo sentido, Kevin Roche ha dicho a menudo que para ser arquitecto hace falta una gran fuerza intelectual y psicológica, una enorme resistencia mental y una determinación inflexible, pero también, además de todo eso, y sobre todo eso, una gran fuerza física.
(Conozco a un arquitecto que se mueve en silla de ruedas, y os puedo asegurar que tiene una enorme "fuerza física" y una "salud de hierro". Os pido que entendáis esto en sentido amplio).
Todo esto lo digo para decir que una cosa (fundamental) es dibujar, pero otra (decisiva y definitiva) es partirse el pecho, llegar a la amenaza física, a las manos, al chantaje e incluso a la faca para levantar un edificio y para que en el proceso siga siendo "nuestro" edificio y no se adultere demasiado ni se arruine ni se le vaya todo el gas.

Un compositor tiene una sinfonía en la partitura, y sólo queda que una orquesta la interprete. Tampoco en ese caso la música está entera en el papel. La interpretación es fundamental. Pero sí lo está mucho más que la arquitectura en los planos. La distancia (constituyente, íntima, orgánica) que hay entre el proyecto y el edificio es muchísimo mayor que la que hay entre la partitura y la ejecución musical. Además, al músico no le llega en plena ejecución el político de turno, o el cliente, o quien sea, para decirle que quiere que los fagots tengan más protagonismo, pero al arquitecto sí le mangonean en plena construcción, y le cambian cosas, y le obligan a rehacer y a reconcebir, y le adulteran todo sobre la marcha. Al compositor tampoco le paran la sinfonía por un hallazgo arqueológico, o por una protesta vecinal, o por una corriente de agua subterránea, o por un coste sobrevenido, o por un cambio de gobierno.
La arquitectura padece este tipo de problemas angustiosos y atenazadores. Pero lo fascinante de ella es que al dar un paso atrás o a un lado para afrontarlos, mejora. Las mutilaciones y adulteraciones que le infringen tantas absurdas circunstancias son su ley de vida, su ámbito natural, y, perdiendo en muchos aspectos parciales, siempre gana en el resultado final.
Quien termina un edificio es maestro de quien aún no lo ha empezado a construir.

Veamos un ejemplo famoso: Jorn Utzon soñó para su Ópera de Sidney un perfil así:


Pero tras muchas luchas y derrotas (y también victorias), quedó así:


Las "velas" o "cáscaras" que eran su signo de identidad quedaron menos esbeltas, menos elegantes y más "contundentes" y "duras". De hecho dejaron incluso de ser cáscaras, láminas continuas de hormigón, para convertirse en sucesiones de nervios. Muchos han señalado ese error causado por la imprevisión de Utzon, y mantienen que la idea inicial era una imagen elegante, pero que el resultado final fue decepcionante y traidor. Pues bien: yo lo prefiero. A mí la obra construida me parece una maravilla, y creo que mejora notablemente la imagen dibujada. Tiene más fuerza, más peso, más enjundia. Y, sobre todo, esta construida. Es un cuerpo cierto, una realidad bajo el sol, un artefacto, un mamotreto objetivo, real, físico, un logro, una realización, un triunfo.
Lo de Utzon fue un concurso de ideas, una brillante intuición que -pensó- ya resolvería en su momento. En un concurso las cosas son así, pero en el proyecto final esos problemas ya están resueltos. No fue así en este caso, y empezaron a cimentar sin saber aún cómo seguiría la cosa.
No obstante, por muy resuelto que esté todo en un proyecto bien hecho y bien calculado, siempre hay un salto tremendo hasta su construcción.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Necrotectónicas en Iflandia

Esta tarde me han entrevistado en el programa cultural Iflandia, de Radio Euskadi, para hablar de Necrotectónicas.


Me han tratado estupendamente bien. El libro les ha gustado mucho, y así es muy fácil. Me han dejado explayarme y me han hecho preguntas muy generosas.
(Yo tampoco he estado muy mal, también hay que decirlo).

Podéis escuchar el programa clicando aquí.

Mi intervención empieza a la hora y veinticinco minutos de programa (pero os recomiendo que lo escuchéis entero. ¡He tenido de telonero a Leonardo Padura! Claro: El hombre tiene que hacer méritos).
Creo que se me nota que me lo he pasado muy bien.
(Y también se nota que los conductores del programa son generosísimos y amabilísimos).

viernes, 6 de marzo de 2015

Dibujar

A Ana Fernández del Prado, cuyos dibujos no he visto aún.

Hay una forma inefable de entender el mundo y de entrar en sus secretos: dibujar.
Todos los que dibujamos lo sabemos.
No quiero hablar de eso que se suele entender por "dibujar bien", y que cada vez sé menos en qué consiste. De lo único que yo quiero hablar es de "dibujar".

Gema Hernández Correa

En todas las culturas se ha entendido siempre que el dibujo es mágico, y que tiene el poder de convocar y conjurar, de bendecir y maldecir. Dibujar significa destripar el mundo, abrir los gajos de la naranja y verlos desde el otro lado, desde todos los lados. Dibujar es romper para reconstruir, es fabricar, es desmenuzar y recolocar, es analizar y sintetizar.

Antonio Esteban Hernando

Dibujar es comunicar, es pensar, es preguntarse, es sufrir y es divertirse. Dibujar es un vicio y una maldición. Es una bendición que nos acerca a los dioses. Dibujar es hablar con Dios.

Jesús Martínez Flores

Dibujar es describir el mundo con todo detalle, pero también es inventar otros mundos que, precisamente por estar basados en las formas, son otra vez este, pero de otra manera.

Gabriel Buda

Dibujar es no tener nunca suficiente, no resignarse a nada, no conformarse.
Es soñar, desear. Es disponer lo que debería ser tal como debería ser.

domingo, 1 de marzo de 2015

Destrucciones bestiales

En estos días estamos asistiendo atónitos al zafio y bárbaro "espectáculo" de unos fanáticos completamente imbéciles y bestiales destruyendo obras de arte milenarias.
Los seres humanos de todo el mundo, impotentes, lloramos de rabia y de indignación ante las inconcebibles salvajadas que son capaces de cometer estos borricos, que se sienten iluminados por un dios ignorante, mezquino y cruel. (Me refiero al "tipo de dios" que tiene "esta gente" en la cabeza).


No podemos concebir que nadie, tenga la ideología que tenga, pretenda lo que pretenda o esgrima los motivos que quiera esgrimir, pueda acabar impunemente con unas obras que han hecho otros seres humanos que se encontraban en el extremo opuesto del magma social: En la cumbre de la sensibilidad, de la cultura, del talento, mientras que estos zopencos están en la sima de la zafiedad y de la crueldad, y del mierdasequismo más deleznable y despreciable.
Esas obras destruidas son el testimonio del tiempo y de la historia, y del hábil trabajo de los mejores, que había quedado plasmado para siempre, para la eterna admiración y el eterno conocimiento de las generaciones futuras.
Y ahora, por el capricho verraquil de unos asquerosos y malolientes patanes, todo eso desaparece para siempre, y con ello la base y la historia de la sociedad, las claves últimas de todos nosotros.


Si algo nos consuela (muy poco) es que esas cosas pasan en países muy lejanos, en sociedades muy diferentes a la nuestra, y las hacen personas muy raras, con un cacao mental muy sucio y enfermo.
"Menos mal que por aquí no ocurren cosas parecidas", nos decimos, y nos quedamos tranquilos dentro de lo que cabe. 


Pensamos con bastante lucidez que nosotros no consentiríamos jamás semejante barbaridad, y que nuestra sociedad civil, dado el caso, saldría a defender las obras cumbre de su tiempo y de su historia, garantes de su cultura y testimonios de su pasado y de su esencia nacional.


Nos dan un poco de pena esos países que consideramos tan atrasados, subdesarrollados, sometidos a las veleidades de grupos de poder que ejercen incluso la violencia para privar a los ciudadanos de sus señas de identidad, de la base misma de su sentido como sociedad. ¿Qué es una sociedad que pierde sus iconos, sus obras maestras, y que no hace nada por defenderlas?


Porque ahí está lo malo: Que en esos países atrasados no sólo los salvajes destruyen su patrimonio más importante y sagrado, sino que la gente no se echa a la calle para impedirlo, y, si me apuran, tampoco lo considera tan grave.
Sociedades invertebradas y desestructuradas. Sociedades que ni saben defender lo suyo ni lo aprecian. Sociedades dormidas, drogadas, estúpidas y decadentes.
Sociedades inanes y cerriles.
Qué pena nos dan. Pobres países.
Al menos, como digo, nos acostamos con cierta satisfacción íntima de conciencia: "Menos mal que aquí esas cosas no pasan".




(Si te ha gustado esta entrada, clica el botón g+1 que está aquí debajo. Muchas gracias).

Ilustraciones:
1.- Miguel Fisac, arq. Laboratorios Jorba. "La Pagoda". Madrid. Destruidos por avaricia, para buscar más aprovechamiento al solar.
2.- Luis Gutiérrez Soto, arq. Piscinas de la Isla. En el Río Manzanares, Madrid. Destruidas, junto con la isla, para reorganizar el sistema de exclusas del río.
3.- Corrales y Molezún, arq. Pabellón de los Hexágonos en la Casa de Campo de Madrid. (Reubicación del Pabellón Español de la Expo de Bruselas de 1958). Abandonado y vandalizado porque sí.
4.- Eduardo Torroja, ing, y Secundino Zuazo, arq. Frontón Recoletos, Madrid. Dañado durante la Guerra Civil, no se consideró interesante restaurarlo.
5.- Alejandro de la Sota, arq. Vivienda unifamiliar en C/. Dr. Arce, Madrid. Demolida para construir un bloque de viviendas, mucho más rentable.
6.- Sert y Torres Clavé, arq. Casa de Fin de Semana en el Garraf, Barcelona. Horriblemente desfigurada.