lunes, 29 de septiembre de 2014

Necrotectónicas recibe un espaldarazo

La eminente escritora sobre arquitectura, que además es la crítica de arquitectura de EL PAÍS, Anatxu Zabalbeascoa, publica hoy una reseña de Necrotectónicas en su blog Del tirador a la ciudad (del que este es seguidor y cuyas entradas podéis ver avisadas aquí, en la columna de la derecha).

Retrato de Lilly Reich, por Gema Hernández Correa.
Es la ilustración elegida por Anatxu Zabalbeascoa para encabezar su reseña.
Coincido: Es uno de los retratos que más me gustan del libro.

Como os podéis imaginar, estoy entusiasmado con la reseña. Porque está hecha con un espíritu muy favorable y generoso (siempre siento que estas cosas me vienen inmerecidamente), pero al mismo tiempo con una mirada crítica y objetiva, que señala defectos y algunas intenciones no resueltas, pero que, en general, celebra no sólo el espíritu literario juguetón del libro, sino que me atribuye alguna maestría como escritor.
El libro es muy irregular: Se trata de veintitrés relatos en veintitrés estilos diferentes. Algunos le vienen como un guante al personaje respectivo. Otros son un poco forzados. Exacto: Sentí eso mismo cuando los escribía: Algunos fluían muy bien y otros se me atravesaban. No obstante, como un galeote autoforzado, sin que nadie me obligara a ello, sentía en cada uno de los veintitrés casos que mi "obligación" era esa.

En definitiva, dice algo que me emociona: "Todo eso tienen estos obituarios: están llenos de vida".

Celebro muchísimo que una persona tan habituada a escribir, a leer y a reseñar libros importantes, vea esto en el mío. Muchísimas gracias. Es un honorazo. 

(Podéis leer la reseña aquí).



Addenda 8 de octubre:
Me parece excesivo abrir una nueva entrada, pero es que me acaban de enviar de la revista Arquitectura Viva la reseña que ha hecho Luis Fernández Galiano para el número 167.
Es una reseña muy elogiosa. Estoy muy honrado por ello.




viernes, 26 de septiembre de 2014

Gatos, liebres y monstruos

(Nota previa.- Una vez le preguntaron a Antonio Mingote qué pensaba de los franceses, y contestó: "No lo sé. No los conozco a todos". Desde entonces ese ha sido mi lema. No obstante, en esta entrada me permito generalizar y hablar de "los arquitectos" y de "los ingenieros". Lo hago siguiendo el perfil típico de nuestra formación, y su muy diferente enfoque, sin perjuicio de que muchísimos arquitectos tengan las virtudes y los defectos que achaco aquí a los ingenieros, y viceversa. Lamento la generalización. Espero que sirva para algo: para perfilar una idea o una sensación. Y nada más).


Decía Alejandro de la Sota que el arquitecto siempre da liebre por gato. ¿Qué quiere decir esto? Pues que, frente a los estafadores que dan de comer al confiado cliente un estofado de gato (bicho culinariamente despreciable) haciéndolo pasar por exquisita liebre, los arquitectos hacemos lo contrario. No somos capaces de dar gato.

Fotograma de la película Ay, Carmela

Muy bien. ¿Pero qué pasa cuando el cliente lo que quiere de verdad es gato? Pues que le damos liebre de todas formas. Quiera o no quiera. Nosotros a lo nuestro, con nuestras cosas y nuestras manías. Siempre igual. Aunque nos pidan gato les servimos liebre. ¡Qué buenos somos!

Últimamente no hago más que proyectos chorras, papeles que los interesados necesitan para que les den licencia de obras: cerrar un porche, acristalar una terraza, acondicionar una buhardilla, hacer una piscina...
En todos estos casos el cliente ya ha quedado con el albañil (o con el cerrajero, o con el carpintero) en lo que hay que hacer, y es algo perfectamente definido y acordado. Pero ha ido al ayuntamiento a pedir la licencia y le han dicho que necesita un proyecto de un "técnico competente". (Nadie sabe nunca qué o quién puede ser ese "técnico competente", pero a veces recurren incluso a un arquitecto. Error).
En muchas ocasiones el interesado ni siquiera ha ido al ayuntamiento a pedir la licencia, sino que se ha puesto a cerrar la terraza o lo que sea y le han pillado. Y cuando recurre al arquitecto la obra ya está a medias o casi terminada.
Sea como sea, la única pretensión del ciudadano es que, ya que le obligan, alguien le haga ese estúpido proyecto lo más rápido y lo más barato posible.
Si recurre a un ingeniero, o a un aparejador, seguro que le hacen un buen trabajo, rápido, barato y sin chorradas ni complicaciones. Se trata de resolver un trámite burocrático y punto. (En general, se trata de resolver un problema práctico sin andar mareando y sin elucubrar).
Pero si recurre a un arquitecto, y éste consigue dar un precio similar a los del aparejador y el ingeniero (cosa difícil, ya que en chorradas como visado y seguro solemos tener más gastos), se produce un efecto curioso: El arquitecto echa cuentas de lo que va a cobrar y de lo que le va a costar a él ese trabajo y descubre que se ha columpiado.
Entonces se propone hacer ese proyecto en un par de días como mucho. Si tarda más va a perder por todas partes. Se jura una y mil veces dibujar sin pensar, ser un autómata, aplicar la normativa sin más y no implicarse.
Pero cuando está dibujando el alzado se descubre a sí mismo pensando en el despiece de la carpintería. "Tío, que esto ya lo han decidido, que no lo van a hacer así. No pierdas más el tiempo", se dice, pero sigue dibujando, y dibujando, y bajando un poquito el techo del porche, y separando un poco más los soportes, y juntándolos ahora, buscando un módulo, un ritmo, algo. "Tío, eres tonto. Termina ya". Y se empieza a dar cuenta de que con este otro material quedaría mucho mejor, y hace, sólo para él, sólo para entretenerse, una prueba con color, y una perspectiva. Nada, un mero boceto rápido. Nada. Y en la sección cambia entonces dos cosillas. Nada.
En fin, qué os voy a contar. No sabemos hacer otra cosa.
Eso a menudo es bueno: Cuando un cliente quiere que le estudiemos un problema arquitectónico y le propongamos algunas soluciones. Pero a veces ni siquiera ahí somos prácticos. Le hacemos replantearse asuntos que ya daba por resueltos o que ni se había planteado. Le proponemos nuevos problemas para dar una solución orgánica, coherente y compleja.
Vale. Muy bien. Pero ante la sociedad, la imagen que tiene un ingeniero es la de alguien que resuelve problemas, y la que tiene un arquitecto es la de alguien que los crea.
Los arquitectos (siempre alabanciosos y ampulosos) decimos que nuestro planteamiento de problemas es más rico y más fértil que las soluciones inmediatas de los ingenieros, tan directas y poco profundas. ¡Sí! ¡Ya! ¡Por eso nos quiere tanto todo el mundo!
(Ahí dejo ese punto. Otro día le veré el lado bueno a esa labor de no conformarse con lo inmediato, de darle siempre otra vuelta, de profundizar, de dudar, de replantearse los problemas, de rehacer una solución porque hay otra mejor. Tiene su mérito, naturalmente que sí, pero hoy quiero hablar de otra cosa).

lunes, 22 de septiembre de 2014

Manierismo, Mies, pop, Cantinflas, Chabeli...

Estos días veredes está republicando dos entradas que escribí en este blog sobre mis recuerdos de Juan Daniel Fullaondo. Y están gustando e interesando a muchos arquitectos que no le conocieron. Eso me emociona.
(La primera la puedes ver aquí, y la segunda aquí).
Dicen que lo cuento bien. Sólo cuento lo que pasó. Lo que vi. Ojalá supiera contarlo mejor y dar mejores detalles.
Todo eso ha hecho que relea los dos artículos, y, tontín tonteando, he estado miroteado entre sus libros, como tantas veces, recordando ideas, momentos... y he terminado (como tantas veces) en un libro fantástico y a menudo desesperante del que os voy a dar insuficiente noticia.


El libro es una edición casera, personal, cuidadosa, que hizo María Teresa Muñoz de los guiones del curso de doctorado 1993-94 que impartieron juntos: Manierismo, Mies van der Rohe, Arte Pop. (Juan Daniel Falleció el 26 de junio, cuando el curso llegaba al final). La edición consta de 99 ejemplares numerados, para amigos y alumnos, y tengo el honor de que ella me regalara, en su casa, el ejemplar nº 16.
Es un libro de 264 páginas más unas ochenta (sin numerar) de trabajos de los alumnos. El libro tiene formato A4 vertical y está encuadernado en tela azul.
Junto al ejemplar me regaló una fotocopia de la carta que Bruno Zevi le mandó tras haber recibido el suyo y habérselo leído en una noche entera sin dormir. (L´ho sfogliato lentamente per circa due ore. Poi ho dedicato la notte a leggerme pagine e capitoli). La verdad es que es una experiencia excitante.

Carta de Bruno Zevi a María Teresa Muñoz
(si clicáis cualquiera de estas imágenes la veréis más grande)

Non sono abituato a fare complimenti, anzi in genere sono un critico brutale e spietato anche e specialmente con gli amici. Ma debbo dirle che sono rimasto incantato, e che il mio entusiasmo e' cresciuto sempre piu' durante la notte, tanto che e' l'alba e le scrivo.

Entusiasmo. Sí. Y en mi caso, que soy tan tiquismiquis y tan puñeterito con estas cosas (a veces me veo como el bobo que explica los chistes y a veces como el bobo que necesita que se los expliquen), desorientación, desazón, ansiedad. Ese libro es un agua que no sacia, que da más sed, más curiosidad, más ganas. Es una insinuación de ideas, un torbellino, una cascada copiosísima, pero que me pasa por encima.
Porque el libro consta de los guiones de las clases sin desarrollar. Ideas, ocurrencias, relaciones... Algunas son bastante claras. Otras son oscuras, pero ya se las escuché alguna vez en clase, en su casa, en un restaurante...
Por ejemplo:
- El episodio del Vizcaíno.
Así, tal cual. Sin más. (Está tratando del Quijote). Yo recuerdo que él se burlaba de sí mismo como vizcaíno contándonos una noche mientras cenábamos que en todo el libro, en las dos partes, sólo hay un personaje que se toma en serio a Don Quijote: el Vizcaíno. Y no sólo es el único que se lo cree, sino que es el único que pierde contra él. El personaje más ridículo de toda la novela. (Sin embargo, también es el único que ve lo que los demás no ven; el único que reconoce ese mundo maravilloso y no lo considera una impostura).
Pero si alguien no le escuchó esa disertación es muy difícil que adivine su intención leyendo sólo eso: El episodio del Vizcaíno.
Así me pasa con:
- Borges y el Persiles y Segismunda.
Esa no me la sé. ¿Qué quiere decir? ¿A qué se refiere? Probablemente a alguna entrevista en la que Borges cuenta su interpretación de la obra cervantina. Sería interesantísimo conocer la opinión de Borges y la reopinión de Fullaondo sobre ella. Pero me tengo que resignar a no enterarme.
Tampoco me entero de:
- El "pollo frito" del Alcalde de Atlanta.
[En un contexto en que se está hablando de las Meninas].
Y tampoco me entero de:
- La filosofía de Chabeli.
                              Los hombres son historiadores, las mujeres filósofas.
                              El Ser y la Nada.
Chabeli sale más veces. Se menciona su vídeo. Recuerdo que una revista regalaba el vídeo de la boda de Chabeli con Ricardo Bofill jr. Busco por internet y... ¡justo! Se casaron en 1993. O sea, que era un tema candente en ese momento. Fullaondo debió de poner el vídeo de la boda en clase, y comentarlo como sólo él sabía hacerlo. Qué envidia. Qué rabia.
Fullaondo te ponía en su casa una película experimental sobre el Ulises de Joyce y remataba con el juicio de El Supersabio, de Cantinflas o con las empanadillas de Encanna, de Martes y Trece. Y lo ligaba todo con su inagotable cultura, su inagotable talento y su inagotable sentido del humor.


Bueno, esta creo que me la sé. El discurso como disolución del lenguaje. El discurso vacío, el significado vacío, la oratoria cromlech. Fullaondo era tartamudo; supongo que por eso pondría en clase fragmentos de la serie Yo, Claudio. A su lado, el brillantísimo discurso de Marco Antonio en la película Julio César, de Mankiewicz, maravillosamente dicho por Marlon Brando. También inmediatamente los discursos rotos y disueltos de Jerry Lewis y Cantinflas, y el brillante alegato de Gary Cooper en El Manantial. Todo junto, explicando unos discursos con los otros, enriqueciendo estos con aquellos. En su casa participé de algún show parecido y certifico que eran divertidísimos. Pero además eran una fuente inagotable de aprendizaje: arquitectura, semiótica, arte, comunicación..., con ejemplos siempre brillantes, que no dudaban en ir de lo trágico a lo trivial, de lo exquisito a lo intrascendente, de lo sublime a lo ridículo.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Del cielo sublime al suelo vil

(Corolario y addenda a la entrada anterior, sobre la imposibilidad de tener un criterio sólido, y su sustitución por la veneración para con los artistas sacralizados).

El día 18 de noviembre de 2016 salió a la luz la noticia de que un investigador encerrado en los sótanos más recónditos del Archivo de Villarronda del Pan había abierto un árido legajo de testamentos y escrituras de compraventa de varios huertos anexos a un convento de los dominicos, de los años mil setecientos y pico, y en su interior había descubierto una carpeta con tres hojas dobladas y plegadas, llenas de dibujos.


Las hojas tenían tamaños diferentes, pero parecidos. Medían entre cincuenta y tres y sesenta y siete centímetros de altura, y entre treinta y nueve y cuarenta y ocho de anchura. Las tres eran de formato vertical, y contenían dibujos de estudio de anatomía humana hechos a la sanguina y... y muy probablemente por la mano de Miguel Ángel.

Los responsables de turno pidieron calma. Se llamó nada menos que a Oswald Ferris Buttifer, a Julián de la Fuente Marchamalo y a Enrico Fitipaldi, los máximos expertos de... de todo este rollo, y se esperó su veredicto.
Mientras tanto, los dibujos fueron publicados en todos los periódicos, en las revistas culturales, en los noticiarios televisivos, en las redes sociales... Qué maravilla. El gran artista italiano sacaba a la luz nuevas obras. Qué tesoro sublime.
"Pero mantengamos la calma. Calma, calma", decían los responsables.
Los expertos no tuvieron mucho tiempo (ni muchas ganas por entonces) para solazarse con los dibujos. Ya lo harían. Lo que importaba antes que nada era actuar con rigor y con determinación.
Cotejaron los estudios anatómicos con todas las esculturas y frescos de Miguel Ángel, para ver de qué obras pudieron ser estudios preparatorios. Los compararon también con el resto de dibujos conocidos, para ver coincidencias de tema, de trazo, de mancha, etcétera.
Encargaron análisis químicos, espectrográficos y biológicos de las fibras del papel, de los pigmentos, de los restos de manchas, humedades e incluso de los posibles parásitos.
También analizaron las escrituras y demás documentos del legajo del que había salido la carpeta de dibujos, y de éste fueron a muchos otros alojados por toda España y por casi toda Europa. Había que saber quién era el dueño anterior de cada huerto, y el anterior, y el anterior; quién le compró qué a quién, quién viajó a Italia o recibió en su casa a huéspedes venidos de Italia; quién pudo ser el propietario anterior de estos dibujos, y cómo los adquirió éste a su vez. Qué cartas, testamentos, facturas, etcétera, se podían rastrear.
A las órdenes de los tres eruditos había cientos de investigadores, desde químicos hasta historiadores del derecho, desde grafólogos hasta genealogistas.

Al final, al cabo de cuatro meses de trabajo febril, se llegó a un veredicto indudable. Se dio la resolución irrefutable:

jueves, 4 de septiembre de 2014

El peldaño y el abismo

Dedico esta entrada a wallace97 y a MJGE,
que me la han sugerido con sus acertados comentarios.
Agradezco los comentarios de todos: Buenísimos.
Pero han sido precisamente wallace97 y MJGE quienes
me han hecho formular lo que sigue, con lo que supongo
que no estarán de acuerdo. 

Siempre me ha llamado la atención lo siguiente: Conozco a varios licenciados en Bellas Artes (mi hermana lo es), y dibujan maravillosamente bien. No se puede dibujar mejor. También tengo bastantes compañeros arquitectos que dibujan de escándalo.
Dentro de lo bien que dibujan todos, podría establecer una cierta gradación entre ellos, según me parezcan (a mí) muy buenos, mejores o aún mejores dibujantes: Uno que dibuja muy bien, otro mejor, otro mejor aún...
Y luego, aparte, en otro universo, está Miguel Ángel.
Pues bien: ¿Qué pasa con Miguel Ángel?


Veo los dibujos de Miguel Ángel y sí, son magníficos. Pero no tienen mucha más técnica, mucho más talento ni mucho más acierto que los de algunos de estos extraordinarios dibujantes que conozco.
Y, sin embargo...
Hay miles de dibujantes formidables. También hay miles de guitarristas muy buenos, y de... de todo. Hay miles y miles de "de todo" fantásticos, pero languidecen en el anonimato, en la exclusión, incluso en el fracaso.
Y, sin embargo, Miguel Ángel es poco más. Sólo un poco más.
¿Un poco más? Según se mire ni siquiera es más, pero según se mire es otra galaxia. Por una parte, entre los dibujos de Miguel Ángel y los de tantos dibujantes muy buenos apenas hay diferencia. Tal vez un peldaño de pocos milímetros. Pero por otra el salto es abismal, es otro mundo, otra dimensión.
¿Por qué? ¿Dónde reside el vértigo del genio? ¿Se puede medir?

Yo diría que no. Yo diría que no es una cuestión cuantitativa, sino cualitat... No, tampoco es sólo un cambio "de calidad". ¿Qué es? Yo creo que se parece más bien a un big bang. Una discontinuidad, una excepcionalidad.


Y creo que esa excepcionalidad, ese salto, ese quiebro en el continuum lo hemos hecho nosotros.
Cuando Miguel Ángel tenía que pelearse con sus colegas para conseguir un encargo de algún mecenas tenía que demostrar ser el mejor entre sus iguales. Ganaba un concurso esa vez, y perdía otras veces. No estaba divinizado. Era un profesional que conseguía agradar al cliente en tal encargo mejor que sus colegas.
Pero tras siglos de veneración lo hemos descoleguizado. Ya no es un primus inter pares. No tiene pares. Es más, quienes podrían estar a su altura, aquéllos contra quienes luchaba en su quehacer diario, y que incluso a veces le ganaban, están en otras vitrinas, en otros altares, en otros templos, aislados unos de otros para que no compitan nunca más. Todos reinan en nuestros corazones y nadie puede ya alcanzar esos niveles, que no son ya profesionales, sino legendarios.


Miguel Ángel era famoso en vida, pero era humano. Hoy nosotros, desde mucho antes de ver un dibujo suyo, o de rodear su David y sus esclavos en la Galería de la Academia, o de ver su Piedad Rondanini, ya estamos postrados, entregados. No juzgamos su obra, no tenemos mentalidad crítica, sino devota. No valoramos: veneramos.

Tenemos nuestra capacidad crítica suspendida ante estos dioses, que, por lo tanto, no están en la escala graduada de las obras humanas, ni en el plano de comparación con los demás, sino en un reducto inalcanzable.