sábado, 29 de marzo de 2014

Necrotectónicas (III). La biografía como género de ficción

Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía.
Jorge Luis Borges. Evaristo Carriego


Como de costumbre, Borges tiene toda la razón. Un iluso (yo) ha pretendido contaros a otros ilusos (vosotros; quienes queráis, quienes me lo permitáis) unos cuantos episodios y unas cuantas anécdotas que intentarían despertar alguna especie de recuerdos que ni son míos ni son vuestros, sino que pertenecieron a otros.
Pues vaya paradoja. Sin embargo, igual que cuando leemos un relato, aunque esté ambientado en Marte en el año 5632 y los protagonistas sean unos roedores gigantes, nos sentimos implicados, y ese relato despierta en nosotros algunas sensaciones íntimas, recuerdos, nostalgias, etc, de la misma manera si leemos la biografía de quien sea estaremos en parte leyendo la nuestra. La entenderemos y nos interesará en la medida en que hacemos un involuntario paralelismo con nuestra propia vida. Tal como hacemos con los personajes de ficción.
En otro lugar Borges insiste en que la biografía es un género de ficción. No se refiere (sólo) a que el biógrafo tienda (a veces incluso involuntariamente) a acomodar a su conveniencia los hechos que cuenta (y no digamos si es una autobiografía), sino que el mero hecho de contar la vida de alguien es imposible, y al intentar hacerlo nos inventamos una coherencia o una línea argumental que no es real.
A veces nos pasa cuando rememoramos con nuestros padres algún episodio de sus vidas, o de las de nuestros abuelos. Hemos oído mil veces que el abuelo salió a la calle en pleno bombardeo a intentar vender una gallina, y que se la quitaron y le detuvieron, y que en el calabozo conoció a la abuela... Etcétera; y cuando estamos rememorando esa escena por trigésima octava vez con nuestros padres va el tío Paco y dice que no era una gallina, sino una silla, y que fue después de la guerra, y que los abuelos ya estaban casados por entonces, y que precisamente fue la abuela al calabozo para... Etcétera. Y la tía Carmen dice que no, que eso fue cuando el abuelo... Etcétera. Y no cuadra nada. Se cae toda la estructura que llevábamos años fabricando en nuestra falsa memoria.
No cuadran los hechos objetivos. ¿Cómo entender entonces los subjetivos, las opiniones, los deseos, los temores, etc, de un personaje que nos queda cada vez más lejano? El afán de desentrañar sus secretos los va hundiendo cada vez más en la oscuridad.
No hay manera de descubrir "la verdad". Al final llegamos a creer que no hay una verdad objetiva, ni mucho menos una verdad absoluta.
Nos inventamos entonces el personaje y lo "ficcionamos", aunque sea inconscientemente. Aunque sea sin querer. En la ficción las cosas funcionan. En la ficción todo cuadra.
También se dice (y yo siempre lo he creído) que el relato de ficción, mintiendo en lo anecdótico, es más verdadero que ningún otro en lo principal. Vamos, que la novela y el cuento dicen verdades contando mentiras.
¿Qué pasa si además intentamos contar la vida (o la muerte) de un personaje mítico, de un héroe que ya tenemos previamente idealizado?

Tres ejemplares de la colección de comics Vidas Ilustres
Editorial Novaro, México. (Años 60)
Lloyd Wright [sic], Le Corbusier y Gaudí

Los arquitectos solemos ser muy mitómanos, y el hecho de contar las vidas (o las muertes) de nuestros héroes excita aún más nuestra imaginación.

martes, 25 de marzo de 2014

¿Para qué te has molestado?

A veces alguien nos hace un regalo inesperado, e incluso algunas veces exagerado, desproporcionado... y horrible.
Nos emociona que se hayan acordado de nosotros, e incluso que se hayan gastado tanto dinero, pero nos emociona aún más pensar qué habríamos hecho nosotros con ese dinero, en vez de comprar esa... cosa.


Es entonces cuando decimos: "¿Para qué te has molestado?". A menudo esa frase quiere decir: "¿Qué especie de mierda es esta?"
En un inolvidable episodio de Los Simpsons Bart dona su sangre (obligado por su padre) a Montgomery Burns, y éste se lo agradece con una tarjeta. Homer, indignado, le escribe una nota antológica exigiéndole un regalo, y el multimillonario finalmente regala a la familia una monstruosa (e inconcebiblemente cara) cabeza olmeca. (Esta cabeza sale en episodios posteriores, arrinconada en el sótano forever and ever).
Homer le pregunta a su esposa para qué sirve ese regalo, y ella le contesta que es una muestra de amistad y de gratitud, sin más. Él le insiste: "No, en serio, Marge: ¿Para qué sirve?"
No sé si lo mío será patológico, pero SIEMPRE estoy de acuerdo con Homer.

Pues bien: Si ya nos produce desazón que alguien se gaste un dineral en regalarnos algo que no necesitamos, o que no nos gusta, no digamos la desazón que nos produce si encima nos hacen ese absurdo regalo con nuestro dinero.

Esto es algo que ocurre a menudo con las obras e infraestructuras públicas. Estamos más que hartos de autopistas, aeropuertos, polideportivos, etc, que no necesitábamos, y que además nos toca pagar.

La última (mejor dicho, penúltima; aquí siempre hay que hablar de penúltima) es la Casa de la Cultura de Romo (un barrio de Getxo, al lado de Bilbao).
Más de mil personas se han manifestado porque esa Casa de la Cultura (que ya se está construyendo) no es la que necesita el barrio, "ni por envergadura, ni por estética ni por su descabellado precio".


Y me planteo y os planteo la cuestión, que tiene varias ramas:
1.- ¿Un gobierno legítimo puede gobernar? ¿Puede tomar decisiones de gobierno? Parece que no sólo puede sino que debe hacerlo.
2.- ¿Los arquitectos pueden diseñar los edificios? Parece que no sólo pueden sino que deben hacerlo.
3.- ¿Los ciudadanos pueden opinar sobre las instalaciones que necesitan y las que no? Parece que no sólo pueden sino que deben hacerlo.

¿Entonces qué hacemos?



viernes, 21 de marzo de 2014

Clasicismo, Modernidad y Metafísica china

(El post de hoy es polémico. Pero igual que no me corto en soltar coces a diestro y siniestro, también tengo buenas espaldas y buenas posaderas para recibir las vuestras. No os cortéis en los comentarios. Entiendo que me llevéis la contraria en muchas cosas, pero defiendo con vehemencia mi opinión).

El otro día por Facebook mi amiga virtual Ana Fernández del Prado hablaba de un libro que le habían mandado leer en la asignatura Clasicismo y Modernidad. ¿Cómo? ¿WTF? ¿Pero existe esa asignatura? Al parecer sí. (Lo he buscado y he puesto el enlace. Por cierto; la página está vacía, lo que me parece muy coherente con el concepto "Clasicismo ∩ Modernidad". Es decir: La intersección del "Conjunto Clasicismo" con el "Conjunto Modernidad" es un "Conjunto Vacío").
Sacrebleu! ¡Pardiez! ¡Cáspita! ¡Caracoles! ¡Clasicismo y Modernidad! ¡Y lo dicen así! ¡Y se quedan tan anchos! ¡Clasicismo y Modernidad!
¿Cómo a alguien se le puede ocurrir que la Modernidad tenga algo que ver con el Clasicismo? Es inconcebible. La Modernidad, por definición, por mera declaración de principios, es absoluta y profundamente anticlásica. Y debe serlo. Es su esencia ontológica. No cabe otra cosa.
Se me dirá: "Depende de lo que entendamos por Modernidad y lo que entendamos por Clasicismo, y hasta dónde llevemos el alcance de esos términos". Vale, de acuerdo. Puede que haya una cuestión previa de vocabulario. Entonces, para empezar mi diatriba proclamaré, para que quede muy claro, que yo (llamadme enrevesado) por Modernidad entiendo Modernidad, y por Clasicismo entiendo Clasicismo.
¿Está claro? Es que los términos pueden ser muy ambiguos a veces, sobre todo en boca de gente aviesa y malintencionada. A veces algunos son muy retorcidos, y es casi una misión de caballero andante hablar de lo obvio y decir perogrulladas. (Triste panorama en el que siempre hay que explicar lo obvio).
Aclararé previamente que la Modernidad se tiene que valer de elementos técnicos, de referencias lingüísticas, lógicas, rítmicas, constructivas, etc, que a menudo utilizan herramientas que ya utilizó el clasicismo. Sí, naturalmente. También los arquitectos modernos comen manzanas similares a las que comieron los clásicos, o caminan moviendo las piernas de manera parecida a como lo hacían aquéllos. Nada más.
Vamos a ver: ¿Que la Villa Saboya tenga cuatro fachadas con columnas la hace similar en algo al Partenón?



¿De verdad? ¿Tienen algo que ver? ¿Constructiva, técnica, funcional, formal, espacialmente, tienen algo en común?
Por más que el Corbu, buscando un apoyo culto -que, como todos los poco letrados, creía necesitar-, hiciera dibujos y dibujos de los templos griegos y cantara sus alabanzas ansiando entrar en comparación con ellos, lo que él hacía no tenía nada que ver, nada en absoluto, pero nada de nada, con aquello.
Por otra parte, ya llevan varias décadas cansando quienes quieren ver la base de Mies y su justificación en Schinkel. ¡Por favor! E insinúan que obras como la Galería Nacional de Berlín le deben tributo al Altes Museum.



¿De verdad? Arquitectamos locos? Es verdaderamente para echarse a llorar, y para gritar.
Sí: Tienen columnas rítmicamente moduladas (pero que no tienen un mínimo parentesco estructural). Tienen una escalinata de acceso. Tienen una planta simétrica (en Mies sólo la superior). ¿Y? También tienen fachadas, y cubierta. No tienen absolutamente nada que ver, y a quien no sea capaz de darse cuenta de eso tampoco voy a ser yo capaz de convencerle.
La estructura de Mies niega la de Schinkel. El espacio de Mies niega el de Schinkel. La forma de Mies niega la de Schinklel. Los materiales de Mies niegan los de Schinkel.
Sí. Mies van der Rohe visitó con interés el Altes Museum, y fue aleccionado por Behrens para apreciar la claridad constructiva de Schinkel. Sí. Cuando era muy joven. Y le sirvió de mucho. Reconozco que sus influencias son innegables. Sólo que después pasaron en su vida algunas cosas sin importancia: Conoció la obra de Wright, entró en la Bauhaus (que llegó a dirigir), se relacionó con De Stijl... Nada; cositas sin importancia que de ninguna manera pudieron borrar su apreciación inicial por Schinkel.
Naturalmente que sí: El Pabellón de Barcelona es Schinkel puro.
¡Lo que hay que oír y lo que hay que leer!

(Nota desconcertante: Jaume Prat ha publicado estos días este puñetero artículo justo cuando yo iba por aquí. Me ha dejado descolocado y sin saber cómo seguir. Permitidme que intente terminar esto y no pierda el hilo más de lo que lo he perdido ya. Ignoraré concienzudamente lo que ha escrito Jaume. No sé si por ahora o para siempre. No; para siempre no. Es tan fascinante que he de volver a ello en otro momento).

Mies es otra cosa, siempre sorprendente, incomprensible e inabarcable. Su ansia de perfección platónica es al mismo tiempo un afán de reducción, de esencialidad, de minimalismo. ¿Puede tener esto algo que ver con el clasicismo? Creo que es evidente que no. Cómo plantea los programas, cómo enfrenta los problemas, cómo enuncia los... De Mies hablaremos otro día. Pero vamos: Que no. Que no es clasicista. Quien tenga ojos que mire.
Ah, y otra cosa, que aunque no venga a cuento no puedo dejar de señalar: Mies es primerísima línea mundial, un dios, un hipermegamaxi, y Schinkel es Segunda División B, se ponga quien se ponga como se ponga. Es como si dijéramos que Ancelotti, para tomar ideas para el Real Madrid, va los sábados a ver al Juvenil de la A.D. Illescas, equipo que elijo sólo a título de ejemplo, y no porque en él juegue mi hijo Andrés. Eso no tiene nada que ver. (Anda, Carlo, échale un ojo, que nos sacas de pobres).

viernes, 14 de marzo de 2014

Campo y La Clesa: llantos y lloriqueos

El arquitecto Alberto Campo Baeza ha sido nombrado nuevo académico de Bellas Artes. Que sea en hora buena. Con tal motivo ha sido entrevistado en RNE. Lo celebro. Me encanta que RNE se haga eco de estas cosas y preste atención a la arquitectura.
Lo malo viene nada más empezar. Campo dice que su edificio favorito es el Panteón de Roma. Correcto. Incluso plausible. Pero añade que cuando un alumno suyo va a Roma él le pide que le mande desde allí una postal diciéndole si ha llorado o no ha llorado ante el Panteón.
Amosnomejodas.
(Por instinto de conservación y de picardía escolar yo aconsejo al alumno que ponga que SÍ, que MUCHÍSIMO, e incluso que moje alguna esquina de la postal con agua, para que a Don Alberto le llegue arrugada y llorada).


Seguimos reconfortándonos y relamiéndonos mientras insistimos en el estúpido, inaguantable y chocho cliché de que los arquitectos somos sublimes.
Los ingenieros sí sirven para algo, sí resuelven problemas, sí hacen cosas. Nosotros, al parecer, sólo nos preocupamos de si llorar o no.
Bueno, serán los hiperchiripitifláuticos, porque aquí la peña bastante tenemos con que nos encarguen la legalización de un porche, y, desde luego, lloramos por otras cosas. Anda que no tenemos para elegir.
Stendhal era un moñas. Lo de su famoso síndrome en Florencia debió de ser por una bajada de azúcar o de tensión arterial, o algo.
El Panteón es un edificio soberbio, un espacio arquitectónico fantástico, pero la idea de que ante una obra genial debamos suspender nuestro juicio y nuestra capacidad crítica y analítica para dejarnos llevar por el sentimentalismo más histérico es una idea puramente kitsch. Cuando el sentimentalismo sustituye a la razón surgen los adornos de los cementerios, los souvenirs para turistas y los tatuajes dedicados a la madre o a la novia.
Esa idea de que la arquitectura ha de ser sublime, excelsa, espiritual, buy bodita y buy hedposa, hace un enorme daño a la arquitectura misma, porque mucha gente no sabe apreciar (ni quiere, ni le importa) muchísimas obras maestras, dignas de toda nuestra atención y admiración, pero que no despiertan esa meliflua tiritona ni ese mar de lágrimas.

jueves, 13 de marzo de 2014

Necrotectónicas (II). La lista.

Vamos haciendo la lista definitiva de muertos ilustres:

Dibujo de Gema Hernández Correa

NECROTECTÓNICAS. (Muertes de arquitectos).
¿Cuántos reconocéis?


Si clicáis el dibujo se hará más grande y les veréis mejor las caras.
Espero que la brevedad de esta entrada sea compensada por una amplia profusión de comentarios. Gracias por vuestra participación.
NOTA.- Tres son a-históricos y su retrato es aproximado. Pero hay que votar también por ellos.